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Las horas perdidas: La estadística
No es tan simple como poner de un lado el número total de libros leídos en el año por todos los mexicanos y del otro el total de mexicanos.
Como cada tanto tiempo, se publica la estadística. Esta vez fue Nexos, que en su número de mayo, cita que los mexicanos (del centro del país) leemos 2.3 libros cada año, mientras que los mexicanos universitarios leen la portentosa cifra de 3.2.
Este tipo de datos siempre provoca reacciones encontradas y encendidas, desde el que indignado dice que por eso estamos como estamos; hasta el (universitario) que concluye que tendrá ahora que efectivamente leerlos, para cumplir su cuota, y muere de flojera.
No importa si la cifra es del centro del país o de toda la república. Si es resultado de una encuesta de consumo publicada por algún periódico, de un ensayo de Gabriel Zaid, o la que cita Nexos que es la Encuesta de Consumo de Productos Piratas y Falsificados en México. Todos coinciden en los números con una variación mínima: 1.2 libros, 2.3 libros, 3.1 libros al año.
Pero lo primero que deberían despertar este tipo de cifras es desconfianza. Como en tantas, la inevitable pregunta: ¿cómo lo saben? ¿De dónde se obtiene el cálculo?
Definitivamente no es tan simple como poner de un lado el número total de libros leídos en el año por todos los mexicanos y del otro, el total de mexicanos, dividir y listo.
¿Cómo saber cuál es el número total de libros leídos en el año por todos los mexicanos? Ni siquiera la gente que lee muchos más del promedio suele llevar la cuenta. Tampoco podemos partir de los programas escolares. ¿Se calcula por los libros prestados en las bibliotecas? ¿Por los libros vendidos? ¿Todas las unidades vendidas por las librerías son libros? ¿Todos los libros vendidos, son leídos? ¿Qué porcentaje?
En realidad, esta estadística que lleva a intelectuales a cortarse las venas; a políticos a impulsar leyes de fomento a la lectura; a innumerables discursos en ferias del libro y encuentros de escritores; a libreros deprimidos; a conversaciones de sobremesa donde se habla de la educación mexicana como del pariente alcohólico; son producto de una pregunta en una encuesta: y usted señora, ¿cuántos libros leyó en el 2009?
Ya nos gustaría un trasfondo científico/mágico que fuera capaz de obtener un dato más preciso. Comités de expertos que realizaran cuidadas investigaciones sociales y mercantiles: Por cada x libros vendidos, se leen n . Por cada tiraje de z ejemplares, debemos calcular tantos lectores en cada número determinado de meses. Todo documentado y científico.
El otro lado de la ecuación no es menos malo. ¿Debemos considerar a todos los mexicanos o sólo a los mexicanos que leen, o sea los alfabetizados? Una cifra debidamente obtenida por algún funcionario recopilando datos duros para el próximo informe de gobierno.
Si quisiéramos ser justos, incluso tendríamos que separar entre los alfabetizados a aquellos que pueden realmente leer un libro, eliminando a los demasiado jóvenes (pero alfabetizados) y a los demasiado ancianos. Entonces llegar a un padrón de lectores potenciales y dividir entre ellos.
Pero eso no ayuda, se puede alegar, a dar una imagen certera de los mexicanos y la lectura. Para hacer eso, y poder comparar con los otros países hay que promediar entre todos. Incluyendo, sí a todos los alfabetizados, y a los analfabetos: bebés, niños pequeños, indígenas que hablan otras lenguas, la mitad del sindicato de maestros y los diputados federales.
Si fuéramos estrictamente serios, deberíamos decir, los mexicanos que dicen que leyeron libros en el 2009, según la encuesta tal y tal, que contempla tal muestra tomada de tal manera a gente encontrada: a) En la calle; b) En el metro; c) En la cafetería de la universidad; d) Formada en las taquillas de la Plaza de Toros, etcétera.
El problema es que la precisión no nos da un pretexto para sentirnos y hablar mal de nuestro país, sin seguir competencias deportivas internacionales o ver las noticias del narco. Se ha vuelto una verdad aceptada que los mexicanos no leen. Que si el promedio mencionado no es exacto, por ahí va la cosa.
Lo curioso es que si nuestros gobernantes están convencidos de ello, como dicen, se tomen dos años en publicar un reglamento para su flamante Ley de Fomento al Libro y la Lectura. Y una vez publicado, sea este un nuevo catálogo de buenas intenciones e instancias pospuestas: comités que deberán formarse y obligaciones sin sanción.
Por cierto, ¿sabían que siete de cada 10 mexicanos tiene problemas de alimentación? (Aquí vamos de nuevo).