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Finanzas Personales

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La percepción de la vejez

No se trata de un supuesto, sino de una realidad. No se trata de buenos deseos, de cómo los educamos y de cuánto nos quieren: nuestros hijos no nos apoyarán financieramente en nuestra vejez.

Uno de los elementos que inciden en todas las decisiones que cotidianamente tomamos, es la percepción que tenemos de las cosas. Ello incluye, por supuesto, nuestras decisiones económicas.

La percepción se conforma, entre otras cosas, por la suma de nuestra educación y cultura, la experiencia y lo que nos dicta nuestra propia naturaleza y personalidad. No siempre es explícita y consciente y, lo más importante, no siempre es verdadera: puede estar como una luz de fondo, que ilumina lo que vemos y hace que lo apreciemos con una cierta distorsión o que malinterpretemos inadvertidamente una circunstancia o información.

Si se nos pide, podemos llegar a hacer un diagnóstico imparcial, objetivo e informado de una situación; pero en la práctica nuestra conducta estará orientada en mayor o menor medida por ese cristal a través del cual observamos las cosas.

Tomemos un ejemplo: si le preguntamos a cualquier persona, si es importante ahorrar para la vejez y prepararse para el retiro, casi todas dirán (diremos) que sí. Entonces, ¿por qué es tan bajo el porcentaje de personas que lo hacen?

La cruda realidad

Nuestra percepción nos hace estar poco atentos a un tema que debiera tenernos preocupados. ¿Por qué es así? Porque nuestra percepción práctica del problema, no ha alcanzado a reconocer aún la relevancia de los cambios socio demográficos que incidirán en el tipo y calidad de vida que tendremos como adultos mayores. Pensemos por un momento en algunos de estos cambios y cómo nos afectan.

La edad de retiro laboral que existe en México, 65 años, se fijó como referencia en Alemania en … ¡1916! En ese momento, la esperanza de vida promedio al nacer en México era de 33 años y consecuentemente, sólo una pequeñísima parte de la población llegaría esa edad. Hoy, las personas de 65 años o más en México representan 6% de la población y en zonas urbanas esta proporción llega a ser de casi el doble y seguirá creciendo de forma muy importante. Ello es resultado de que la esperanza de vida llegó a 76 años, por lo que esta edad de retiro es irreal, ya que una persona de 65 años es perfectamente productiva.

Para un lector típico de este diario, de aproximadamente 40 años -que vive en una zona urbana, con acceso a servicios de salud y con cierto nivel de educación- su esperanza de vida será mayor que la del promedio.

Si este lector hipotético (pongámosle de nombre Sr. Pedro Promedio), empezó a trabajar al salir de la carrera a los 23 años, ello significa que al llegar al momento de su retiro habría trabajado 42 años. Pensemos que como la mayoría de nosotros, los primeros años laborales fueron más diversión; después se casó, tuvo hijos, y realmente empezó a preocuparse por su futuro cerca de los 40 años. Si Pedro tuvo una vida relativamente sana pensemos que vivirá hasta los 80 años de edad. Ello implica que tendrá que preparar en 25 años un patrimonio con el cual enfrentar los 15 años que sobrevivirá a su jubilación. Con cada año de previsión efectiva deberá cubrir 7 meses de su vida futura de retiro.

Pedro Promedio creció con la percepción de que, ante la debilidad del sistema de pensión institucional en México (mucho más débil el antiguo que el de las afores, pero aun éste, débil), la red de apoyo familiar era de facto el complemento al esquema de seguridad para la vejez. Pero se nos olvida que mientras que Pedro tuvo tres hermanos con los cuales pudo compartir los gastos para apoyar a sus padres (algunos podrán otros no, pero son 4 hermanos), él sólo tiene 2 hijos, para los cuales soportar la carga financiera adicional de mantener a su padre en un futuro, será inmanejable.

No se trata de buenos deseos, de cómo los educamos y de cuánto nos quieren: nuestros hijos NO nos apoyarán financieramente en nuestra vejez.

En próximas entregas, seguiré angustiándolos... perdón, informándoles de otros temas importantes que muchos conocemos, pero no percibimos en su justa dimensión para tomar las acciones que nuestro futuro imperiosamente nos demanda.

Economista especializado en economía conductual

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