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Horacio Nava ganó los 50 km

El mexicano Horacio Nava se adjudicó la medalla de oro de la prueba de marcha 50 km. varonil, seguido del también tricolor José Leyver Ojeda, quien se quedó con la plata y el guatemalteco Jaime Quiyuch, con el bronce.

Guadalajara, Jal. La escena se remonta a sus diez años. En la televisión la imagen de un hombre perseverante, empeñoso, tesonero, disciplinado, un hombre idealista y soñador, acaparaba la atención del pequeño Horacio Nava.

Eran los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992 y por la meta, extenuado, atravesaba Carlos Mercenario en el segundo puesto y con ello conseguía la primera medalla de plata para nuestro país en esa edición de la competencia. Mercenario le daba, después de ocho años, un nuevo respiro a la marcha nacional y lo hacía en la prueba más extenuante de todas: los 50 kilómetros.

El chiquillo, que vio en el contraste en el rostro de Carlos, el cual fue del esfuerzo total al éxtasis, quedó prendido de aquella imagen. Algún seré como él , aseguró el chihuahuense.

Sueño cumplido. Al menos hasta el momento. Han pasado casi 20 años de aquella promesa que Nava se hizo a sí mismo. Nunca la olvidó. Era una deuda que ayer, de algún modo cumplió al llevarse el oro en los Juegos Panamericanos de Guadalajara 2011, en una muestra de talento y decisión.

Había sido una fría mañana. Aún no acababa de amanecer, y los marchistas, formados como unos soldados, se aprestaban a iniciar la competencia. Arrancan los hombres todos al unísono. Movimientos de caderas sin cesar y allá van. Apenas cuatro kilómetros y un grupo de seis marchistas se separa del resto.

Al paso van todos, cuidadosos de no despegar los talones del suelo, cuidadosos de mantener el ritmo de las caderas que parecen de pronto dislocarse. Entre los punteros se encuentran los mexicanos Horacio Nava y Leyver Ojeda, promesas de oro para nuestro país en la competencia.

Al choque de hombros no se desagrupan. Mantienen el paso. Habrá que guardar fuerzas para resistir las 25 vueltas del circuito de dos kilómetros que se ha trazado para la competencia.

Allá van los hombres. Dedicados únicamente a caminar y caminar. Empiezan los movimientos. Recorridos apenas seis kilómetros, el estadounidense David Talcott es descalificado por intentar correr, a los 10 kilómetros, el chileno Ignacio Araya también se va de la carrera.

Pero eso poco importa a quienes van en la punta, que siguen su camino y a los 20 kilómetros el grupo de seis se redujo a tres. El guatemalteco Daniel Quiyuch encabeza este nuevo grupo, en donde ya no aparece Nava, pero sí Leyver quien se ubica tercero.

Mira las espaldas de sus rivales Horacio, como estudiando cada movimiento, esperando el momento preciso para atacar. Andrés Chocho, un ecuatoriano que ha puesto toda su gasolina nen el inicio de la carrera, mantiene la supremacía varios kilómetros hasta que se funde.

Kilómetro n28 y adiós Chocho y bienvenido de vuelta Nava. Se inspira en Carlos Mercenario, a quien descubrió de pronto en las gradas, apoyándole. Vaya imagen. Algún día seré como él , aseguró y emprendió el ataque.

Del quinto sitio pasó al tercero en cuestión de dos kilómetros. Rebasaban el kilómetro 30 y Nava era tercero. Doce kilómetros adelante, Nava tomó el primer puesto y entonces ya no lo soltó. Caminó como hace todos los días, en tres sesiones distintas. Caminó como lo había hecho para estudiar una carrera universitaria –es administrador de empresas- y como piensa hacerlo para concluir su maestría.

Caminó Horacio Nava, recorrió 50 kilómetros en 3:48:58 horas, porque sabía que quería superar su resultado de los Juegos Panamericanos de Rio 2007 donde consiguió la plata. Caminó porque simplemente ese era su objetivo, y aunque no logró emular el récord panamericano que ostenta su ídolo Carlos Mercenario (3:47.55 horas), sí se quedó con el título panamericano, dejando con la plata al otro mexicano Leyver Ojeda y al guatemalteco Daniel Quiyuch que fue tercero.

Cruzó entonces la meta, Horacio, y se persignó una, dos, tres veces y sintió el flash de las cámaras en su cara que disfrutó como nunca antes, y tomó una bandera mexicana y empuñó su mano en señal de gloria. Nava entonces se dio cuenta que lo había conseguido, tenía el oro y el boleto a Juegos Olímpicos. No sólo eso, también se había convertido en un espejo de ese hombre que admiraba tanto, perseverante, empeñoso, tesonero, disciplinado, un hombre idealista y soñador, que aún lo miraba a la distancia en las gradas, y le aplaudía.

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