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Opinión

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"Las heridas" del México en que nací

¿Qué somos nosotros sino las cicatrices de nuestras luchas, de nuestros deseos incumplidos y de nuestras heridas o frustraciones?

Por eso, luchando conmigo mismo y tardándome  5 décadas he cumplido uno de mis más grandes anhelos: escribir una novela, y es que escribir era para mí un gran sueño porque desde muy niño soy un lector voraz, apasionado ¡incluso goloso!

Los libros me producen una gran fascinación: son un objeto mágico, una cápsula del tiempo que nos cuentan la sabiduría y las historias de nuestros antepasados. Lo mismo nos generan felicidad que ansiedad, entretenimiento que dolor, amor que aborrecimiento, y sin duda nos transforman, nos cambian: leer nos crea, nos dota de contenido.

No exagero en modo alguno si afirmo con contundencia que somos lo que leemos, nos formamos y modificamos a nosotros mismos leyendo y aprendiendo.

Crecí rodeado de clásicos gracias a una pequeña biblioteca familiar. Así que desde pequeño me preguntaba si tendría la capacidad de escribir, de contar historias y de lograr que algunas personas vivieran lo que yo estaba sintiendo al asimilar los libros escritos por otros y, al hacerlo, descubrieran en ellos, como yo, una máquina del tiempo, un aparato de entretenimiento sin fin, el oráculo de otros universos y destinos, y la memoria de acontecimientos que nunca sucedieron, de seres que no existen y de amores que son eternos.

Escribir me parecía una tarea maravillosa, pero inalcanzable. Los escritores crean realidades paralelas, mundos extremos y nos recuerdan los desafíos que todos vivimos. Desde niño me parecían personas admirables pero no sabía si yo podía escribir una novela.

Vencí el miedo y me puse a escribir en la pandemia y hoy puedo compartirles que he publicado mi primera novela (“Las heridas”, Espasa, 2024) en la que relato una de las épocas más emocionantes de mi vida y de la historia de México: 1988 y las vicisitudes de una elección presidencial en la que se “cayo el sistema”.

La novela cuenta la historia y ambiente social de ese turbulento año, aquel del México en el que el Secretario de Gobernación era el presidente de la autoridad electoral, en donde las elecciones eran organizadas desde el Poder Ejecutivo, donde el Tribunal Electoral era un organismo dependiente de la Secretaría de Gobernación y, aunque parezca increíble, las elecciones eran calificadas por un colegio electoral conformado por los propios presuntos diputados y senadores electos quienes determinaban si las elecciones eran válidas.

Era el México en que no ganaba las elecciones ningún otro partido político más que el que se encontraba en el gobierno; un México en que los problemas electorales se resolvían con la fuerza de un garrote y en el que no existían alternativas de solución jurídica.  Era el México de la dictadura perfecta.

Por eso escribí este libro, ese México de nuestro pasado debe de contarse y, en especial a los jóvenes para que atesoren nuestra democracia, sus instituciones y lo que generaciones atrás construyeron para que México dejara de ser es nación gris que me tocó vivir de joven y en la que partícipe en algunas marchas, grité y protesté por lo que percibimos como un gran fraude electoral.

La novela se desenvuelve a través de las historias de dos personajes: Alfonso, un joven chilango de clase media que recorre con mucho dolor las vicisitudes de su primer amor, en una época anterior al reconocimiento de los derechos de la mujer y mucho antes que la libertad y la empatía se impusieran en el amor y la vida de las personas del colectivo LGBTIQA+.

Mi personaje favorito es Ubalda, una luchadora social en el movimiento cabañista en aquel México de la “guerra sucia”, de las crisis económicas, del 2 de octubre, del halconazo, y en el que el estado convertía en enemigos a aquellos que osaban desear una nación igualitaria.

Estos personajes nos revelan la Ciudad de México de mi juventud, aquella de los años ochenta que comenzaba a tener dimensiones de megalópolis y en la que una figura como Cuauhtémoc Cárdenas y la izquierda democrática fueron fundamentales para que a partir de los 90´s se creara un nuevo marco legal y las instituciones electorales que han demostrado solidez (INE, TEPJF, FISEL).

“Las heridas” está dedicada al pueblo de México y su lucha histórica por vivir en un país democrático, con respeto a sus derechos humanos, y bajo un Estado de Derecho.

Que no se olvide el pasado, que no se olviden las heridas del México  previo a la creación de las instituciones electorales que han permitido que por primera vez en nuestra historia esta nación goce de una aceptable estabilidad democrática por ya casi 3 décadas.

Conjuremos por siempre el fantasma del México autoritario, sanemos por siempre aquellas heridas y reconozcamos que un México mejor es posible.

*El autor es Magistrado Electoral del TEPJF.

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