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Los personajes

OpiniónEl Economista

La segunda presidencia de Trump representa un momento profundamente peligroso para la vida pública estadounidense y para el mundo en general. Lo es no sólo por sus posturas extremas y por las políticas públicas que ha prometido, sino por su personalidad como individuo. Se trata de una persona megalómana, misógina e impredecible que varios de sus excolaboradores han calificado como incapaz, inestable e incluso fascista. El hecho de que el país más poderoso del mundo esté gobernado por un personaje con claros tintes autoritarios, que además es inestable emocionalmente, y cuyo partido controlará el Congreso y la Suprema Corte, es una combinación explosiva.

Para México se vislumbra un escenario tremendamente complejo, con poco margen para el entendimiento y la negociación. Pero si algo debe considerarse ante esta nueva realidad es que los individuos importan, y mucho. Importan porque son ellos quienes toman decisiones con base en sus experiencias personales, creencias y sesgos cognitivos. Porque los líderes individuales construyen narrativas que moldean la percepción interna y externa de los conflictos. Porque cuando los líderes tienen una buena relación personal, pueden gestionar mejor las tensiones y facilitar la cooperación en áreas de interés mutuo. Por el contrario, una relación deteriorada puede complicar incluso las relaciones más estables.

Así las cosas, vale la pena echarle un ojo a la alineación de personajes que serán los responsables de conducir la relación entre México y Estados Unidos. Del lado estadounidense es aún prematuro pues algunos de las designaciones más relevantes requieren confirmación del Senado. Sin embargo, uno de los nombramientos recientes que llama la atención es el de Tom Homan, un ex director de Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de Estados Unidos (ICE, por sus siglas en inglés), que fungirá como el nuevo “zar de la frontera”. Homan, con tres décadas de experiencia en las fuerzas del orden, es el padre intelectual de la política de separación de familias migrantes como medida disuasoria. Malas noticias para México.

Otro personaje que podría integrarse al nuevo gabinete es Robert Lighthizer, exrepresentante comercial de los Estados Unidos (USTR) durante la primera administración de Trump y principal contraparte de México durante las negociaciones del T-MEC. Su posible regreso al gabinete sería desafortunado porque Bob —como se le conoce en los círculos estadounidenses— no sólo es un enamorado de los aranceles, sino también un negociador implacable. Como nota al pie, el exsecretario de economía Ildefonso Guajardo con frecuencia recuerda su experiencia durante las difíciles negociaciones del T-MEC y menciona a Bob como un personaje histriónico pero razonable, y un amante de la mano dura en las negociaciones.

Del lado mexicano, la presidenta Claudia Sheinbaum no tiene una relación personal con Trump ni con miembros de su equipo, como fue el caso de los expresidentes Peña Nieto y López Obrador. En su lugar, ha delegado la relación a los secretarios de Economía y Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard y Juan Ramón de la Fuente. Ambos son vistos con buenos ojos por un sector de la opinión pública. El primero porque ya lidió con Trump, aunque bien puede argumentarse que cedió a las amenazas trumpistas cuando, en 2019, el gobierno mexicano aceptó el polémico programa Remain in Mexico. Sobre el segundo, mucho se ha enfatizado su experiencia como Embajador de México ante la ONU, pero esto absolutamente nada tiene que ver con el cotidiano estadounidense.

Finalmente, está la figura del embajador de México en Washington, cuya identidad aún es desconocida. A mi juicio, es fundamental que se trate de una persona experimentada que cuente con la plena confianza de la presidenta Sheinbaum (ni de Ebrard ni de De la Fuente, sino de Claudia) y que posea un entendimiento profundo del entorno político estadounidense; alguien que comprenda el adagio popular de que en Estados Unidos "toda la política es local" (all politics is local). Solo así será posible proteger los intereses nacionales y cimentar una relación bilateral basada no en la improvisación, sino en un liderazgo claro y en la confianza mutua.

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