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Una semana para la memoria
Los calendarios sufren. Las memorias emergen sin llamarlas y nombres y lugares se acomodan.
Hombre de varios talentos y uno solo, Víctor Hugo Rascón Banda nació un 6 de agosto y se fue de este mundo un 31 de julio. El del año 2008. ( ¿Hace ya tanto? , se pregunta la mente horrorizada por lo rápido que pasa el tiempo; y el espíritu contesta que fue hace poco. Casi nada). Y su partida fue como son todas las muertes. Una traición de Dios, una quimera, un ensueño de pesadilla, algo tan tremendamente airado y tan real que se antojó temprana. El teatro nacional, la dramaturgia, la cultura mexicana, maestros, alumnos, actores, directores y amigos nos quedamos huérfanos
Hoy ya es más fácil acordarse de la última vez que se escuchó públicamente su voz. Fue cuando ingresó a la Academia Mexicana de la Lengua. Un mes antes de morir. En su discurso bien articulado, lleno de emoción, pero de voz quebrada y fatigosa- habló contra la censura, a favor de los derechos de autor, de las palabras, el teatro y su felicidad por ser un académico. Sin embargo, a él no le importaban esas cosas: ni la fama, ni el prestigio, ni la fortuna. Aunque claro que disfrutaba ser conocido, tener amigos de talento, haber trabajado con los maestros y dramaturgos de gran nivel y no obstante haya dicho, en la presentación de su libro Volver a Santa Rosa, un poco socarronamente: Tengo interés en incursionar en el best seller, porque el sueño de todo escritor, aparte de expulsar sus demonios interiores (...), es compartir y dialogar con una persona imaginaria. Al tener más lectores se genera un diálogo múltiple.
La vida de Rascón Banda bien podría haber sido una de sus obras. Nacido en la Sierra de Chihuahua, en el pueblo minero de Uruáchic, al que, para llegar después de avión, un autobús, un caballo y avioneta, todavía había que caminar un rato, aprendió a leer en los papeles que su mamá escribía como secretaría del juzgado. Los temas de sus obras y su estudio del derecho fueron una lógica conclusión. ( Soy un notario que da fe de hechos que duelen , dijo en una de sus últimas entrevistas). Por ello su público fue testigo de historias que parecían inventos para luego darse daba cuenta que sucedían todos los días. No por nada lo llamaron dramaturgo de la realidad social y de los sueños . Y como buen habitante de varios mundos, las obras de Víctor Hugo Rascón Banda también se ocuparon de la violencia urbana, la ambición, la competencia, el burocratismo y las pasiones que despiertan conductas antisociales, las que a veces están aparejadas al engaño, la miseria, la soledad el desamor y la traición.
Interesado en aprender, un día el joven Víctor Hugo bajó de la Sierra, se fue de Chihuahua, estudió leyes en Michoacán y vino a la Ciudad de México para trabajar como pasante de abogado. Pero lo de escribir teatro se le había presentado desde mucho antes. Su camino iba a ser la escritura primero y la dramaturgia después. Siempre creyó que infancia era destino. Por eso, cuando hablaba de las altas montañas y las profundas del lugar donde nació, siempre contaba la historia así: Yo vengo de un pueblo de narradores: los gambusinos. Se la pasan días y noches contando historias de minas, de aventuras, de riquezas imaginarias y familias en desgracia. Son cuenteros por naturaleza y como allá no hay teléfono, ni luz eléctrica, ni televisión, no tienen más arma que la palabra oral, ni siquiera la escrita .
Su primera obra se llamó Voces en el Umbral y a partir de ella, a tropezones si se quiere, ya nunca se detuvo. Bajo la tutela de Vicente Leñero escribió obras que hoy son clásicas del teatro mexicano: La mujer que cayó del cielo, La Malinche, Contrabando, Máscara contra caballera y Armas blancas, esta última dirigida por otra leyenda desaparecida tempranamente, el director Julio Castillo.
Nunca me he preguntado por qué estoy en el teatro , escribió alguna vez -y nunca le creímos-. Y no lo sé, realmente. Quizá porque el teatro me provoca emociones y sentimientos encontrados, risa y llanto, angustia y placer, piedad y compasión. Quizá porque como dramaturgo quiera ser Dios y engendrar universos y criaturas, y darles su libre albedrío para que encuentren su destino. Quizá porque el teatro es tan completo, que no me hacen falta las otras artes, él las contiene a todas. Y también es tan efímero, como el amor que se consume mientras existe, y su efecto es inmediato: se acepta o se rechaza. Quizá porque el teatro le abre ventanas al hombre, lo transforma en lo más íntimo y le da una lucecita de esperanza. Quizá porque desde la infancia fui contagiado, allá en Chihuahua, por el virus del Teatro gozoso, a través de la escuela rural, y ese Mal del Teatro es enfermedad incurable .
Sin embargo, también escribió sobre el hecho de escribir:
Escribimos porque queremos estar en la oscuridad. Queremos estar atrás y que nuestros personajes estén en nuestras obras y nosotros no existir. En la intimidad, el escritor es desagradable. Normalmente si tuviéramos otra personalidad seríamos actores, políticos, cantantes y extrovertidos. El escritor es tímido por naturaleza y su escritura se hace en la soledad. La escritura te obliga a sujetarte a una silla. Renuncias a la vida... La vida está afuera y tú estás atornillado a una silla escribiendo y tienes que estar solo. En la literatura uno es un medium de los sueños de los demás y eso se necesita hacer solo y en la intimidad . (Pero también confesó ciertos trucos y secretos: una tarde, más tequilera que ninguna confesó: Soy fanático desde Los Tigres del Norte y los Tucanes de Tijuana, hasta de las sonatas de Mozart. Cuando escribo escenas muy duras uso el Réquiem de Mozart; pero para estar feliz prefiero la música norteña) .
Los últimos días de Víctor Hugo fueron casi años. La enfermedad que se lo llevaría se anunció con anticipación. Más de diez años. Durante todo ese tiempo, como bien lo recordaba y lo dijo su maestro Vicente Leñero, no paró de escribir ni de trabajar.
En esta semana alrevesada, donde al primero se lamenta su partida y después se celebra su vida habremos de pensar, como en el teatro, que la muerte es una convención y no hay pendientes. Acabó el último acto, pero queda la memoria. Y las funciones deben continuar.