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Opinión

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Votos y cambio climático

A dos años de la toma de posesión de Obama, la aprobación de una ley de reforma energética está tan lejos como el primer día de su administración.

En la teoría de las relaciones internacionales se ha documentado hasta el cansancio la importancia del hegemón o hegemónico -el país con los mayores peso e influencia relativos en el ámbito internacional– para el establecimiento de las reglas bajo las que el resto de los países actúan e interactúan.

Si la potencia no está convencida de algo o de que ese algo esté alineado con sus intereses, hay una buena posibilidad de que el asunto se pierda en los laberintos de la enorme agenda global.

Ése es, desafortunadamente, el caso de Estados Unidos y la lucha para combatir los efectos del cambio climático. Sobre este tema, la potencia estadounidense tiene dos responsabilidades: una como el país más poderoso de la Tierra (todavía), y otra como el segundo país más contaminante del mundo, después de China.

Con la llegada de Barack Obama a la Presidencia de esa nación revivió la esperanza -herida de muerte a pisotones por George W. Bush– de que Estados Unidos se comprometiera a negociar y aprobar una ley sobre cambio climático lo suficientemente amplia y comprensiva como para que Estados Unidos asumiera el liderazgo global en la materia.

Recordemos que incluso durante su campaña, Obama declaró públicamente: La reforma energética es la prioridad númeo uno, y la reforma al sistema de salud la prioridad número dos .

Lo que sucedió después de la entusiasta campaña ya lo sabemos. ¡Oh desilusión! A casi dos años de la toma de posesión de Barack Obama, la aprobación de una ley de reforma energética está casi tan lejos como el primer día de su administración.

Pero, bien a bien qué fue lo que sucedió, la respuesta corta es: votos. El debate sobre el cambio climático se convirtió en un asunto de partidos, de demócratas contra republicanos y, al hacerlo, se perdió el camino recorrido.

El Presidente estadounidense y su equipo consideraron más factible apuntarse una palomita empujando la reforma de salud que la energética.

De hecho, de acuerdo con el recuento que hacen del proceso de decisión algunos de los colaboradores de la Casa Blanca, para los legisladores demócratas fue imposible sentar en la mesa de las negociaciones sobre el tema a sus pares republicanos… aun cuando algunos de los más importantes grupos de interés ya se habían subido al carrito negociador. Qué absurdo.

Los republicanos optaron por la vía populista para establecer su posición: ¿qué dicen las encuestas? ¿Qué opina la gente sobre el cambio climático? Las encuestas dicen que la opinión está dividida casi a la mitad: 51% del electorado estadounidense no cree que el ser humano es responsable del cambio climático, mientras que 49% sí lo cree.

En un año de elecciones intermedias, los republicanos optaron por agraciarse con ese 51% de votantes, con la esperanza de capitalizar algunos votos para las próximas elecciones de noviembre, en las que se elegirá a toda la Cámara de Representantes, 37 de las 100 senadurías, 38 gubernaturas y varias elecciones locales.

El provincianismo estadounidense en la lucha contra el cambio climático es sumamente dañino. El mundo necesita la fuerza de Estados Unidos.

Más allá de los acuerdos parciales a los que se pueda llegar en la próxima cumbre climática que se celebrará en Cancún en diciembre próximo (COP16), queda claro que mientras la potencia no se suba al carrito poco podremos esperar del régimen global.

afvega@eleconomista.com.mx

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