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Y la escena teatral fue despedida hasta la calle
Del teatro mexicano, que ha pasado por júbilo, frivolidad, devoción y recato, ?hasta llegar a lo que es hoy.
Es el lugar donde las lágrimas de virtuosos y malvados se mezclan por igual, dijo Diderot, cuando le pidieron que definiera al teatro. La ocasión donde todos mienten con verdad, escribió Lillian Hellman, y la poesía que se sale de un libro para hacerse humana, escribió un muy inspirado Federico García Lorca; sin embargo, el teatro es la más clásica de las bellas artes y un símbolo de arte y cultura de toda ciudad grande o pequeña
El arranque de nuestro teatro fue muy parecido al del mundo entero. Una mezcla de cánticos y ritos y, sobretodo, la representación de las danzas sagradas en honor a los dioses y los reyes antiguos. Cuentan los cronistas que la desmedida afición que tenían los habitantes de la Gran Tenochtitlan ya se sabe que los mexicanos somos público fervoroso, fanático y cautivo fue logrando no sólo la multiplicación de espacios sino una cierta evolución de las tramas y los temas que se representaban. La danza ritual poco a poco agregó la lírica y la dramática y después la farsa y la pantomima. El público, entonces, reaccionaba con aplausos y lágrimas según el caso: risas y maldiciones al verse retratados o para festejar una buena burla de los gobernantes. En general, en aquellas épocas anteriores a la Conquista, los teatros no cambiaron la arquitectura de la ciudad. Estaban perfectamente integrados a los templos y las grandes plazas: Allí, en los puntos céntricos, se levantaban terraplenes, adornados con plantas y flores y todos los intérpretes llegaban a dar función. En el auditorio, además de todos los ciudadanos, se encontraban también sacerdotes y altos dignatarios.
Los mexicas teatreros
Francisco López de Gómara, secretario y capellán de Hernán Cortés, hace una suerte de reseña teatral en su libro La Historia de las Indias y la Conquista de México y escribe:
Moctezuma tenía otro pasatiempo que regocijaba a los del palacio y aún a toda la ciudad; es muy bueno y largo, y público; el cual, o lo mandaba él a hacer, o venían los del pueblo a hacerlo en el palacio. Aquel servicio o solaz era de esta manera: que sobre la comida comenzaban un baile que llamaban netoteliztli, danza de regocijo y placer. Mucho antes de comenzarlo tendían una gran estera en el patio de palacio y encima de ella ponían dos atabales y un chico instrumento que llamaban teponaxtli y que es todo de una pieza, de palo muy labrado por de fuera hueco y sin cuero ni pergamino que táñese con palillos como los nuestros (...) Cuando ya eran tiempo de comenzar silbaban ocho o 10 hombres muy recio y llegaban los bailarines con ricas mantas blancas, coloradas, verdes, amarillas y tejidas de diversísimos colores. A los principios cantan romances y van despacio; tañen, cantan y bailan quedo que parece todo gravedad; más cuando se encienden, cantan villancicos y cantares alegres; avivase la danza, y andan recio y aprisa; y como no dura mucho beben, ya que se escancian bebidas con tazas y jarrios. También andan sobresaliente unos trúhanes, contrahaciendo otras naciones en traje y en lenguaje y haciendo del Borracho, Loco o Vieja, que hacen reír y placer a la gente. Todos los que han visto este baile, dicen que es cosa mucho para ver y mejor que la zambra de los moros, que es la mejor danza que por acá sabemos .
Durante mucho tiempo, como ya sabemos, ocurrió lo mismo con el teatro y todo lo que recordara al Imperio Azteca, las danzas y cánticos fueron sustituidos por la nueva cultura. Ya no hubo danzas rituales sino autos sacramentales y representaciones religiosas alabando a la virgen, celebrando la llegada de Jesús y alabando la palabra de Dios y contando las historias de sus ángeles, sus profetas y sus santos. Hubo incluso muchas obras con ánimo de catequizar, escritas en lengua mexicana por frailes españoles. Una de las más celebradas y notables, el Desposorio espiritual entre el pastor Pedro y la Iglesia Mexicana del padre Juan Pérez Ramírez, y otra más, la amenazante y terrible El Juicio Final de fray Andrés de Olmos, que había provocado pegar gritos de susto a los niños y jóvenes del público. Pero todas aquellas representaciones seguían efectuándose en lugares cerrados y muy parecidos a las anteriores: en atrios e interiores de iglesias y parroquias; sin embargo, y no muy lentamente, fueron desapareciendo los asuntos religiosos como el tema fundamental del teatro. Las cosas llegaron a ser de tal manera profanas, frívolas y escandalosas que autores como el padre Fernán González de Eslava se atrevió a cambiar lo sagrado por lo satírico. Su obra llamada Diálogo entre el autor y la enfermedad se presentó en un espacio sacro, estaba dedicada a un médico, y en forma de soneto a dos voces decía así:
¿Dónde vas enfermedad? / Voy desterrada / ¿Quién pudo contra ti dar tal sentencia? / El gran Doctor Farfán con pura ciencia/ En quien virtud del cielo está encerrada / ¿Dónde queda la salud? / Triunfando honrada /¿De quién pudo triunfar? / De la dolencia /¿De un fraile vas huyendo?/ En su presencia .
Y se construyeron los teatros
Coloquios, motetes y pasquines dramatizados fueron llegando hasta un punto insostenible. Tan insoportable que el mismo obispo Zumárraga dio la razón a las voces más intolerantes del Tercer Concilio Mexicano celebrado en 1585 y escribió lo siguiente en apoyo a la prohibición:
Y cosa de gran desacato y desvergüenza parece que ante el Santísimo Sacramento vayan los hombres con máscaras y en hábitos de mujeres danzando y saltando con meneos deshonestos y lascivos, haciendo estruendo, estorbando los cantos de la iglesia y representando profanos triunfos como el del Dios del Amor, tan deshonesto y aún a las personas no honestas tan vergonzoso de mirar cuanto más feo en presencia de nuestro Dios; y que estas cosas se mandan hacer, no a pequeña costa de los naturales y vecinos, oficiales y a pobres, compeliéndoles a pagar para la fiesta .
El resultado fue el evidente. Castigo y amenaza a todos los que lo hacen y quienes lo consienten, quienes podrían evitarlo y no lo evitan y un mandato estricto para que el teatro, sobre todo el que se concentraba en la diversión y el gozo saliera de los ojos de Dios y sus espacios. El público en general es decir, todo amante de la escena, todo artista tuvo que irse con su vestuario, utilería y textos provocativos a otro parte. Pero en vez de permanecer destruidos construyeron teatros. Edificios que también fueron templos, pero de la escena, y transformarían en arte el talento de decir mentiras con verdades. Y también el aspecto y la verdad de la ciudad.
Y llegarían también frailes iluminados de sabiduría y amantes de la escena como Benito Jerónimo Feijóo, que escribiría:
Un afecto, que es el primer móvil de todas las acciones humanas, príncipe de todas las pasiones, monarca cuyo vasto imperio no reconoce en la tierra algunos límites, máquina con que se revuelven y trastornan reinos enteros, ídolo que en todas las religiones tiene adoradores; en fin, astro fatal, de cuya influencia pende la fortuna de todos, pues según sus varios aspectos (quiero decir, según su mira a objetos diferentes), a unos hace eternamente dichosos, a otros eternamente infelices; un afecto, digo, dotado de tales prerrogativas, bien merece algún lugar en este Teatro .