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Política

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Las memorias del espía que confió en tres presidentes mexicanos

Adolfo López Mateos, Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría Álvarez, supuestos informantes del espía Winston Scott, cobraban demasiado por servicios que dejaban mucho que desear. La carrera de Scott en la CIA tuvo un final abrupto.

El privilegio obnubiló los afinados instintos del espía de la CIA, jefe de estación de la Ciudad de México.

En junio de 1969, tras la matanza de estudiantes en la Plaza de Tlatelolco, la CIA pidió a Winston Scott que se retirara del cargo. Autoridades de la agencia declararían —cosas de espías— que los hechos del 2 de octubre de 1968 en la Ciudad de México nada tuvieron que ver con la decisión administrativa. Lo cierto es que la red de informantes del hasta entonces eficiente espía Winston Scott le reportaron lo que quisieron, pero no lo que necesitaba, y la CIA, tan lejos de las cenas y convites de la pujante alta sociedad mexicana, no pasó por alto las pifias. “Esto es México, Winston”, debió advertirle alguien.

Y es que en la nómina de la red de informantes LITEMPO se encontraban los entonces presidente y secretario de Gobernación del patio trasero de Estados Unidos, entre otros encumbrados funcionarios. En opinión de los superiores de Scott, los informantes cobraban demasiado por servicios que dejaban mucho que desear. Winston Scott, que inició su carrera en la CIA en la división de criptografía para luego pasar a las tareas de campo, tenía bajo los nombres clave LITEMPO-2 y LITEMPO-8 a Gustavo Díaz Ordaz y a Luis Echeverría Álvarez, respectivamente.

Las letras LI eran el código usado por la CIA para clasificar las operaciones en México; TEMPO era el término dado por Scott a un programa que, en palabras de una historia secreta de la agencia, era "una productiva y efectiva relación entre la CIA y un selecto grupo de altos funcionarios en México".

Lo anterior se desprende de las memorias que Scott escribió tras su retiro de la agencia. El 26 de abril de 1971, el otrora procónsul estaodunidense en México murió en su casa de las Lomas de Chapultepec. La CIA confiscó los documentos personales de Scott tras el deceso. Fue hasta la década de los 80 que la agencia devolvió el manuscrito al hijo de Scott, pasado por la censura, por lo que éste presentó una demanda para que el archivo fuera devuelto íntegro. La justicia falló a su favor, parcialmente, y la CIA devolvió algunos capítulos. En el 2008 se publicó un libro basado en esas memorias escrito por el periodista Jefferson Morley y titulado Nuestro hombre en México: Winston Scott y la historia oculta de la CIA.

El libro detalla la relación de colaboración entre Winston Scott y altos funcionarios mexicanos durante el periodo que fue de 1956 a 1969.

México era una versión de Casablanca en América Latina

El afable y rubio Scott llegó a la Ciudad de México en 1956 a dirigir la estación de la CIA en el país. El eficiente funcionario —que venía de dirigir la división de Europa Occidental de la Oficina de Operaciones Especiales, supervisando el espionaje en toda Europa Occidental— pronto ascendió en la escala social mexicana. El carismático y sociable Adolfo López Mateos ganó la designación de Adolfo Ruiz Cortinez para hacer campaña por el PRI por la Presidencia de la República. Para finales de 1958, López Mateos vestía la banda presidencial. En agosto de 1958, Scott desayunó con Adolfo López Mateos, “de ese desayuno veraniego surgiría la operación conocida como LITEMPO, la red de agentes pagados y colaboradores dentro y en torno a la oficina presidencial". Scott no asignó al presidente López Mateos un alias LITEMPO, como hizo con Díaz Ordaz o Echeverría; en cambio, le asignó el nombre código LITENSOR, cuenta Jefferson Morley.

La relación entre el jefe de la oficina de la CIA en México y el presidente López Mateos se fortaleció al punto de que el mandatario fungió de testigo en la boda de Scott celebrada en 1962.

Durante la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría, México fue un punto nodal del espionaje internacional debido a su vecindad con Estados Unidos. Espías nazis, soviéticos y estadounidenses tuvieron en el país base de operaciones para vigilarse los unos a los otros. Luego del término de la conflagración mundial, las dos potencias resultantes se enfrascaron en la Guerra Fría. Estados Unidos creó la Agencia Central de Inteligencia, (CIA) en 1947, y desde entonces su oficina en México fue una de las más importantes a escala global. La Embajada de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) en México era el centro de espionaje de los rusos para América Latina.

“La Ciudad de México [en la década de los cincuenta] era una especie de versión latinoamericana de Casablanca: una gran ciudad llena de ideologías en conflicto, con agentes provenientes de distintos países espiándose los unos a los otros; alzamientos campesinos con grandes negocios tratando de controlarlos; tráfico de armas, tráfico de drogas; lavado de dinero; personas escondiéndose; personas buscando personas escondidas; y todas las demás permutaciones de una lucha de poder internacional apenas imaginable”, se puede leer en las memorias de E. Howard Hunt, agente de la CIA, que publicó bajo el título American Spy: My Secret History in the CIA, Watergate and Beyond.

Con el triunfo de la Revolución cubana en 1959, la isla se sumó a la fiesta de espías que se estaba dando en la ciudad de México, y apostó también a sus agentes en el sitio.

En opinión de Scott, “la elite mexicana tenía que ser antiyanqui en el discurso público”, pero “en privado, querían proteger sus privilegios”. Una observación atinada de Scott, que por no mantenerla presente le costaría el cargo después. De esta forma, las autoridades mexicanas dejaban que se dieran los juegos de espías, siempre y cuando sus privilegios se garatizaran o por lo menos no se amenazaran.

La conexión JFK

Punto neurálgico durante la Guerra Fría, México se vio envuelto en las investigaciones por el asesinato del presidente John F. Kennedy el 22 de noviembre de 1963. El único inculpado en el magnicidio, Lee Harvey Oswald, según los informes de inteligencia, viajó a México tras verse implicado en el intento de asesinato del general Edwin Anderson Walker el 10 de abril del 1963. Oswald visitaría la ciudad de México para presentarse a la Embajada soviética a pedir un visado —y también un vaso con agua, ¿por qué no?—, según algunas fuentes.

Fernando Gutiérrez Barrios —el superpolicía del régimen por décadas—, adscrito a la Dirección Federal de Seguridad —la inteligencia mexicana—, asistió a Scott en los días posteriores al asesinato del presidente Kennedy, al interrogar a mexicanos que habían tenido contacto con Oswald durante su visita a la Ciudad de México. Por su valía como informante, Scott le había asignado a Gutiérrez Barrios el nombre código de LITEMPO-4.

Se ha especulado que Oswald tuvo contactos con espías soviéticos en México. Otra de las línea de especulación es la conexión cubana: Oswald tuvo una relación con una secretaria que trabajaba en la Embajada de Cuba en México. Hasta ahora, todas han sido descartadas, y persiste la versión del asesino solitario.

La reciente desclasificación decretada por Donald Trump de documentos relacionados con las investigaciones del gobierno de Estados Unidos sobre el asesinato de John F. Kennedy abrían la posibilidad de acceder a fuentes oficiales que certificaran las memorias de William Scott, y con ello, al conocimiento de la existencia de la red de informantes pagados por la CIA en México, y que tuvo como empleados a tres presidentes mexicanos.

Fuero liberados 2,800 documentos secretos sobre la investigación del asesinato de Kennedy y se mantuvo bajo reserva 90% del acervo de 30,000 documentos por consideraciones de “seguridad nacional”.

Existe la sospecha fundada de la actuación como informantes de la CIA de los expresidentes mexicanos. En la década de los noventa se creó un comité investigador que se encargó de examinar y publicar los documentos oficiales del gobierno estadounidense sobre el asesinato de Kennedy. El juez federal John R. Tunheim encabezó dicho comité, que recibió el nombre de Panel de Revisión de los Archivos sobre el Asesinato. En 1998, el Departamento de Estado y la CIA hicieron la petición al Panel de Revisión de que los documentos no se publicaran. El argumento presentado fue que la información contenida en los archivos “podía ser ser dañina para los intereses del Gobierno mexicano”.

“Publicar cómo un Gobierno extranjero comparte inteligencia con la CIA puede ser controvertido, y creo que eso les preocupaba, porque el partido político que estaba en el poder en México en los años 1990 era el mismo que había estado en poder en los 1960”, cuando asesinaron a Kennedy, declaró el juez Tunheim en una entrevista dada a la agencia española Efe en octubre pasado.

Los argumentos presentados por el Departamento de Estado y la CIA convencieron al comité de que no publicara los detalles de “los acuerdos” que tenía Estados Unidos para compartir inteligencia con México, por temor a que eso hiciera caer al Gobierno mexicano. En 1998 gobernaba Ernesto Zedillo, de extracción priista. El México de los sesenta fue gobernado —¡oh, casualidad!— también por el PRI. La CIA buscaba proteger a sus aliados.

Contrainteligencia a la mexicana

Scott se fio de sus buenas relaciones con los presidentes. Confió en que la relación amistosa con sus fuentes le garantizaría informes fidedignos. No hay honor entre ladrones y menos entre espías; y aún menos si los espías son mexicanos, como parecen señalar las memorias de Scott. Durante las revueltas estudiantiles de 1968 en México, Scott esperaba que sus amigos le dieran informes precisos sobre la situación. Recibió en su lugar la justificación a la represión de un sistema autoritario: tuvieron que actuar porque los comunistas extranjeros estaban influenciando a la juventud mexicana. Scott se enteraría mas tarde que el peso de tal injerencia era nulo, y que las manifestaciones se debieron a una sociedad que buscaba espacios de expresión ante un régimen autoritario.

El privilegio y la simulación a la que es afecta la clase política mexicana resultó una medida de contrainteligencia tan eficaz que le costó el puesto a un destacado espía norteamericano. Fiestas, accesos VIP a todo espacio, impunidad y privilegio, tan seductores, nublaron su inteligencia. Espías a la mexicana, que cobraban de aviadores de Estados Unidos, acabaron con su carrera. “Esto es México, Winston”, debió advertirle alguien.

luis.martinez@eleconomista.mx

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