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Sirenas de color, engomado y arte…

No sólo requieren de un esfuerzo físico, un entrenamiento y una rutina; desde antes de entrar a la alberca, ellas comienzan a ganar una medalla.

El vaivén de varios pares de piernas rompe el agua. Con frenesí, se agitan logrando formas inimaginables como si fueran seres independientes, pero debajo, imperceptibles, están los torsos, el cuerpo completo de unas mujeres que giran su humanidad, la alberca las escupe y se miran sus rostros, unas caras completamente maquilladas, enmarcadas por impecables peinados, bien engominados, que permanecen intactos pese a la fuerza de los movimientos.

Alegres, se miran las sirenas. Atletas en toda la extensión de la palabra que logran construir hermosas figuras con sus cuerpos y que, desde mucho tiempo antes de estar en su prueba, han comenzado a competir por una medalla.

La competencia no empieza con la música, se lanzan al agua y se sumergen unos segundos, que suelen parecer una eternidad, para juguetear con sus piernas.

Y es que para las competidoras en nado sincronizado, hay muchas cosas que son decisivas para conseguir el resultado. La preparación previa, aquélla que ya no involucra las ocho horas diarias que pasan en la piscina para practicar sus rutinas, ni los arduos trabajos de gimnasio para conseguir fuerza en muslos, piernas, brazos, abdomen, todo eso que les permite impulsarse sin tocar el fondo de la alberca, inicia con la elección de los trajes.

Casi todas las competidoras los han soñado, dibujado, diseñado y, en ocasiones, hasta confeccionado, pues éste puede ser un factor decisivo para ganar. En países como el nuestro, esos bañadores, llenos de lentejuelas, pintados de colores brillantes y hechos de materiales que den movilidad, que tengan un concepto relacionado con la música que eligieron, llegan a costar 4,000 pesos cada uno.

Los bañadores y los casquetes para el pelo los hacemos un grupo de personas de mi universidad, ESDi, hemos hecho todo un proceso de trabajo: investigación de temáticas y músicas, investigación de tejidos, patrones, colores... , explicaba hace unos años Ona Carbonell, seleccionada española de nado sincronizado.

Listo el traje, lista rutina, lista coreografías. Pero ahí, en las entrañas de los vestidores, en medio del fuerte olor a cloro y la humedad, comienza uno de los rituales más importantes de las nadadoras.

Son 50 minutos, como mínimo, en el que brochas, paletas de colores, delineadores todos a base de aceite para resistir bajo el agua hacen su trabajo. La mayoría han aprendido, con el tiempo, a maquillarse a ellas mismas, con tonos intensos, pestañas postizas, extravagantes, como en las obras de teatro.

También la grenetina, la base de las gelatinas comestibles, que diluyen en agua y a veces ponen café, que hace las veces de un colorante para evitar que se emblanquezca el cabello, y ése es su gel, el que les engomina el cabello y tienen que retirar tras la competencia con mucha agua caliente, que a veces hasta provoca migraña.

Y después, sólo dos minutos, acaso un poco más. Ahí, donde suena la música, donde la hacen sonar debajo del agua con unos altavoces especiales, y donde aguantan la respiración hasta por 60 segundos, donde cuidan a detalle para impresionar a todos y cada uno de los jueces que, implacables, califican no sólo sus movimientos, sino también su vestuario, su sincronía, su maquillaje, sus peinados... todo lo que comenzaron a ganar desde antes de su competencia.

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