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Letras ilibres
El lenguaje económico es curioso. En niveles académicos es incomprensible, pero en niveles de debate público se encuentra lleno de falacias.
El lenguaje económico es curioso. En niveles académicos es incomprensible, igual o incluso más denso que la mecánica cuántica, la metamatemática o alguna rama del conocimiento similar. Los economistas académicos celebran esta incomprensión, es señal de estatus intelectual, de cerebros privilegiados, de que mis chicharrones truenan.
En niveles de debate público, sin embargo, se manifiesta un caso dramáticamente opuesto. El abuso de falacias elementales, la manipulación de frases políticamente correctas y otras prácticas son prevalecientes. Para el académico, el debate público económico es aburrido, vulgar como diría David Hume. Pero para el observador cotidiano, al contrario, no hay conjetura y refutación, no hay curva de aprendizaje. Hay sólo un paradigma miniatura que se defiende hasta el cansancio, en la medida que logre mayor presencia ante los reflectores y no en tanto obtenga una correspondencia con la realidad.
Parecería que el conocimiento económico enfrenta una disyuntiva entre la pomposidad del ser universitario y el dogmatismo primitivo del perfecto idiota, pero no por ello se debe renunciar a la búsqueda del conocimiento. A nivel de debate cotidiano, por lo menos, un paso clave en la dirección correcta sería modificar el vocabulario que se usa y precisar bien todos los instrumentos lingüísticos a nuestro alcance. De otra forma, se generan círculos viciosos que sólo generan confrontación o encarcelamiento conceptual.
Hay varias palabras que, por tradición, han perdido significado. Es decir, su denotación ha sido sustituida por su connotación. Por ejemplo, neoliberalismo o consenso de Washington . No es necesario definir los contenidos de éstos, se sabe que son malos, repugnantes, feos, estúpidos y horrorosos. Otros términos similares son, por ejemplo, privatización (quizás con buena razón, por el abuso de la venta de monopolios públicos), globalización o el siempre odiado capitalismo , incluso en sus versiones modernas.
Quizás, a nivel público, se deben contemplar palabras neutrales con potencial explicativo, por ejemplo, un entorno económico caracterizado por productividad, innovación o flexibilidad. Ello es mejor o más apetecible que lenguajes doctrinarios que hablen de liberalismo, capitalismo, mercado o globalización comercial. Será cuestión de gustos semánticos, pero esa estética es quizás inevitable en un ambiente de comentario público tan viciado por los adjetivos, las etiquetas y las descalificaciones. ¿Qué preferimos? ¿TLC o un sistema equilibrado de reciprocidad comercial? ¡Sin duda el segundo! Ni hablar.
rsalinas@eleconomista.com.mx