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Arte e Ideas

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San Carlos, el palacio para el arte europeo

De Pedro de Alvarado a Maximiliano, el edificio está íntimamente ligado con los grandes personajes y momentos de la vida del país.

“Si cada edificio del Centro Histórico hablara...”, reflexiona Carmen Gaitán Rojo, directora del Museo Nacional de San Carlos, mientras levanta la mirada hacia al tragaluz de su oficina en el último piso del Museo Nacional de San Carlos, como para añorar el pasado que no vivió pero del que es responsable de velar por su legado, y advierte: “Esta casa, por ejemplo, tiene una pena grandísima”.

La historia, por sí misma, de la avenida Puente de Alvarado sobre la que fue construido este palacete de mixtura barroca y neoclásica no hace más que sumar al propio mito de la casa. Y la historia del inmueble, cuya construcción comenzó alrededor de 1798, también ha enriquecido la vida mítica de la otrora calzada que conectaba a México-Tenochtitlan con la orilla del Lago de Texcoco.

No hay una referencia por encima de la otra. Es casi un sincretismo el que comparten el Museo Nacional de San Carlos y Puente de Alvarado; y éstos, a su vez, son parte de la historia inherente de la colonia Tabacalera.

La pena

La casona fue ocupada por una media decena de familias de la alta aristocracia de los siglos XIX y XX; también fue sede de un giro comercial y de oficinas de gobierno antes de convertirse en la residencia de la colección más grande de arte europeo en América Latina.

“Era un barrio muy rural conocido como Tlaxpana —señala la directora del museo—. Aquí las familias de abolengo habían decidido construir sus casas de campo con inmensos jardines en donde la gente se venía a refrescar, a hacer las fiestas campiranas y a pasar días de reposo. Aquí se encontraba la cequia por la que pasó Pedro de Alvarado cuando se dirigía al árbol de la Noche Triste a llorar la derrota. Era parte del acueducto que fue desapareciendo desde el siglo XIX”, refiere.

La casa fue construida por mandato de la segunda marquesa de Selva Nevada, María Josefa Rodríguez de Pinillos y Gómez de Bárcena (cuyo título nobiliario fue comprado al rey Carlos III de España), como obsequio para el hijo de sus preferencias, José Gutiérrez del Rivero y Pinillos y Gómez, a quien, además, le compró el título de Conde de Buenavista.

La obra fue encargada, según documentos de la época, al arquitecto en boga, el valenciano Manuel Tolsá, llegado a la Nueva España desde 1791. La encomienda para el edificador era que la casa no tuviera reparo en suntuosidad, que fuera insuperable. Así los trabajos se extendieron por alrededor de siete años, hasta 1804 o 1805, cuando, la inesperada muerte del Conde de Buenavista frustró los planes de la marquesa, quien, abatida, decidió deshacerse de la residencia para aliviar la hipoteca. El costo de la venta fue de 44,000 pesos de la época.

Para el asombro

El propio Alexander von Humboldt, durante su estancia en México entre 1803 y 1804, elogió la construcción del Palacio de Buenavista en su Ensayo político sobre el Reino de la Nueva España: “presenta en el interior del patio un hermosísimo peristilo ovalado y con columnas pareadas”.

Lo mismo hizo la británica, Frances Erskine Inglis, primera marquesa de Calderón de la Barca, quien, durante su estancia en el país, documentó la vida de los primeros años del México independiente, vivió al lado del ahora museo y dijo sobre él que: “es un palacio, por su tamaño. (...) Es una casa que nos haría felices si el propietario quisiera alquilárnosla”.

“Había unos jardines que llegaban más allá de lo que ahora es Reforma. Después, esos jardines se interrumpieron por el Paseo Imperial, que le empezó a hacer sombra a las casas imperiales de este lado. Más tarde ese mismo jardín se fragmentó más cuando dio inicio la construcción del Palacio Legislativo, que no se concluyó y ahora es esta cúpula inmensa (el Monumento a la Revolución) que hoy es otro símbolo de la ciudad”, acota Carmen Gaitán.

Residentes de rango

La propiedad fue adquirida a principios del siglo XIX por el conde Antonio Pérez Gálvez Crespo y Gómez, quien se había hecho millonario explotando metales en la mina de La Valenciana, en Guanajuato. Su familia poseyó la casa por cuatro décadas. La habitaron su hijo y su nieto, hasta que, en 1843, fue ocupada por Antonio López de Santa Anna.

“Dentro del patrimonio que tenemos hoy en San Carlos, y que forma parte de la exposición de Evocaciones, tenemos un busto de López de Santa Anna hecho por el escultor Manuel Vilar, el cual forma parte de los trabajos que efectuaban los alumnos en la Academia de San Carlos y que después se trajeron al museo. Y es por eso que éste se llama Museo Nacional de San Carlos, porque emula el nombre de la Academia”, explica la titular.

Tras unas décadas de quedar en desuso a causa de los tiempos convulsos de la época, en 1864 fue comprada a los Pérez Gálvez por la Excelentísima Regencia del Imperio Mexicano, encabezada por Maximiliano de Habsburgo, quien, cuentan los relatos, ofreció fiestas apoteósicas en el edificio en las que se regodeaba la aristocracia conservadora de la época.

Un año más tarde, el Segundo Emperador de México, obsequió la propiedad a Josefa Peña y Azcárate, esposa del mariscal francés François Achille Bazaine, a quien le fue expropiada por el Estados después de la derrota del Imperio. Así, en 1867, la casa fue vendida al general José Rincón Gallardo; y éste, apenas cuatro años después, vendió la propiedad al político y exmilitar Francisco María de Iturbe y Anciola, cuya familia fue propietaria hasta los años 30 del siglo XX.

La Tabacalera

“Al final del siglo XIX, los Iturbe rentaron el espacio a la empresa mexicana Tabacalera Mexicana Basagoiti Zaldo y Compañía, la cual se benefició de que, no muy lejos de aquí —acota la funcionaria—, se encontraba la estación de Buenavista, de donde llegaban los vagones cargados de tabaco, procedentes de Veracruz. Los antiguos cuartos de las familias se adecuaron los espacios para recibir las hojas de tabaco y el armado de puros”.

En ese tiempo el característico patio oval del recinto fue clausurado para permitir ahí la construcción de un edificio independiente para talleres y oficinas. De esa manera, el esplendor de la construcción oval del recinto desapareció por casi medio siglo, lo cual fue en detrimento para la construcción.

“La propuesta novedosa de Manuel Tolsá —reflexiona Carmen Gaitán—, era que se apreciara el paso del tiempo, como una apología de la vida. Desde aquí es posible ver el amanecer y las primeras nubes; la salida del sol, el paso del día como se ve pasar la vida; la aparición de las primeras estrellas... la luna. El espectáculo del clima aquí es maravilloso. Había una noción metafísica en la construcción (de Tolsá)”.

A la par del desarrollo de la factoría, la zona dejó de ser rural para convertirse en una colonia, ocupada en su mayoría por trabajadores, y, con este crecimiento se desarrolló la fisonomía que hoy en día caracteriza a la colonia.

La Tabacalera Mexicana dejó las instalaciones en 1932, año en el que el edificio además fue declarado Monumento Nacional y, por primera vez en su historia, la preservación de sus instalaciones y la recuperación del patio oval fueron una prioridad.

Un referente

A partir de 1933 el edificio tuvo otro tipo de funciones. Primero fue sede de la Lotería Nacional y después pasó a manos de su último propietario privado: el intelectual y empresario Agustín von Schulzenberg, quien destinó el edificio a las oficinas de la Secretaría de Comunicaciones y Obras Públicas, hasta su muerte, en 1953, cuando la propiedad pasó a nombre del gobierno federal.

En 1958, el inmueble fue sede de la Escuela Nacional Preparatoria, plantel número cuatro, de la UNAM, hasta 1965, cuando comenzaron los trabajos de restauración del edificio que dieron paso, en la década de los 60, a su acondicionamiento como edificio sede del Museo de San Carlos y de la colección de arte europeo, de los cuales el patronato tuvo como primer director a Adolfo López Mateos.

La inauguración del Museo de San Carlos se llevó a cabo el 12 de junio de 1968. A partir de entonces y hasta el 2018, el recinto ha tenido ocho directores y ha alojado 215 exposiciones, entre ellas, Rubens y su siglo (1998), Una mirada al campo: de Millet a Renoir (2001) Visitaciones. Damien Hirst (2006), Prodigios de la luz. Sorolla y sus contemporáneos (2013). Actualmente atesora 2,021 obras de arte, de artistas tan relevantes como Lucas Cranach, Francisco de Zurbarán, Frans Hals y Joaquín Sorolla, muchos de los cuales están expuestos actualmente en la muestra Evocaciones.

“Evocaciones es la culminación de estos primeros 50 años de un esfuerzo de muchos que estamos atrás del proyecto, porque uno da la cara como directivo, pero atrás hay curadores, investigadores, museógrafos, secretarias, trabajo administrativo que permiten que quien cruza el umbral del museo se encuentre con un espacio que realmente le permita recorrer las salas y posesionarse de ellas, sentirse bienvenido”, concluye la funcionaria.

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