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Mirar a Safo nos devuelve nuestro reflejo
La poeta griega Safo de Lesbos ha sido popular desde la Antigüedad. Referente de épocas posteriores, sus poemas se recitaban en fiestas y se enseñaban en las escuelas.
A pesar de ser mujer en una sociedad patriarcal –los siglos VII y VI a.e.c.–, la calidad de sus poemas la premió con el recuerdo. No obstante, sabemos muy poco de su vida personal, principalmente lo que ella misma contó en sus poemas: que tuvo una hija, varios hermanos… datos que no llaman la atención.
Además, conservamos muchos rumores y maledicencias, defendidos o justificados por otros autores (como se puede ver en los papiros de Oxirrinco 1800 fr. 1). Estos rumores apuntan al misterio de la vida privada de Safo: su fama, su trabajo, su orientación sexual.
Ya los autores antiguos se enfrentaron entre sí a propósito del lesbianismo de la poeta, tal y como harían los investigadores posteriores.
¿Safo famosa?
Aunque hay noticias de Safo a lo largo de toda la historia, no es hasta el siglo XVIII cuando surge la investigación científica. Los primeros historiadores se encontraron con una mujer que tenía poder. Era autora de una obra literaria, visible y respetada. ¿Cómo era posible que las mujeres, que se supone que no valían para la educación y la ciencia, fueran reconocidas en la Antigüedad?
La primera explicación que encontraron fue “la perversión oriental”. Estos autores consideraban que todo lo que venía de Oriente estaba corrupto. De hecho, era posible que la gente se contaminase de orientalismo.
Sin duda eso es lo que les había pasado a los griegos de Mitilene –hogar de Safo–, que habían dejado que una mujer cobrara protagonismo. Esos varones blandos, asociados al lujo y a la lujuria, le habían dado demasiado peso a esa escritora. Por consiguiente, los poemas de Safo, aunque admirables, debían considerarse menores, no como la obra salida de la pluma de los grandes clásicos atenienses.
El mito del orientalismo tiene su origen en la superioridad europea y es muy antiguo. En este caso sirvió de excusa para justificar el problema de que una mujer fuera famosa y planteó razones para despreciar su obra.
¿Safo educadora?
También era problemático que Safo fuera una mujer de poder, rodeada de un grupo de muchachas. ¿Qué hacía con ellas? Y sobre todo, ¿cómo las educaba?
Para dar una explicación a estas dudas, Safo de Lesbos fue convertida en una institutriz de escuela privada para niñas de bien. Los historiadores se inspiraron inconscientemente en las escuelas victorianas regentadas por solteronas o viudas de intachable reputación para imaginar a una poeta en la Antigüedad.
¿Safo lesbiana?
Finalmente, había un problema mucho más espinoso, mucho más incómodo. Safo había sido acusada de lesbiana, amante de mujeres. Los escoliastas hablaban de las infames actitudes de Safo (Ovid. Tr. 2, 365) y denunciaban explícitamente que practicaba tribadismo, como menciona Porfirio en un comentario a Horacio (Epist. 1, 19, 28).
A finales del siglo XIX, al autor francés Pierre Louys se le ocurrió escribir un poemario bajo el nombre de una supuesta mujer griega: Las canciones de Bilitis. Bilitis era una autora ficticia que, Louys fabulaba, había sido compañera y amante de Safo.
Tras la publicación, los filólogos alemanes, con Ulrich von Wilamowitz-Moellendorff a la cabeza, se le echaron encima, acusándole de falsario. Consideraban que estaba atentando contra la buena reputación de Safo como esposa y madre al insinuar que hubiese sido lesbiana.
Porque ¿cómo podía una mujer de probada calidad literaria hacer este tipo de prácticas? Pensemos que estos historiadores vivían en sociedades que condenaban y reprimían la homosexualidad.
Sin duda los versos de Safo hablan del amor y de los sentimientos, como se ve en este fragmento del poema 32 traducido por Aurora Luque.
Un igual a los dioses me parece
el hombre aquel que frente a ti se sienta,
de cerca y cuando dulcemente hablas
te escucha, y cuando ríes
seductora. Esto —no hay duda—
hace mi corazón volcar dentro del pecho.
Miro hacia ti un instante y de mi voz
ni un hilo ya me acude,
la lengua queda inerte y un sutil
fuego bajo la piel fluye ligero
y con mis ojos nada alcanzo a ver
y zumban mis oídos;
me desborda el sudor, toda me invade
un temblor, y más pálida me vuelvo
que la hierba. No falta —me parece—
mucho para estar muerta.
Como este, algunos poemas están dedicados a sus compañeras que van a partir porque su matrimonio está próximo. Los síntomas del amor, los nervios que nos invaden ante la persona amada fueron interpretados como síntomas de una enfermedad mental, usando las teorías de Freud.
Cuando había censura incluso se retorcía la traducción de sus poemas para evitar los temas incómodos, como forzar que los poemas estuviesen dirigidos a un hombre en vez de una mujer.
Según pasaron las décadas y las sociedades se fueron volviendo más abiertas, se fue aceptando la posibilidad de que Safo tuviera relaciones con mujeres. Hoy es un icono de masas referente de la comunidad LGTBIQ+. No obstante, seguimos sabiendo muy poco de ella.
Safo y nosotros
Realmente, Safo es un mito que inspira nuestra imaginación, nuestro reflejo. Nos fascina tanto su personaje que inventamos una historia para su vida personal que habla de los valores actuales. Negamos o justificamos lo que nos es incómodo, alabamos lo que se refleja en el presente.
Al fin y al cabo, también somos hijos de nuestro tiempo. La visión que tenemos de Safo define, en cada época, a las culturas que hemos leído y observado a la gran poeta de la Antigüedad. Nuestros miedos, anhelos o prejuicios de género se los hemos atribuido a ella.
Por ello, cuando escribimos sobre Safo, cuando reflexionamos sobre el referente que es para la sociedad, en realidad hablamos de nosotros mismos.
Elena Duce Pastor, Profesora ayudante doctor en el Departamento de Historia Antigua, Medieval, Paleografía y Diplomática, Universidad Autónoma de Madrid
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.