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Opinión

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Diecisiete años...

Con esta colaboración cierro un ciclo. Me despido con la siguiente cita: El que sólo sabe economía, sabe muy poca economía , John Stuart Mill.

Ésta es mi última colaboración para El Economista. No es un adiós definitivo, más bien el fin de un ciclo; en esta publicación tuve la oportunidad de colaborar durante 17 años con una columna semanal, entrevistas con personalidades del mundo de las ideas económicas y diversos editoriales especiales.

Este hasta luego invita a reflexionar sobre la labor del editorialista económico y las lecciones cosechadas durante esta experiencia. La economía es acción humana, como decía Ludwig von Mises; sin embargo, los temas que dominan el debate público en materia económica no son fáciles de transmitir.

Esta observación aplica a toda una gama de temas: la importancia de los derechos de propiedad; el eterno mito genial de la devaluación competitiva; la paradoja de por qué la globalización es mal vista en los ojos del político o a nivel popular, a pesar de la formidable evidencia que demuestra los beneficios de la apertura comercial o la perfecta idiotez de seguir pensando que, a pesar del fracaso del ogro filantrópico, de planear las millones de decisiones humanas desde arriba, el gobierno es, con su presunción de buenas intenciones, la solución a los problemas.

La falta de influencia en la opinión pública sobre estos asuntos capitales, a pesar de los argumentos, es fuente de frustración. Ésa parecería ser, sin embargo, la condición innata del comentarista económico. Debe procurar explicar, traducir lo abstracto a lo cotidiano, pero su papel es defensivo: reaccionar, una vez, otra vez, otra vez más, al mito, a la tontería populista, a la fatal arrogancia de los políticos, a la vanidad de redención instantánea que comparten los iluminados de la sabiduría convencional.

El lema capital es: repetir, repetir, repetir. Se deberán encontrar diversas formas para articular la misma idea. Por ello, en la tradición de Frédéric Bastiat, se recurre a la ironía, al cuento, a detallar los dramas de consecuencias no intencionadas; pero sobre todo al sentido común, digamos: lo mío es mío , no se puede gastar más de lo que se tiene o el clásico de Arturo Damm: Sin competencia hay incompetencia.

El editorialista económico no es sabelotodo ni idiota útil. Varios colegas de este Foro, así como excolumnistas, han dado el ejemplo a seguir, ya sean las lecciones sagaces de Bruno Donatello, la contundencia de Isaac Katz, el detalle de Manuel Suárez Mier, la fina ironía de Ricardo Medina, entre tantos otros.

A todos los amables lectores de esta columna, muchas gracias. Fueron 17 años de gran provecho y constante aprendizaje sobre la acción humana, sobre la economía.

rsalinas@eleconomista.com.mx

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