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Aquí con Alfonso Reyes sin remedio y todavía
El intelectual regiomontano fue un amante de la escritura, y amaba la vida tanto como la buena mesa; “Acuérdate de vivir”, repetía citando a Goethe.
Escrituras citadinas
Cuando un hombre que vive en un jardín ignora los nombres de sus plantas y sus árboles, sentimos que hay en él algo de salvaje, que no se ha preocupado por labrar la estatua moral que tiene el deber de sacar de sí mismo. Igual diremos del que ignora las estrellas de su cielo y los nombres de sus constelaciones.
Alfonso Reyes, Cartilla moral, lección X
Hace 60 años, el 27 de diciembre de 1959, murió Alfonso Reyes en la Ciudad de México. Por su obra extensa, la profundidad de sus ideas, su solidez y altura intelectual, por haber sido poeta, embajador, narrador, dramaturgo y ensayista iluminó, amparó e impresionó a todos los escritores y pensadores mexicanos del siglo XX.Difícil acercarse a Reyes por el camino largo de sus Obras Completas, pero cuando una sola de sus composiciones nos asalta, nos cautiva sin remedio.
Nacido en Monterrey, un 17 de mayo de 1889, Alfonso fue hijo del general Bernardo Reyes, héroe de la Intervención Francesa y adepto, como casi nadie en el Norte al general Porfirio Díaz. Alfonso, desde niño, mostró inclinaciones y destrezas muy distintas a las de su padre. El arte y la milicia vivieron en paz, bajo el mismo techo y cada uno en su rincón. Alfonso se dio cuenta pronto que el talento en buena medida, era una de insistencia y voluntad. “El arte de la expresión, escribió Reyes, no me apareció como un oficio retórico, independiente de la conducta, sino como un medio para realizar plenamente el sentido humano. Escribo: eso es todo. Escribo conforme voy viviendo. Escribo como parte de mi economía natural. Después, las cuartillas se clasifican en libros, imponiéndoles un orden objetivo, impersonal, artístico, o sea artificial. Pero el trabajo mana de mí en un flujo no diferenciado y continuo”.
Reyes obtuvo el título profesional de Leyes a los 23 años, fue secretario de la Escuela Nacional de Altos Estudios y allí fundó la cátedra de Historia de la lengua y literatura española. Sus intereses académicos solo se detuvieron por un espantoso momento: el día de la muerte de su padre, el general Bernardo Reyes asesinado justo el primer día de la Decena Trágica. La fecha de la balacera, dio título a una de sus pocas obras póstumas: Oración del 9 de febrero.
Sin embargo ni siquiera la rabia y el dolor pudieron con su genio: apasionado por la cultura clásica, interesado por trazar el intelecto del México moderno, formó el Ateneo de la Juventud, presidió la Casa de España- antecedente de El Colegio de México-, fundó el IFAL y El Colegio Nacional. Todo ello sin abandonar la creación literaria, la reflexión, la publicación de poesía, cuento, ensayo, antologías, estudios, artículos, notas, briznas y hasta un minutario de cocina.
Por si fuera poco, Reyes tenía también un excepcional sentido del humor, que lo mismo le servía para satirizar las imprudencias de sus amigos, que para seducir y conseguir bondades y simpatías. Contaba Justo Sierra Casasús que estando en París, don Alfonso había pasado a visitarlo a su hotel. Para ponerse al día, ver en qué andaba su antiguo ayudante y “darle buenas cuentas a tu padre” había rematado, refiriéndose a su muy buen amigo Manuel Sierra. Después de las palabras y admoniciones de rigor, don Alfonso le dijo a Justo que le prestara su habitación por esa noche, para tratar unos asuntos importantes privada y calmadamente. Sin chistar, ni preguntar, Justo le alcanzó la llave y se sentó, afuera, en la terraza del hotel. Dicen que Kiki, la reina del barrio parisino de Montparnasse, famosa modelo, cantante y musa de artistas como Cocteau, Chagal, Eisenstein, y Calder atravesó el vestíbulo del hotel, subió sensual y magnífica las escaleras y desapareció en el mismo piso de donde estaba don Alfonso. Sierra, a la mañana siguiente, cuando Reyes bajó todo sonrisas, para un desayuno tardío de croissaints y café, ni preguntó ni reclamó nada. Más se pasó años diciendo que había sido de las noches más terribles de su vida: París de noche y invierno adelantado, el frío más atroz, la calle por almohada y ninguna copa de coñac.
Una de las frases favoritas de Reyes, de Goethe, uno de sus autores más preciados, fue “Acuérdate de vivir” y así lo hizo. Disfrutó siempre de la buena mesa, el buen vino, las tertulias, los amigos en su casa y las conversaciones infinitas. Sabía que a veces, la vida es tan amarga que abre las ganas de comer, y entre sarcástico y melancólico contaba de todos los platillos que había comido en sus viajes por el mundo. Tenía muy buen diente. Un apetito que igualaba el placer de los libros con los gozos de la cocina. “Necesitamos desesperadamente que nos cuenten historias, decía, tanto como comer, porque las palabras nos ayudan a organizar la realidad e iluminan cualquier caos que se presente”.
Vaya lo anterior, lector querido, para que mañana, en la cena de Año Nuevo, piense en hincarle el diente a cualquier obra de Alfonso Reyes y recuerde que el tiempo es el mejor autor porque siempre encuentra un final perfecto.