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Opinión

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Retos y oportunidades de la Industria 4.0: el llamado a una nueva política industrial

El concepto de Industria 4.0 es muy reciente en términos cronológicos. No lo es tanto tomando en cuenta la rapidez con que se suceden innovaciones y cambios en la era de la revolución digital, proceso del cual procede, con todo su potencial de transformación en todos los ámbitos, tanto en la producción como en la cultura y la vida cotidiana.

Para un país como México, el abordaje del tema es inevitable, como fuente extraordinaria de oportunidades, pero también de desafíos que exigen tanto decisiones como inversiones, y no en torno a un futuro lejano, sino en el más inmediato presente.

Atañe directamente a nuestra capacidad de tener un desarrollo sustentable, el cual tiene tanto que ver con la preservación medioambiental y de la cohesión social como con la aptitud para adaptarnos a los cambios tecnológicos y sus efectos en toda la amplitud de la economía: industria y trabajo, comercio y consumo.

Por tanto, tiene que ser un eje fundamental en la planeación e implementación de políticas públicas. Más aún, en la conformación de un proyecto de país, y como una derivación esencial, de una nueva política industrial que ponga estas potencialidades y retos emergentes en el centro. Una estrategia general, diseñada y asumida con el concurso de las tres partes esenciales de la innovación y el desarrollo: academia, empresas y gobierno.

La conceptualización de la cuarta revolución industrial se remonta a los primeros años de esta segunda década del siglo XXI, cuando empezó a encuadrarse bajo esa denominación a una serie de tendencias relacionadas con las tecnologías de información y comunicación. Surgió en universidades y think tanks y comenzó a difundirse desde cajas de resonancia como la ferias industrial de Hannover.

Sin embargo, la gestación del proceso en sí mismo viene de mucho tiempo más atrás: una dinámica altamente disruptiva, carrera vertiginosa entre empresas, centros de investigación, naciones y regiones, que año con año toma mayor fuerza.

Difícilmente encontraremos coyunturas en las que sea tan imperativo, y a la vez tan pertinente y oportuno ante circunstancias como las del México actual, recuperar la valoración del concepto de política industrial o fomento económico.

En el contexto amplio está el propio despliegue de una nueva generación industrial. En una trayectoria muy básica, sigue a la primera revolución en la serie, iniciada a fines del siglo XVIII con el desarrollo de las máquinas y la energía del vapor; a la segunda, de fines del XIX, representada por la división planificada del trabajo, la producción en masa y la evolución de sectores como el químico y la electricidad; y a la tercera, desde mediados del XX con la producción automatizada, tecnologías de la información y electrónica.

La Cuarta Revolución Industrial, en la visión del Foro Económico Mundial (WEF, por sus siglas en inglés), podría resumirse en lo que llama “sistemas ciber-físicos”. Como lo define Nicholas Davis, al frente del área de Sociedad e Innovación del Comité Ejecutivo de esta institución, “si bien estas capacidades dependen de las tecnologías y la infraestructura de la Tercera Revolución Industrial, la Cuarta Revolución Industrial representa formas totalmente nuevas en las que la tecnología se integra en las sociedades e incluso en nuestros cuerpos humanos. Los ejemplos incluyen edición de genoma, nuevas formas de maquinaria inteligente, materiales innovadores y enfoques de gobernanza que se basan en métodos criptográficos como blockchain”.

Industria 4.0 significa ámbitos tan disruptivos como la inteligencia artificial y la digitalización de la materia, a través de la impresión 3D. No es cosa de ciencia ficción. Ya hace cuatro años, en China se logró un implante de columna basado en esa tecnología y se estima que el mercado de impresión 3D para la salud alcanzará unos 4,000 millones este mismo año. Engloba asimismo al llamado Internet de las Cosas: máquinas conectadas entre sí, no sólo en las fábricas y procesos administrativos y comerciales. Implica, por ejemplo, vehículos autónomos que podrían comunicarse entre sí para evitar accidentes.

El propio WEF refiere que, para el 2020, alrededor de 22% de los automóviles del mundo estarán conectados a internet: más de 290 millones de vehículos, y para entonces, más de la mitad del tráfico doméstico de Internet será utilizado por electrodomésticos y dispositivo. Más aún, se espera que este desarrollo llegue a la ropa.

Implica, además, para efectos más directamente centrados con los procesos industriales y en toda la extensión, encadenamientos productivos de ciclos de negocio, con áreas como el big data: la capacidad de ordenar y aprovechar cantidades masivas de información para una toma de decisiones cada vez más automatizada, eficaz y en tiempo real, a través de grandes redes de computadoras, almacenamiento de datos y algoritmos cada vez más inteligentes. Y toda esta disrupción, sin tocar otros frentes de transformación como la biotecnología y nuevas fuentes limpias de energía.

Las posibilidades parecen infinitas, pero igualmente lo parecen los riesgos, incluyendo los de la obsolescencia de sectores o procesos de los que dependen millones de empleos. Investigadores de Oxford han estimado que hasta 47% de los puestos de trabajo en Estados Unidos estarían en alto riesgo por el fenómeno de la automatización.

Hay que recordar que mientras ocurre todo este desarrollo en sectores de vanguardia, en muchos países y ámbitos de la economía apenas tienen lugar procesos propios de la tercera revolución industrial o inclusive de la segunda o primera.

Las principales empresas del mundo tienen presente esta dinámica y lo que supone, y todas deben hacer lo propio, lo mismo que los países. La carrera ya inició. Podemos constatarlo con estrategias como las que parecen seguir Estados Unidos o China, basadas en las circunstancias históricas, económicas y políticas de cada cual.

China, con un planteamiento más centralizado, con el énfasis en convertirse en líder en áreas claves del futuro como las baterías, para dispositivos electrónicos móviles e incluso automóviles, y los páneles solares; con una estrategia geopolítica que incluye la Iniciativa del Cinturón y Ruta de la Seda, llamada el Plan Marshall chino, y el control de commodities como el cobalto, fundamental para las pilas eléctricas.

Estados Unidos, que confía mucho más en el empuje de su iniciativa privada, que ha creado realidades como el Valle del Silicón o el desarrollo actual del sector energético, fortalecido con tecnologías como el fracking. Al mismo tiempo, con una administración Trump que está apostando por la reducción masiva de impuestos, la desregulación y la inversión en infraestructura para incentivar más el crecimiento.

México tiene que tener su propia estrategia de desarrollo ante este proceso histórico, con una política industrial específica, de acuerdo con nuestras propias fuerzas, oportunidades, amenazas y debilidades. Puede verse como una nueva etapa de retos, tras los esfuerzos y avances que se han dado en áreas como estabilización macroeconómica, apertura comercial y fortalecimiento manufacturero y exportador, con impulsores actuales como las Zonas Económicas Especiales.

Hoy está ante nosotros un nuevo tren, del que no podemos quedar fuera.

*Secretario ejecutivo de la Autoridad Federal para el Desarrollo de las ZEE.

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