Se es editor independiente por amor al arte

Mi amigo Jesús Alejo, de Milenio Diario, me envió por correo electrónico cuatro preguntas porque está escribiendo un reportaje sobre la edición independiente, a raíz de la 4ª Feria del Libro Independiente que se lleva a cabo en el Centro Cultural Bella Época (Tamaulipas 202, colonia Hipódromo Condesa). Aquí mis respuestas.

¿En qué radica la independencia de las editoriales independientes?

La palabra independencia causa equívocos en el mundo editorial. Independientes de qué, se suelen preguntar los deterministas a ultranza, aquéllos que no creen en la voluntad o en el libre albedrío.

¿Cómo se puede ser independiente, dicen, si estos micro, pequeños y medianos proyectos culturales, a veces concursan por las migajas que el Estado otorga a manera de compras, convenios, coediciones o coinversiones?

¿Cómo se puede ser independiente, dicen, en un universo neoliberal en el que casi todo se compra y se vende? Y, en el caso de los libros, la oferta es mayor que la demanda.

Habrá entonces que definir qué es una editorial independiente: se trata de asociaciones literarias o humanistas en las que su editor o editores, consejeros, diseñadores, correctores e, incluso, vendedores, hacen una apuesta de contenido y forma al margen de que sus libros sean comerciales o no.

Hay que aclarar, sin embargo, que las editoriales quieren que sus libros se vendan, pues en ello radica en gran medida su sobrevivencia, su autosustentabilidad. Pero si bien el editor independiente desea ser retribuido monetariamente por su trabajo, eso no es lo más importante de su vocación y oficio.

Ahora bien, quienes creen que los sellos independientes dependen del Estado para sobrevivir, simplemente se equivocan. En los más de los casos, el editor independiente es el que hace tal o cual propuesta para coeditar con el Estado, ya sea el federal o estatal, casa de cultura, universidad pública, etcétera, y también es el editor independiente el que, en un primer momento, financia el proyecto, pues son excepcionales las veces que los institutos estatales, llámense como se llamen, pagan la parte que les corresponde en tiempo y forma.

Además, las librerías del Estado se manejan como si fueran empresas privadas en lugar de públicas.

Así, lo que debiera ser un apoyo gubernamental para la edición independiente, suele convertirse en un lastre económico que, las más de las veces, deja a estas iniciativas culturales al borde de la extinción.

¿En qué momento se puede perder la independencia?

Cuando las reglas del mercado le ganan a las reglas del editor independiente, cuando se sucumbe a las modas, cuando, por ejemplo, una editorial que publica a puros figurones extranjeros empieza a publicar a escritores nacionales sólo por obtener un jugoso apoyo económico por parte del Estado.

¿Cuáles son las principales dificultades que enfrentan?

Son insuficientes las librerías o espacios para ofertar libros, la competencia desleal tanto de las casas editoras trasnacionales como las del propio Estado, la literatura basura que se vende en tiendas de autoservicio, los sellos que se autodenominan independientes sin serlo, los libros mal hechos que matan a potenciales lectores, la casi nula educación libresca que campea en el país y la ignorancia y la pobreza en la que vive la mayor parte de la sociedad.

¿Qué necesitarían para seguir desarrollándose?

Una mejor educación en todos los niveles y que el Estado, en lugar de subsidiar ediciones, en vez de ser un Estado editor y distribuidor, sea capaz de crear las condiciones necesarias para que se abran más librerías, para que los sellos independientes tengan un mayor acceso a esos espacios de venta y para que exista una competencia justa entre las editoriales, sean trasnacionales, nacionales con un fuerte respaldo económico o independientes.

A lo anterior, yo agregaría una quinta pregunta: ¿se puede vivir de una editorial independiente? Y la respuesta es categórica: no, no se puede, se es editor independiente por amor al arte.