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Vestirse de luces: mística, oración y pasión

Son personajes que se juegan la vida en cada tarde, que deben dominar sus propios miedos por que es parte de su profesión, pero ¿Qué pasa por la mente de un matador de toros mientras se viste para un festejo?

Vestirse de torero es comunión. Es temor… Oración, inquietud, pasión, entrega, arte… Es un traje de luces y el rito del torero, un momento único con sus formas, sensaciones y tradiciones. Aquí la historia.

Mario Aguilar, triunfador de la corrida del fin de semana anterior en la Plaza México, realizó el ritual ante una lente de una cámara réflex digital, tras el clic viene la mística. De pie, frente al altar, colocado previamente por él mismo, vienen los rezos, la montera, los corbatines…

Esta ceremonia es muy íntima, muy personal. Se convierte en algo único y muy especial. ¡Es vestirte de torero! ¡Sentirte torero! Vivir una comunión con tus cosas, tus trajes, tus imágenes , comentó en charla con El Economista.

El diestro remoja sus labios en busca de humedecer lo reseco de su boca, su pecho evidencia los rápidos latidos de su corazón y medita: Es un ritual donde se viven muchos contrastes, hay miedo, inquietud, pero está el deseo de disfrutar. La idea de un percance pasa a segundo término, es todo un encuentro contigo mismo , dijo.

Mario, al igual que muchos toreros, no está exento de supersticiones y creencias.

Si llego a tener suerte con un traje alguna tarde, lo repito en la siguiente que yo considere importante. La montera debe ir hacia abajo, nunca hacia arriba. Los corbatines -hace una pausa- ‘quizá es una tontería’, comenta, pero el día que salí en hombros de la México traía unos rosas y esta tarde usaré unos del mismo color. Los toreros somos así, raros, supersticiosos , reflexionó.

Nunca tomo una habitación que sus números sumen trece, en Tlaxcala tomé la 130, que inicia con el 13, y ese día mi lote salió malísimo , lamentó.

El traje de luces descansa en un perchero. Su color azul marino es intenso y la pasamanería en oro hace lucir más unos emblemas colocados en las hombreras y a manera del escudo nacional mexicano.

Aparte de la presión en la habitación, se lidia con algún comentario de mal gusto, Aguilar no entra en el juego: Hay quien te dice: ‘qué Dios reparta cornadas’, cosas de esas, pero yo mejor me quedo callado y voy a lo mío , sentencia.

Se coloca la casaquilla, los machos están bien amarrados, toma el capote de paseo y se encamina hacia la puerta de salida…

Aquí es cuando frunces las nalgas, respiras hondo y te mentalizas, entras en una especie de trance .

Atrás quedó el ceremonial, plegarias y dudas… Ahora todo depende de su valor, de su entrega y sus deseos de llegar a figurar en ésta, la más bella de todas las fiestas, la fiesta brava.

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