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Geopolítica

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El Partido del Carnaval trumpista

En términos reales, el Partido Republicano podría llamarse el Partido de Trump.

Donal Trump es un experto en mercadotencia, y por lo tanto, hace de la política un sucedáneo de la publicidad.

Donal Trump es un experto en mercadotencia, y por lo tanto, hace de la política un sucedáneo de la publicidad.AFP

El Partido Republicano ha sufrido una mutación ideológica impensable hasta hace nueve años, cuando el entonces empresario Donald Trump se postuló a la presidencia de Estados Unidos.  

Los republicanos defendían la implicación internacional de su país, pero en la actualidad el partido es nacionalmente provinciano.

En su estructura orgánica el Partido Republicano tenía múltiples dirigentes, pero en el partido de Trump tiene un único dirigente. Existe un culto a la personalidad hacia Donald Trump solo comparable al de una secta. El populismo se instaló en la Casa Blanca en 2017 y podría regresar en 2025.

En términos reales, el Partido Republicano podría llamarse el Partido de Trump.

Trump, una marca. La misma que lleva su torre neoyorquina y su avión.

The Republican Evolution: From Governing Party to Antigovernment Party 1860 to 2020 (Columbia, 2022) analizó 2,722 declaraciones políticas correspondientes a 41 plataformas existentes del Partido Republicano. En ellas destacan tres épocas históricas:

De 1860 a 1924: los republicanos apoyaron políticas que lograran poner fin a la esclavitud, crear universidades públicas, la construcción de trenes que cruzaran de costa a costa y restringir los monopolios industriales.

De 1928 a 1960: el partido hizo suyo el neoliberalismo, alabó las virtudes de la libre empresa y le puso alto a regulaciones económicas gubernamentales.

Desde 1964, los republicanos apostaron por tener una visión de política interior, etnocentrista.

Los presidentes estadounidenses republicanos posteriores a la Segunda Guerra Mundial tuvieron una mentalidad internacionalista, apostaron por instituciones multilaterales como la ONU y consideraban que su papel era liderar el mundo libre y la promoción del libre comercio y la democracia. Así lo hicieron Dwight Eisenhower, Richard Nixon, Ronald Reagan, George H.W. Bush y George W. Bush.

En el partido de Trump solo existen lealtades, quienes no lo sean, son condenados al ostracismo.

Pensemos en Paul Ryan. Fue candidato a la vicepresidencia del Partido Republicano en el 2012 y ocupó la presidencia de la Cámara de Representantes entre los años 2015 y 2018.

En el 2010 Ryan presentó su Hoja de ruta para el futuro de Estados Unidos, un documento que tenía dos objetivos, uno explícito: reducir el déficit estructural de Estados Unidos reformando los planes de pensiones y médicos del Gobierno federal.

El segundo objetivo era implícito: catapultar su carrera hacia la presidencia.

Paul Ryan es un defensor del libre mercado y de la apertura del mercado exterior en beneficio de la expansión de los productos estadounidenses.

Trump es el “hombre de los aranceles”.

Catorce años después de haber presentado su plan, Paul Ryan está fuera de la actividad partidista. En sentido estricto no ha sido expulsado, pero sí marginado.

Kevin Roberts, director del think tank conservador The Heritage Foundation, comentó recientemente que su objetivo es “institucionalizar” a Donald Trump. Se trata de un doble reconocimiento: la figura más influyente del Partido Republicano es Donald Trump. También ha sido difícil conciliar a Trump con las instituciones.

En realidad, Trump es un experto en mercadotencia, y por lo tanto, hace de la política un sucedáneo de la publicidad.

Entiende que de lo que debe de hablar es de las preocupaciones primarias de los segmentos más desfavorecidos de la población estadounidense: inflación, desempleo y migración.

La investigadora Elizaveta Gaufman, autora del libro The Trump Carnival define con claridad y con pocas palabras el entorno ideológico de Trump. Menciona que el expresidente había aprovechado sin saberlo, pero con éxito, una cultura de carnaval. La naturaleza anti elitista de un carnaval “permite que la baja cultura llegue al alto mundo de la política, donde a todo mundo se le permite hablar mal y decir palabrotas”.

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Fue profesor investigador en el departamento de Estudios Internacionales del ITAM, publicó el libro Referéndum Twitter y fue editor y colaborador en diversos periódicos como 24 Horas, El Universal, Milenio. Ha publicado en revistas como Foreign Affairs, Le Monde Diplomatique, Life&Style, Chilango y Revuelta. Actualmente es editor y columnista en El Economista.

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