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¿Qué palabras cuentan para nosotros?
El uso de la palabra no es neutral. Lo saben quienes escriben -artistas y periodistas-, quienes buscan comunicar ideas, emociones... Lo sabe quien quiere comunicarse, vincularse con los demás. Lo saben también quienes, desde posiciones de poder, buscan imponer con su discurso, desde su estrecha perspectiva, una imagen unívoca de la realidad, sin considerar las condiciones de vida y aspiraciones de su público (nunca interlocutores).
Pensar la palabra, pensar los discursos que nos rodean es hoy imprescindible; sobre todo cuando en el espacio público surgen nuevas voces que, desde una marginalidad central, se contraponen al discurso cada vez más vertical e insensible de un líder y un gobierno con sueños de autocracia.
El domingo pasado, el Zócalo capitalino se llenó de palabrería. Lo inundó un discurso que borra la realidad y construye un país inexistente, feliz, inigualable, donde no hay personas desaparecidas ni millones de víctimas de la barbarie. Instalado ante el supremo micrófono, el Orador empedernido se olvidó impunemente de las personas que en Chiapas han tenido que huir de sus casas para sobrevivir, de los migrantes atrapados en una jaula, secuestrados por el crimen organizado que los somete a tratos inhumanos y los mantiene en condiciones similares a las que tanto escandalizaron a la sociedad mexicana (y a las autoridades) cuando un encierro similar sucedió en Estados Unidos. Borró también las cientos de miles de muertes prevenibles durante la pandemia y desde entonces; la angustia de millones que se topan con murallas en el sistema de salud.
¿Por qué se olvida lo que pasa en nuestro propio país? ¿Acaso la violencia, la abyección, la humillación, el abandono que mutilan la vida cotidiana de tantas personas no nos degrada a todos como sociedad?
En contraste, este mismo domingo escuchamos palabras que nos vinculan con el presente de cara al futuro. Frente al Senado, se elevaron voces que nos invitan a informarnos y reflexionar. Palabras que, contra la falacia, buscan la verdad y nos dan esperanza. Las y los jóvenes que protestan contra la reforma judicial demuestran que la juventud no es indiferente a la res pública. Muchas y muchos de ellos han vivido de cerca la violencia y la injusticia, cargan ya con experiencias dolorosas. No están enajenados, ni los manipula nadie. Saben en qué mundo les tocó vivir y quieren transformarlo.
Las múltiples y diversas voces que en marchas, paros y foros defienden al PJF, defienden a la Justicia, manifiestan su deseo de vivir en un país más justo. En su defensa de la Ley, expresan su aspiración a convivir en una sociedad más igualitaria y confiable. En su defensa de la división de poderes, afirman su derecho a vivir en libertad.
Ante estos discursos contrastantes, hemos de escoger qué palabras cuentan para nosotros. Aun bajo censura o represión, nuestra palabra (o silencio) puede reforzar, contrastar o minar la palabra autoritaria que aplasta y nos escamotea la realidad.
Resistir a los discursos que nos separan de nuestra humanidad común, acercarnos a las palabras que nos permiten reconocerla, nos abre la posibilidad de asumirnos ciudadanos/as de un país, del mundo, del planeta (como sugirió ayer el escritor Mia Couto, ganador del Premio FIL).