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Un par de manos para dar esperanza

Una de las actuaciones más memorables que se recuerden en un portero mexicano en un Mundial.

Botón Mundial Brasil 2014

Recife, Brasil. Guillermo Ochoa respiró hondo, esbozó una sonrisa y descargó toda su tensión con un fuerte abrazo con Rafael Márquez, capitán de la selección mexicana que trotó a buscarlo apenas concluyó el partido, indicándole con los dedos índices que él había sido el héroe de la tarde. De la mano del portero que militó en el Ajaccio hasta hace una semanas, el tricolor igualó 0-0 ante Brasil, equipo anfitrión que se fue desilusionado, en gran parte por culpa de Memo, tras su segunda presentación en la copa. Con este resultado el equipo de Miguel Herrera llegó a cuatro puntos y se acerca a los octavos de final.

Ochoa ingresó ayer a la cancha con una mirada que denotaba concentración, tranquilidad, confianza, gesto que jamás lo abandonó durante los 93 minutos del compromiso. Instantes antes del arranque del partido el guardameta nacional miraba al cielo mientras llenaba de oxígeno sus pulmones, quizá recordando todo lo que tuvo que pasar y soportar antes de alcanzar su sueño mundialista, luego de dos intentos frustrados en Alemania 2006 y Sudáfrica 2010.

Tras escuchar el silbatazo que decretó el inicio del partido, Guillermo realizó el mismo ritual que lo ha acompañado desde su debut en 2004 con América. Se persignó y luego levantó, con violencia, seguridad y fuerza los brazos, bien estirados, con los puños apretados. Estaba listo para destacar en una tarde en la que fue exigido y respondió con solvencia, apagando cualquier duda del porqué fue él el elegido sobre Jesús Corona.

Su primer momento llegó al 25, en una jugada en la que Neymar ganó una pelota por elevación y remató con potencia con la frente. El arquero mexicano parecía superado, pero con un lance feroz hizo contacto con la pelota, con el mismo estilo desenfadado, fresco con que le llenó a Leo Beenhakeer, en 2004, año en el que el holandés lo miró entrenando con los equipos inferiores de América. En ese equipo mostró su capacidad, luego de que Adolfo Ríos se lesionara y obligara su titularidad.

Tras vestirse de héroe, el arquero que ya es buscado por el Espanyol de Barcelona, quien tiene visores tras de él en Brasil, el ex americanista se levantó, mostró esa voz de mando que en algún momento decían que le faltaba, transmitió seguridad a la defensa que en todo momento ordenó.

Antes del descanso volvió a ser exigido, y a responder. Una pelota le quedó a modo a David Luiz, delantero que la punteó, saboreó la anotación, misma que no llegó tras el achique del cancerbero mexicano, que con su cuerpo salvó su meta, aumentó la ansiedad para los brasileños en la cancha y en las tribunas y comenzó a dejar claro que el que él fuera el primer guardameta que emigró a Europa desde México no fue una casualidad.

Cuando llegó el momento de ir 15 minutos al vestuario, Memo respiró hondo, como antes de que arrancara el partido, o como lo hace después de ser exigido y salvar su portería.

Para el segundo tiempo México trató de ofender a Brasil y le dio mayor respiro a su portero, quien cuando la pelota estaba lejos de su área levantaba la cara, miraba al cielo, se sacudía los rizos, quizá pensando que tras haber logrado cosas que nadie había hecho en México en su posición por fin le había llegado su momento.

Desde antes de emigrar a Europa el cancerbero ya había llamado la atención fuera de su país, como en 2008, año en el que fue considerado en la selección Resto del Mundo para disputar un amistoso, por causas benéficas, en Irak. En esa ocasión compartió la cancha con figuras como Carles Puyol, David Beckham, Alessandro Nessta y Ronaldinho.

Pronto los pensamientos de Ochoa fueron interrumpidos abruptamente, de nueva cuenta por Neymar. El jugador del Barcelona disparó a unos metros de la línea de meta y con unos reflejos felinos el arquero inclinó su cuerpo hacia la izquierda para mantener el cero en el marcador.

A cinco minutos del final llegó la última prueba para Francisco Guillermo, ahora con un frentazo de Thiago Silga. El resultado fue el mismo: el portero mexicano bien parado, listo para rechazar el peligro.

Con el silbatazo final Memo levanto los brazos, con los puños bien apretados, para luego encontrarse con Márquez, abrazarlo, descargar la tensión tras 93 minutos y luego dirigirse, con pasos lentos, hacia el vestuario, encontrando a todos sus compañeros, al preparador de porteros y a su entrenador, quienes le dieron todo el crédito del resultado.

Pero el arquero aún no salía de ese episodio de concentración y calma, siguió dando pasos en silencio, pensativo, quizá diciéndose a sí mismo que haberse ido a luchar por evitar el descenso a Francia y sacrificar su sueldo por fin había valido la pena.

Cerca del túnel Memo deja atrás la calma, sonríe, intercambia miradas con su gente en las tribunas, aplaude, aprieta los puños, vuelve a sonreír, sabiéndose la figura de la noche, condición que sin duda debe ponerlo más cerca de un equipo de Europa. Guillermo comienza a desaparecer, a lo lejos se ve su figura, sus cabellos chinos, mientras estrecha las manos con compañeros y rivales, consciente de que desde que le llenó el ojo a Beenhakker todo ha valido la pena.

carlos.herrera@eleconomista.mx

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