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Más allá del PIB, medir el bienestar
En los últimos días se han generado diversas reacciones y opiniones en múltiples foros con respecto a la conveniencia del uso del Producto Interno Bruto (PIB) como un indicador de bienestar social. El tema ha sido ampliamente estudiado por las ciencias sociales desde hace décadas, pero el debate sigue vigente, principalmente, porque algunos investigadores y columnistas siguen utilizado el concepto como lo más aproximado al bienestar. En el extremo, hay quienes de forma equivocada creen que las políticas orientadas al crecimiento por sí mismas siempre generan mayor prosperidad.
Antes de seguir, conviene recordar lo que sí trata de medir el PIB: el valor agregado de todos los bienes finales y servicios que se producen y consumen en un país durante un tiempo. Esta medición encontró su consolidación en el periodo de entreguerras en el siglo XX. En particular, el antecedente es el trabajo de Simon Kuznets, premio Nobel de Economía, en la creación de las cuentas nacionales en Estados Unidos, aunque la definición vigente se le atribuye al inglés John Maynard Keynes por su ensayo “Cómo pagar la guerra”, que publicó durante la Segunda Guerra Mundial, mientras trabajaba para el Departamento del Tesoro Británico.
Ahora bien, si decimos que el PIB “trata de medir” es porque esta métrica, con un objetivo particular, está sujeta a limitaciones metodológicas y de diseño que hay que tener en cuenta, más en un país como México. Por ejemplo, economistas como Martin Feldstein y Diane Coyle destacan que el PIB excluye algunos bienes y servicios que son producidos en los hogares, los cuales no son comercializados, por lo tanto, no se les imputa un valor. Esta limitación del indicador, como métrica de la producción nacional, es relevante porque existen muchas regiones del país en donde los hogares producen bienes para consumo propio. A ello también debe sumarse una proporción de actividad que ocurre en la llamada informalidad o en esquemas de intercambio comunitario.
Otro elemento metodológico que limita al PIB como medida fidedigna de la producción es que los bienes y servicios que lo constituyen cambian en el tiempo. Particularmente, hay variaciones significativas en calidad o transformaciones donde aparecen nuevos productos en los mercados, lo que limita la comparabilidad del número y el valor de los bienes y servicios producidos. La estimación de los cambios en la calidad típicamente está sujeta a errores de medición estadísticos, y no siempre se puede diferenciar la causa de los cambios en los precios. Además, regularmente existen rezagos importantes para actualizar la canasta de bienes utilizada para incorporar nuevos productos.
El diseño mismo del indicador hace que elementos relevantes para el bienestar queden fuera de la medición. Pensemos en actividades que se hacen en el hogar, como el cuidado de niños, abuelos, enfermos, actividades culturales o la creación para entretenimiento en redes sociales. Todas ellas, al no estar sujetas a una transacción comercial, son omitidas en el cálculo del PIB. O en el caso de la vivienda, si bien la construcción computa en el cálculo, no se valora su calidad o la satisfacción de una familia al formar un patrimonio.
El crecimiento del PIB —o del PIB per cápita— está asociado con una noción de que la población cuenta con mayores ingresos, lo que aumenta sus posibilidades de consumo, por lo tanto, su bienestar material potencial. Sin embargo, utilizar al PIB como el indicador único del bienestar de la población llevaría a conclusiones incompletas y probablemente erróneas. Como ejemplo basta ver cuando Ghana cambió su base metodológica de ponderación de los bienes y servicios y como consecuencia su PIB en el 2010 incrementó en 60%, sin que ello implicara ningún cambio en las condiciones de vida de su población.
El PIB y su crecimiento no informan de forma directa sobre la evolución de la distribución del ingreso y la riqueza ni tampoco sobre elementos adicionales de bienestar que no están asociados exclusivamente con el ingreso como la salud, la educación, la movilidad social, el medio ambiente, la seguridad, la libertad individual, entre otros. El debate también debe de centrarse en cómo medir y mejorar esos indicadores alineados a los objetivos que tengamos como país. Incluso ya se han hecho avances en ese sentido con propuestas como el Índice de Progreso Social, o el Índice de Desarrollo Humano, que tienen una perspectiva más amplia.
Como escribieron los premios Nobel de Economía, Joseph Stiglitz y Amartya Sen, así como su coautor Jean-Paul Fitoussi, en su libro Mal midiendo nuestras vidas: “Si tenemos las métricas equivocadas, nos esforzaremos por las cosas equivocadas. En nuestra búsqueda por incrementar el PIB, podríamos terminar con una sociedad en la que sus ciudadanos estén peor”. Por ello, además de usar el PIB, es útil y necesario analizar la evolución de un conjunto amplio de indicadores que permitan medir el bienestar social de forma multidimensional.
La invitación a abrir el debate es pertinente y necesaria, mientras que cerrar el debate refuerza dogmas que ya han sido superados en otras partes del mundo. Una agenda que cuestione las formas de medir el bienestar no tiene el objetivo de ir en contra del crecimiento económico, sino que busca parámetros más precisos e incluyentes.
*El autor es director general del Infonavit.