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Opinión

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¿La UE escuchará el llamado a la integración de Draghi?

En un informe muy esperado, Mario Draghi ha pedido que la Unión Europea construya algo parecido a una economía de guerra y la ponga en marcha, utilizando potencia de fuego común. Pero si bien existe un creciente sentido de urgencia en Europa que podría llevar a un consenso sobre la necesidad de una integración más profunda de la UE, también podría empujar al bloque en la dirección opuesta.

LONDRES. Mario Draghi, expresidente del Banco Central Europeo y exprimer ministro italiano, ha ofrecido su informe tan esperado sobre la competitividad europea ante la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. El informe no se guarda nada: emite una cruda advertencia sobre la trayectoria actual de la Unión Europea (UE) y propone nuevas maneras de pensar en las cuestiones y políticas clave. Según Draghi, los desafíos que enfrenta Europa son absolutamente existenciales. En los últimos 20 años, el crecimiento del ingreso per cápita en la UE ha quedado rezagado respecto del de Estados Unidos. Más preocupante aún es que Europa, esencialmente, no está preparada para navegar un contexto global que cambia aceleradamente, y que se caracteriza por crecientes tensiones geopolíticas y una rápida transformación tecnológica. 

Con la economía más abierta entre las principales potencias del mundo, Europa es sumamente vulnerable a las tensiones comerciales y a otras alteraciones. Lo que complica aún más las cosas es el hecho de que Europa es profundamente dependiente de la importación de energía y materias primas críticas, y enfrenta mayores costos energéticos que sus rivales globales. El acceso a energía barata es vital para el liderazgo económico.

Europa también está rezagada respecto de países como Estados Unidos y China en materia de innovación tecnológica y comercialización. De hecho, la presencia de la UE en la industria tecnológica es marginal: no hay ninguna empresa de la UE que se posicione entre las diez principales empresas tecnológicas del mundo por capitalización. La UE está perdiendo su ventaja inclusive en industrias que alguna vez dominó, como la automovilística. El problema no es la falta de ideas; por el contrario, Europa ha tenido dificultades para traducir sus ideas en éxitos comerciales. Los economistas coinciden en que la competitividad no está arraigada en los excedentes comerciales, sino en la productividad, y aquí la UE lucha por mantenerse a flote. Los europeos pregonan su modelo social superior y su alta calidad de vida. Pero si las tendencias demográficas y el estancamiento de la productividad persisten, estas ventajas pronto serán inasequibles.

Draghi pinta un panorama desolador pero realista. Antes de implementar cambios drásticos de políticas, como los que propone Draghi, los europeos deben generar un consenso político sólido sobre la magnitud del problema, inclusive una idea clara de las fortalezas y debilidades de la forma de capitalismo de Europa. Si el informe de Draghi no hace nada más que catalizar este proceso, habrá sido un logro importante.

Pero el informe puede hacer más para ayudarnos a entender los problemas que enfrentamos; también puede conducirnos hacia soluciones más efectivas. Por ejemplo, en los años 1990, la idea prevaleciente era que la baja productividad reflejaba una rigidez del mercado laboral, pero que flexibilizar los mercados laborales no conducía a un alza de la productividad. Según Draghi, una mejor estrategia sería centrarse en impulsar la inversión privada y pública. Tal como están dadas las cosas, sin embargo, la fragmentación de mercado (que limita la escala), junto con la imposibilidad por parte de los responsables de las políticas de alcanzar el equilibrio correcto entre regulación tecnológica y apoyo de la innovación, obstaculiza la inversión privada. Por otro lado, la imposibilidad de elegir las prioridades correctas, la falta de herramientas de política industrial para defender objetivos comunes de la UE y, más importante, la incapacidad de recaudar financiamiento a nivel europeo están minando la inversión pública.

Con esto en mente, Draghi sostiene que reorientar el gasto público hacia la innovación –así como eliminar las regulaciones excesivas, que dificultan la capacidad de crecer de las nuevas empresas– es esencial para impulsar un ecosistema de innovación en toda Europa. No vacila en defender las subvenciones y las protecciones para empresas innovadoras en industrias seleccionadas en tanto vayan adquiriendo la dimensión necesaria para competir a nivel internacional. Draghi también aboga por la creación de un mercado de energía unificado de la UE para reducir los costos energéticos. Alienta una estrategia pragmática para comercializar con China, con reglas diseñadas para diferentes sectores y tecnologías. Y recomienda el desarrollo de una “política económica exterior” de la UE, que incluya acuerdos comerciales preferenciales con socios amigables.

Los críticos podrían intentar presentar estas posturas como excesivamente radicales. Pero el informe de Draghi no debería ser leído como un respaldo generalizado de políticas comerciales discriminatorias y una política industrial a gran escala. Como enfatizó en su discurso ante el Parlamento Europeo, no está sugiriendo que la UE deba “escoger ganadores” o exigir un proteccionismo generalizado, mucho menos una revisión de las reglas de la Organización Mundial del Comercio.

Uno de los mensajes más importantes y valorados del informe es que la protección del mercado único requiere de herramientas que estén diseñadas e implementadas a nivel de la UE. Otro es que, sin un mercado profundo y líquido para la deuda de la UE, la creación de un activo seguro europeo –crucial para recaudar financiamiento para bienes públicos– resultará imposible, y la unión de mercados de capital, que sería un gran avance en materia de respaldo de la inversión privada, nunca se desarrollará.

Por último, el informe de Draghi llama a que Europa decrete algo parecido a una economía de guerra y la haga funcionar en caliente, utilizando una potencia de fuego común. Pero desarrollar una estrategia única para innovación, energía, defensa, política industrial y herramientas de financiamiento común no será una tarea fácil, ya que exigirá una voluntad política sólida y sostenida en toda la UE. La UE no es una federación y, por lo general, ha prevalecido el nacionalismo económico, impidiendo fusiones transfronterizas, limitando la coordinación y obstaculizando el financiamiento común. Hoy, el presupuesto común de la UE representa apenas el 1% del PIB del bloque, y la deuda común emitida en respuesta a la pandemia del Covid-19 fue, por naturaleza, temporaria.

Sin duda, con la guerra en Ucrania que arrasa a las puertas de la UE, y la rivalidad entre Estados Unidos y China que amenaza la base de su modelo económico, existe una creciente sensación de urgencia que podría llevar a los europeos hacia un consenso sobre la necesidad de una integración política y económica más profunda. Pero también podría empujar a Europa en la dirección contraria, hacia una situación en la que los países se replieguen más profundamente hacia un nacionalismo económico. Los bajos niveles de confianza y los intereses divergentes entre los estados miembro de la UE, junto con la falta de un proceso democrático a nivel de la UE capaz de facilitar la integración, generan muchos motivos para dudar de que los líderes europeos presten atención a la advertencia de Draghi.

La autora

Lucrezia Reichlin, exdirectora de investigación en el Banco Central Europeo, es profesora de Economía en la London Business School.

Copyright: Project Syndicate, 2024 

www.project-syndicate.org

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