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Ojalá que llueva Café Tacvba
La lluvia. Fue la lluvia. Un aguacero espectacular que cayó sobre el infield del Hipodrómo de las Américas cuando Café Tacvba atacaba la última parte del último concierto de su gira Seguir siendo volvió la noche indeleble.

La lluvia. Fue la lluvia. Un aguacero espectacular que cayó sobre el infield del Hipodrómo de las Américas cuando Café Tacvba atacaba la última parte del último concierto de su gira Seguir siendo volvió la noche indeleble.
No es que los llamados Bítles de Ciudad Satélite (Los Satélitles) hubieran dado en seco un concierto flojo, es sólo que la lluvia operó un hechizo de comunión entre la audiencia y la banda que será muy difícil de olvidar para lo que estuvimos ahí presentes.
Primero, los antecedentes: en los últimos tres años Café Tacvba lanzó su disco "Sino", celebró su vigésimo aniversario y se convirtió indudablemente en la banda de rock más importante de Latinoamérica. Emprendieron en 2008 la gira más ambiciosa de su carrera, en la que visitaron lo mismo Tokio que Ojo de Agua, y tocaron en pequeños bares y frente a enormes multitudes.
Este 9 de junio ese tour de forcé se coronaba en el Hipódromo de las Américas en un concierto de agradecimiento a los fans. Después, durante al menos un año cada uno de los miembros del grupo se dedicará a sus proyectos propios. Era, pues, una despedida: de Café Tacvba volveremos a escuchar hasta por ahí de 2012.
Los tacubos decidieron donar las ganancias a varias asociaciones civiles que defienden causas como la protección de los animales, la nutrición de niños indígenas y la recuperación del patrimonio cultural.
Ofelia Medina, actriz metida a activista, gritó desde el escenario ¡Café Tacvba, son unos chingones! y comenzó el show.
Sortilegio de agua
Y así, con humor guerrillero, combativo y buena-ondita (hubo temascales previos al concierto), Café Tacvba comenzaba un recital muy esperado, pero, a fin de cuentas, predecible.
Todos sabíamos que abrirían con alguna pieza de su primer disco, harían su coreografía disco al final de Déjate caer , el público pediría el papaeueeooo de El baile y el salón , corearíamos son jarocho con el violín del maestro Alejandro Flores en Ojalá que llueva café y al final se despedirían con Ingrata o Chilanga banda .
A fin de cuentas, un buen espectáculo y nada más. Pero todo cambió en el momento justo en que, tras salir al encore, Rubén Albarrán comenzó a cantar Encantamiento inútil . Quizá la letra operó el hechizo: Me escurriré como agua mi corazón un minúscula porción de la infinita vastedad de este mar de amor . La llovizna le cayó de lleno al cantante que al final de la canción saludó al espíritu del agua .
Cuando terminaban de tocar Agua (qué adecuado) y Emmanuel Meme del Real se quedaba solo para interpretar la romántica Eres , el espíritu del agua se tomó muy a pecho la invocación y un prólogo del diluvio universal se nos vino encima.
Y la banda no dejó de tocar nunca. Aún cuando se notaba a un preocupado equipo técnico corriendo de un extremo a otro del escenario y alguien intentaba secar a Meme, y Joselo y Quique lucían hechos una sopa nadie se movió. Estábamos siendo bendecidos, estábamos siendo tocado por una esquinita del caos. Siguió Chilanga banda coreada como un saludo orgulloso a Tláloc, Ingrata , Chica banda , El ciclón , Las persianas El aguacero no menguaba, tampoco el rock, tampoco el amor entre el grupo y la banda.
Al final, todo fue tan divertido que la gente convirtió los encharcamientos del pasto artificial del Hipódromo en chapoteaderos. ¿Qué tiene la lluvia que nos regresa tan fácilmente a la infancia?
Si el mundo se acaba, que sea mientras Café Tacvba toca, por favor. Creo que así todos nos iremos con una sonrisa.
cmoreno@eleconomista.com.mx