Lectura 4:00 min
¿El último informe al respetable?
El espectáculo que vimos el día de ayer en el zócalo, no tiene desperdicio. Podríamos decir que resultó, no sólo en cifras y supuestos logros, sino en el ejercicio de una megalomanía a la que respondemos con una tolerancia forzada y educada, una repetición condensada del ejercicio del poder al que AMLO no ha ido acostumbrando.
Todo el mundo sabe que las obras faraónicas que ha emprendido este gobierno, no han sido pensadas, evaluadas en sus beneficios y utilidad. Todos sabemos que las obras son ocurrencias surgidas del capricho y la prioridad política de una sola persona: el presidente. Todos sabemos que la reforma al poder judicial, no resolverá el problema de la justicia y la seguridad en México. Todos sabemos que el sistema de salud no es, ni cercanamente, mejor que el de Dinamarca. Es más, sabemos o conocemos cercanos que no encuentran medicinas, que no hay con que atender enfermos, que una cita puede tardar semanas y que 30 millones de mexicanos se quedaron sin acceso a la salud y han tenido que empezar a gastar en los exiguos servicios que otorgan las farmacias. Todos sabemos que la refinería de dos bocas, no nos dará el 90% de las gasolinas que consumimos en el país. También sabemos que el tren maya es inviable financieramente y que resultó en una degradación de proporciones que no conocemos de verdad en materia ecológica. Todos sabemos que el aeropuerto Felipe Ángeles, está vacío y que su utilidad es nula para atender la demanda de viajeros y viajes, para un país como el nuestro. Todos sabemos que frente a un conglomerado de simpatizantes preguntar una cosa, para que obligadamente todos levanten la mano asintiendo la locuaz propuesta del líder detrás del micrófono, es una burda trampa y un falso ejercicio de democracia, que además, sólo exacerba la tensión existente entre dos poderes de la República. La lista sigue y sigue por más de dos horas, para que al final el presidente después de mencionar la increíble persona que es Claudia Sheinbaum, nos asegure que se va contento y con la consciencia tranquila, lo cual nos tenía muy preocupados a todos los mexicanos.
La pregunta es obligada: ¿por qué le creemos? ¿Por qué queremos creerle?
Una primera respuesta, podría centrarse en que las cosas las trivializa a un punto en el que, en vez de tratar de entender a la doceava economía del mundo y sus complejidades, que incluyen compromisos internacionales por los que no podríamos desaparecer al INAI, a la COFECE o cualquier órgano autónomo, AMLO las vuelve fáciles y con soluciones simplistas.
Una segunda razón, podría estar en la necesidad de pertenecer. Pertenecer a un colectivo grande, de una sola voz, a lo que todo el mundo está haciendo, en suma, no pueden estar tantos equivocados. Seguramente los críticos nos engañan.
Una tercera explicación, podría consistir en el carisma del líder. ¿Cómo no le vas a creer a ÉL, si dice que siempre habla con la verdad?
Una cuarta razón, podría centrarse en el hecho de que este gobierno sí salpica. Aunque sea poquito, pero algo nos llega del presupuesto a nuestros bolsillos. Hay que creerle, porque eso nos trae beneficios, aunque sean poquitos, pero algo nos da.
Una última que me asalta, es que tal vez, no hay a nadie más a quien creerle. No existe en el panorama nacional, ninguna voz creíble, confiable, que haga de la casi mitad de los mexicanos una fuerza capaz de develar las pifias, el engaño y la enorme crisis que se nos avecina, de seguir las cosas así.
El día de ayer asistimos a su último informe. Un ejercicio demencial de catarsis colectiva, una demostración del papel que juega la megalomanía convencida de si misma. Un triste ejemplo de lo que las masas son capaces de hacer, detrás depalabras convincentes, aunque esten carentes de fundamento, razón y verdad, pero dichas para beneplácito de las consciencias, que desde ayer se quedan tranquilas porque no se equivocaron al votar por él y seguirlo apoyando. Todos contentos además se fueron los varios miles a dormir tranquilamente a su casa. Nada más, pero nada menos, también.