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Arte e Ideas

Lectura 3:00 min

La rebelión de los perros oprimidos

Una cinta sombría y violenta que termina con un rayito de la luz del amor entre una niña y su perro.

Una niña y su perro. De eso, precisamente, no se trata Hagen y yo, cinta húngara del director Kornél Mundruczó. Más bien es la historia del perro y, adicionalmente, de la niña. Me explico: sí, la relación entre una niña y su adorada mascota da pretexto para la historia, pero la película no se agota ahí.

La primera escena es enigmática hasta el punto de ser espeluznante: una niña recorre en bicicleta una ciudad desolada y de repente atrás de ella aparece una jauría enloquecida de perros. ¿Van tras ella? ¿O ella es la líder, al estilo Juana de Arco?

La cinta es interesante por momentos, aunque para llegar a los buenos hay que chutarse algunos momentos aburridos. No siempre cumple su promesa de emocionarnos o de mantenernos en vilo con una historia de suspenso al estilo de Los pájaros.

Lili (Zsofia Psotta) tiene que vivir con su padre durante unos meses. El padre es, aparentemente, muy poco amoroso y no tiene ninguna tolerancia con Hagen, el perro de la niña. Un día, en un arranque y para darle una lección a su hija, abandona a Hagen en plena avenida.

El destino del perro es, como cabría esperar, ser atropellado o sobrevivir como miserable perro callejero. Es ahí donde la película toca su forte: retratar la vida citadina desde el punto de vista de los perros de la calle. La cinta retrata bien la relación, casi siempre entintada de crueldad, entre las personas y los animales.

El pobre Hagen pierde su identidad, su existencia como mascota, la seguridad diaria de su alimento y cobijo. Pierde, pues, su inocencia. Es un Oliver Twist perruno. Se vuelve un perseguido: por todos los humanos con los que se topa, que lo tratan como una plaga, y también por la perrera, la cárcel canina en cuyas rejas está la muerte casi segura. Después es convertido en una máquina de matar por un apostador de peleas de perros. El Hagen de Lili desaparece poco a poco.

Lili trata de encontrar a su perro y en ese trance ella misma también va perdiendo parte de su inocencia infantil. Se escapa de casa, falta a la escuela, comienza a coquetear con el alcohol y las drogas. La relación con el padre es interesante: es obvio que no se siente cómodo con la niña, pero también que trata de amarla a su modo; sin embargo, esa subtrama se vuelve poco importante ante la apoteosis canina que se aproxima.

Hagen, finalmente, cae en la perrera. Pero está herido, así que lo colocan en la fila de los sacrificables; no obstante, el nuevo Hagen es indomable y se escapa, luego libera una horda de perros enfurecidos que están listos para balancear el marcador entre perros y humanos.

Recorren las calles de Budapest con Hagen como líder. Matan, destruyen, son un verdadero horror. La policía sale armada hasta los dientes para sofocar el levantamiento. Es aquí cuando la película está más viva. Estamos, sin dudarlo, del lado de los perros rebeldes.

Al final, la historia termina en un gesto de amor.

Hasta la bestia más salvaje responde al amor, aunque suene cursi. Hagen y yo es una cinta sombría que termina con un rayito de luz.

concepcion.moreno@eleconomista.mx

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