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Un joven revaluado
Roberto Andrés demuestra el formidable potencial de esas generaciones que viven bajo un clima de estabilidad monetaria.
Hoy día, mi hijo mayor cumple 15 años de edad. El año que nació, 1996, los debates económicos giraban alrededor de las causas de la crisis del 94, el daño de la inflación y las brutales pérdidas en poder adquisitivo sufridas por los miembros de la generación devaluada en México.
Posteriormente, surgieron más crisis: el desplome ruso en 1998, la quiebra del fondo Long Term Capital Management, el corralito argentino, el colapso bursátil de las acciones puntocom y, tan sólo unos años después, la crisis financiera global más el inicio de la Gran Recesión.
En ese lapso, sin embargo, la economía mexicana ha logrado generar un clima de estabilidad de precios. A pesar de las crisis y las volatilidades, la tasa de inflación se ha mantenido en un rango no mayor a 4%, por lo menos en la norma monetaria, y las expectativas de inflación ya no son el factor determinante del comportamiento cotidiano en la vida económica. En otras palabras: jóvenes como Roberto Andrés representan a una generación de agentes que pueden tomar la estabilidad de precios como un hecho (un lujo, diríamos aquellos que crecimos bajo los ciclos de deuda y devaluación). Ello tiene implicaciones de capital importancia para el futuro de estas nuevas generaciones (revaluadas).
Por un lado, el poder adquisitivo no se deteriora en forma inesperada, con la virulencia del pasado. Se pueden hacer cosas típicas de una economía de largo plazo: calcular una tasa interna de retorno, hacer descuentos a valor presente neto, planificar el costo real de una inversión que sea financiada con deuda, determinar escenarios realistas que permitan ver más allá de un año, cinco años, hasta décadas. Se puede colocar una obligación de largo plazo en unidades locales. En 1996, el tipo de cambio registraba un precio cercano a 6 pesos por dólar. Hoy, se ubica en alrededor de 12 pesos. Sin embargo, esta depreciación de la paridad no se ha traducido en una acelerada erosión del poder adquisitivo de la unidad de cuenta. El tipo de cambio ya no es la madre de todos los precios. Ello, nuevamente, gracias a la estabilidad.
Roberto Andrés sufrirá los dramas que existen en la economía cotidiana: altos costos de transacción, crecimiento mediocre, corrupción, todo lo que inhibe maximizar nuestro potencial productivo. Pero tendrá la oportunidad, no antes vista en dos generaciones: realizar sus decisiones de ahorro, inversión, consumo y producción, en forma independiente del comportamiento del índice de precios. Y eso merece decir, en este día de su celebración: ¡Felicidades, Roberto Andrés!
rsalinas@eleconomista.com.mx