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Opinión

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Los muchos hogares de un caballito

Ninguna estatua está tan salada como El Caballito. Su mala suerte sólo puede equipararse a la de los horrorosos Indios Verdes. Ambos monumentos han sido cambiados de lugar varias veces y su ubicación nunca deja feliz a nadie. (Bueno, los Indios Verdes tal parece que al fin encontraron casa definitiva en parque allá por el metro que se llama así, Indios Verdes).

Pero El Caballito, ay pobre Caballito. En sus tres siglos de historia la estatua ecuestre de Carlos IV hecha por la mano del maestro Manuel Tolsá ha pasado por desventura tras desventura.

La historia es larga. Empezó cuando la estatua se hizo por orden del virrey, el marqués de Branciforte, se festejó como nunca. Hubo borracheras, toreadas y pirotecnia. Después, cuando la estatua por fin se colocó vinieron las fuerzas insurgentes con ganas de fundirla pues El Caballito era un símbolo de la dominación española.

Las ganas de destruirla duraron décadas y décadas. Durante la era de Guadalupe Victoria el historiador conservador luchó para proteger al Caballito por su significancia y su valor estético.

El Caballito rodó por varios lugares de la ciudad capital de México. El que iba a ser su hogar definitivo era la esquina de Reforma con Bucareli. Pero de ahí pasó a estar afuera del edificio de la Lotería Nacional y luego cerca del monumento a la Revolución.

En la foto que hoy nos obsequia el Archivo Gustavo Casasola la estatua puede verse en Bucareli con Juárez. Hoy El Caballito, símbolo de esta ciudad, vive enfrente del Palacio de Minería, afuera del Museo Nacional de Arte. Lo pasó muy mal en una supuesta reparación que le destruyó la pátina. Ya viene la Feria del Libro del Palacio de Minería. Denle mis saludos a Carlos IV cuando salgan cargando libros.

concepcion.moreno@eleconomista.mx

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