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Arte e Ideas

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La Catedral como medida del alma

La larga historia de nuestra muy noble Catedral Metropolitana.

Muy noble, leal, fue llamada la Ciudad de México, una vez que se escribió en castizo y todo podía describirse en la lengua de Cervantes. Informes a la Corona, archivos, cartas y referencias daban cuenta de cómo funcionaba la nueva y más linda joya de la colonia española. Nuevos edificios y construcciones se planearon y diseñaron asombrosamente rápido. Sin embargo y porque las nuevas tierras ya eran parte del imperio español, no se podía romper el orden de las cosas. Lo primero debía ser una máxima casa para Dios, una catedral, el recinto que sustituyera al gran templo teñido cientos de veces con las salpicaduras de profana sangre. Y que no fuera como la de Mérida: que fuera el corazón de la nueva ciudad, resultara esplendorosa y desde su misma contemplación cantara la gloria de Dios.

Escribe Manuel Toussaint, en su libro La catedral de México, de 1973, una explicación insuperable del fondo, la forma y la razón de estas obras:

Encontramos en la catedral la expresión máxima de la paz porque el magno monumento se abre, para recibirnos siempre con un espíritu de bondad, de misericordia hacia nuestras flaquezas, de reconciliación con los principios del bien. La catedral, santuario máximo de Dios, no puede albergar sino la paz. La paz, ese don de las almas privilegiadas que han sabido equilibrar en sí mismas la vida externa, mundanal y pasajera, con la esperanza de una vida sin límite, sin asechanzas, sin dolores. Dice Rodin que estas ideas surgen por la armonía. Es que la armonía es el principio fundamental de toda arquitectura, así sea en las obras más arcaicas y primitivas, como en las más modernas y audaces. La armonía debe imperar como ley en todo monumento arquitectónico digno de ser así llamado. La armonía de la Catedral se encuentra en su plano sobriamente trazado en forma de cruz inscrita en un rectángulo y limitado por capillas en la periferia. Las dos grandes torres son como atalayas que vigilan los contornos del edificio. La nave central parece destinada a los escogidos. En las naves procesionales, los fieles se acurrucan en muchedumbre. El Altar de los Reyes preserva un sitio al gobernante que debe representar a Dios en la Tierra. El crucero sirve de desahogo al interior y, en el centro, la cúpula vuela como una imagen anticipada de la gloria eterna. Tal es el esquema, la estructura de una catedral. El equilibrio entre las partes y el todo, el engarce que llamaban los viejos arquitectos; la armonía entre esas mismas partes, sostenida por las sabias proporciones, produce ese sentimiento de reposo espiritual que hace del monumento la creación más intensa y más fecunda de toda la arquitectura eclesiástica .

Largo como un ascenso al cielo

Pero tal descripción, como la del docto guía que ilumina a los paseantes del siglo XX, se refiere a nuestra Catedral ya terminada. Pero el proceso de construirla, hasta que se nombrara Catedral Metropolitana de la Asunción de la Santísima Virgen María a los Cielos de Ciudad de México, sería largo y su versión definitiva comenzaría en 1573 y terminaría en 1813. Muchos edificios, fenómenos y personajes hay a lo largo de una historia que abarca casi todo el virreinato y llega casi hasta la declaración de independencia.

La primitiva Catedral de México, según el sabio Joaquín García Icazbalceta, fue edificada en 1525 entre la plaza mayor y la placeta del Marqués y fue así llamada por estar frente a las casas de Hernán de Cortés, hoy Monte Piedad. Estaba orientada de este a oeste, con la puerta principal llamada del Perdón como la Catedral nueva, hacia el occidente. Venía pues a dividir la gran plaza, que hoy es una sola con el recodo del Empedradillo. Se sabía además que dicho templo había sido levantado en el sitio que ocupaba el gran teocalli de México, y que las piedras sagradas de los indios habían servido de cimientos a la iglesia católica y hasta de pedestales a sus columnas .

Para mayores señas, Artemio de Valle Arizpe nos ayuda: Todo el mundo ha visto en un ángulo del jardín que rodea el templo mayor, rodeando el busto del último emperador azteca, unas enormes piedras labradas en forma de bases de columnas y que por su parte inferior presentan extraños relieves, pues bien, en ese sitio se levanta la primera catedral y ese sitio formaba parte de ella .

Esta iglesia pequeña y pobre fue vilipendiada por todos los cronistas que la juzgaban indigna de una tan grande y famosa ciudad , pero prestó sus servicios durante largos años. Muchas veces se ordenó que se levantara un nuevo templo, de proporcionada suntuosidad a la grandeza de la Colonia, mas las construcciones nuevas tropezaban con tantos obstáculos, con tantas dificultades para su construcción, que el templo viejo vio pasar por sus naves estrechas las suntuosas ceremonias del virreinato; pero cuando los hechos que las motivaban revestían gran importancia, se preferían otras iglesias, como la de San Francisco. Así fue, por ejemplo, cuando indios, conquistadores y mestizos hubieron de participar en las honras fúnebres de Carlos V.

Derroches, bendiciones ?y tragedias

Cuenta Manuel Toussaint que esta iglesia primitiva tenía de largo poco más que el ancho de la catedral actual y que sus tres naves no alcanzaban los 30 metros de ancho. Que las vigas estaban pintadas de amarillo jalde por los pintores indios de Tlateloco y Texcoco y que las ventanas, en vez de vidrios, llevaban encerados con pinturas. El techo era de madera y arriba de la puerta, a los dos lados, había dos vidrieras redondas con encerados de San Pedro y de San Pablo; ambas obras del artista Nicolás de Texeda. En el centro, otra imagen pintada de Nuestra Señora, que dicen fue mandada quitar por el obispo por ser indecencia que estuviese ahí .

Fue el arquitecto Martín de Sepúlveda el primer en encargado del proyecto entre 1524 y 1532, Juan de Zumárraga, el primer obispo de la sede episcopal en el Nuevo Mundo, y las reparaciones y remodelaciones muchas. Siempre intentando construir algo más grande y digno, recomenzando todo el tiempo, las crónicas hablaron de derroches, bendiciones y tragedias: la caída del mayordomo desde un andamio -que provocó su muerte instantánea , los 264 pesos oro que había cobrado el aparejador, el estupor de los vivos por si acaso, trabajando el suelo, habrían de hallar algunos muertos bajo tierra, la preocupación por ampliar la Puerta del Perdón, que era demasiado estrecha y el hecho de que si un alma se medía por las dimensiones de sus deseos y una catedral por la altura de sus campanarios, la cosa era grave. Todavía nadie había pensado en las campanas.

Siglos han pasado. Nuestra Catedral es la iglesia más grande de América Latina. ¿Las campanas? Esas tienen su propia historia.

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