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Sólo tierra y memoria, lo inamovible
Este año, la primera y mejor novela de Elena Garro cumplió 50 años. Para celebrar, Joaquín Mortiz reedita esta mirada insólita de la Guerra Cristera.
Los recuerdos del porvenir no es la historia de una comunidad narrada en voz coral a la Faulkner, no. Es algo mucho más fundamental, mucho más provocador: la historia de un pueblo narrada por la tierra en la que está asentado. Las rocas, la arena, los árboles, todo habla de eternidad (de ahí el título; lo eterno es lo que va del recuerdo al porvenir en una sola respiración) y allá, remotas y terribles, las desgracias de los hombres.
Los recuerdos del porvenir es la novela más importante de Elena Garro, es decir, la novela más importante de una de nuestras escritoras (y escritores) mayores. Publicada originalmente en 1963, es uno de esos casos en los que, como ha dicho Juan Villoro, la madurez creativa llega en la primera obra. Garro no tenía intención de ser escritora. Al parecer la escribió, según le contó al escritor Emmanuel Carballo, como un simple ejercicio de la memoria, un modo de revivir su infancia en Iguala, Guerrero, transformado en Ixtepec en el texto. Dicen que ya la iba a quemar, cuando Octavio Paz, entonces su esposo, la detuvo, leyó el manuscrito y, encantado, la convenció de publicarlo. Los recuerdos... quizá sea una de las chiripas más afortunadas de la literatura.
Clásico que no debe?ser leído como tal
La narradora de Los recuerdos... es la voz de la tierra de Ixtepec, la que se levanta para contar la historia de una guerra olvidada, la Guerra Cristera, que bañó de sangre y dolor a una familia y, por extensión, a todo un pueblo. A través de viñetas conocemos a los personajes: los hermanos Moncada, sus padres, sus criados; el general Rosas, un militar norteño, que aparece como un remolino con sus hombres, sus botas, su fusta y su aire tristón, y Julia, su amante; el forastero Felipe Hurtado, un personaje como de western. Todos danzan en un tiempo que se siente mítico, clásico.
Ahora, decir que Los recuerdos... debe ser leída porque es un clásico es un error. Bien se dice que poner la etiqueta de clásico sobre un libro es la mejor manera de asegurarse que se hable de él, pero que no se lea. Clásico suena a polilla y esta novela es fresca y viva.
Hay dos razones por las que esta reseñista cree que hay que leer esta novela.
La primera es el punto de vista. Siempre que se nos habla de los cristeros o de la era revolucionaria mexicana en general, somos transportados al mundo de Mariano Azuela o de Martín Luis Guzmán y si hay suerte, a Juan Rulfo. La voz de la revolución es de ellos. Por eso hay que leer Los recuerdos del provenir: la de Garro es una voz nueva sobre esa época que nos dio a luz a los mexicanos contemporáneos. Como Rulfo, Garro mezcla elementos fantásticos con hechos históricos. Pero, a diferencia de Pedro Páramo, donde se mueve como una típica historia de ánimas tan de los pueblos nuestros, en la novela de Garro la fantasía es más etérea, menos pícara, quizá por eso se siente más universal.
La segunda razón es que es una obra entretenida. No voy a mentir: no es fácil de leer. No es una narración directa y en cierto punto, la trama se esconde, porque a veces la voz narrativa muerde más de lo que puede masticar. Pero para cuando eso sucede ya se está tan encantado con los personajes, que sólo se puede seguir con el drama hasta sus últimas consecuencias.
Dejen que Ixtepec les hable como nunca antes lo había hecho tierra alguna: en primera persona, como un eco, como un aire que a veces mece y a veces arranca de raíz.
concepcion.moreno@eleconomista.mx