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Varsovia y el café cortado del Nero
Varsovia. La capital de Polonia es una ciudad en reconstrucción en la que cohabitan ornamentos esteticistas de Norman Foster, la Guerra Fría y falsas fachadas (por la loable intención de políticos, empresarios y banqueros por regenerar lo devorado durante la Segunda Guerra Mundial).
Son las hípermodernas cafeterías Nero, las ciclopistas y los restaurantes veganos, auténticos hubs de la nueva demografía polaca que, poco a poco, va recuperando y asimilando la historia que vivieron sus antepasados, agitada por el desasosiego y la muerte.
Los polacos se quedaron sin país durante 123 años. En ese lapso sus fronteras fueron disipadas y su identidad coaccionada.
Fue hasta noviembre de 1918 cuando el país renació en el mapamundi; sin embargo, no pasaría ni un cuarto de siglo para que Polonia atestiguara uno de los capítulos más negros de la historia de la humanidad: la Segunda Guerra Mundial. “Varsovia, una ciudad de vampiros, tan devastadoramente destruida que parecía que el mundo se hubiera desintegrado” (Keith Lowe, en su ensayo El miedo y la libertad, citando a Norman Davies de su libro Varsovia, 1944. La heroica lucha de una ciudad atrapada).
Al llegar a la sede de un importante think tank sobre relaciones internacionales ubicado en el corazón de Varsovia, me recibe amablemente un especialista sobre América Latina con quien tengo pactada una reunión; sin embargo, antes de llegar a una sala de juntas me advierte que también participarán en la charla dos especialistas sobre temas de Rusia y la OTAN. No es casualidad, la geopolítica del presidente polaco Andrzej Duda se tensa alrededor de estos dos grandes entes. La otra zona de tensión polaca se ubica en Bruselas, donde la Unión Europea ha mandado al Tribunal del ente supranacional, la polémica ley judicial sobre la jubilación anticipada polaca articulada por el partido Paz y Justicia, controlado por el influyente Jaroslaw Kaczynski.
Los cambios culturales en Polonia ocurren de manera súbita como lo hace el clima. El pasado viernes Varsovia disfrutaba de una estela veraniega representada por más de 23 grados centígrados pero tres días después, 7 grados obligaron a los peatones a realizar un cambio de vestuario.
De acuerdo con Wojciech Soczewica, director de Marketing de City of Warsaw (con quien platiqué ayer), el número de turistas israelíes a Varsovia se ha duplicado durante el último año porque ya no es solamente el turismo religioso y/o histórico el que viaja a la capital de Polonia para recordar lo sucedido durante la guerra, ahora existe una demografía que lo hace por las nuevas ofertas culturales. Una de ellas es la gastronomía.
En el 2017 viajaron a Varsovia 2.6 millones de turistas extranjeros. La mayoría de ellos de nacionalidad alemana (8.7%), estadounidense (7.9%) y británica (7.8%), así lo reporta el documento Tourism in Warsaw 2017.
Al preguntarle a Soczewica sobre la representación de turistas latinoamericanos, me comenta que es alrededor de 2 por ciento. Una cifra que refleja el protagonismo de París, Madrid, Londres y Roma, como destinos para los turistas de nuestra región.