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Las economías emergentes deben enriquecerse antes de envejecer
NEWARK/BARCELONA - Los efectos del descenso de la natalidad y del aumento de la esperanza de vida son cada vez más evidentes en economías avanzadas como Alemania, Italia y Japón. Los mercados de trabajo se ajustan, la escasez de mano de obra se agrava y a las familias les cuesta encontrar quién cuide a sus padres en la vejez. En algunas zonas, la caída del número de alumnos obliga a las escuelas a cerrar.
Corea del Sur es un ejemplo claro. En 2023, cuando la tasa total de fertilidad del país se desplomó a solo 0.7 hijos por mujer en edad fértil a lo largo de la vida, las ventas de cochecitos para perros superaron a las de cochecitos para bebés.
Pero el envejecimiento de la población no se limita a las economías avanzadas. Dentro de una o dos generaciones, muchas economías emergentes se enfrentarán probablemente a los mismos problemas demográficos que aquejan a sus homólogas de los países desarrollados, sin los recursos financieros necesarios para amortiguar el golpe.
En un nuevo informe del McKinsey Global Institute (MGI), dividimos estos cambios demográficos en tres oleadas distintas. La primera ola ya ha barrido las economías avanzadas, así como Europa del Este y China, donde la población en edad de trabajar alcanzó su pico en torno a 2010, seguido de un descenso constante. Como resultado de ello, se prevé que el crecimiento del PIB per cápita en esas economías se desacelere en 0.4 puntos porcentuales anuales en promedio, o hasta 0.8 puntos porcentuales en algunos países, de aquí a 2050. Si bien actualmente alrededor del 30% de los ingresos laborales se destina a financiar el consumo de los pensionados, esta cifra podría aumentar hasta cerca del 50% a mediados de siglo.
La segunda oleada demográfica afectará a las economías emergentes en los próximos 10 años, a medida que la población en edad de trabajar alcance su pico en todas partes excepto en el África subsahariana, donde se prevé que alcance su punto máximo cuando llegue la tercera oleada en la segunda mitad del siglo. Estas economías tienen una ventana de oportunidad cada vez más estrecha antes de que su dividendo demográfico disminuya y la carga financiera de mantener a una población que envejece aumente bruscamente.
En casi la mitad de las 89 economías emergentes fuera del África subsahariana, las tasas de fertilidad ya han caído por debajo del nivel de reemplazo de 2.1 nacimientos por mujer, lo que ha provocado un rápido descenso de la proporción de personas en edad de trabajar (normalmente definidas entre 15 y 64 años) con respecto a las que tienen 65 años o más. China, una economía emergente con el perfil demográfico de una economía desarrollada, tiene actualmente 4.8 personas en edad de trabajar por cada jubilado, no muy lejos de la proporción de 3.6 de Estados Unidos. De aquí a 2050, se prevé que la proporción de chinos en edad de trabajar por cada jubilado descienda a 1.9, por debajo de Francia (2.0) y Estados Unidos (2.6).
Las transiciones demográficas se desarrollan a un ritmo ligeramente más lento en otras economías emergentes. Mientras que en Tailandia se prevé que la proporción entre trabajadores y pensionados descienda a 3.9, el promedio actual en los países de la primera oleada, en un lapso de cinco años, Brasil alcanzará ese nivel en 16 años e India en 33. En los tres casos, sin embargo, el PIB per cápita en las economías emergentes sigue siendo significativamente más bajo que el de los países de altos ingresos. En términos de paridad de poder adquisitivo, el PIB per cápita de Tailandia es solo el 37% de la media de las economías avanzadas, el de Brasil el 34% y el de India el 16%.
Estos cambios les plantean un reto de enormes dimensiones a las economías emergentes: deben enriquecerse antes de envejecer. En los últimos 25 años, las tendencias demográficas favorables han dado lugar a un aumento promedio anual de 0.7 puntos porcentuales en el PIB per cápita de India y de 0.5 puntos porcentuales en el de América Latina. Pero ahora se prevé que el dividendo demográfico de India se reducirá a 0.2 puntos porcentuales de crecimiento anual del PIB en el próximo cuarto de siglo, mientras que se espera que el de América Latina desaparezca.
En este estado de situación, ¿qué pueden hacer las economías emergentes? Para empezar, deben impulsar la productividad. El PIB per cápita viene determinado principalmente por el tamaño de la fuerza laboral en relación con la población total y la productividad de los trabajadores individuales. La productividad en las economías emergentes está muy por detrás de la de sus contrapartes más ricas, con un promedio de 13 dólares por hora trabajada, o 18 dólares si se excluye al África subsahariana, frente a los 60 dólares por hora de los países de altos ingresos.
Con las inversiones adecuadas, las economías emergentes tienen la oportunidad de crear un efecto “volante”, por el que la inversión impulse el aumento de la productividad. Esto, a su vez, atraerá más inversión, creará oportunidades de empleo significativas, impulsará el poder adquisitivo y permitirá a las empresas aumentar aún más la productividad.
Más allá de las alzas de productividad, las economías emergentes pueden mitigar el impacto de los cambios demográficos aumentando la participación de la fuerza laboral, especialmente entre las mujeres. En la economía emergente media, la tasa de participación en la fuerza laboral de las mujeres entre 20 y 49 años ronda el 60%, frente al 80% en las economías avanzadas.
Para afrontar eficazmente los cambios demográficos, los gobiernos y las empresas de las economías emergentes deben aprender de las experiencias y estrategias de los países desarrollados. Hay dos lecciones clave que se destacan.
En primer lugar, las economías emergentes deben asegurarse de que los jóvenes estén en condiciones de competir a escala global. Además de mejorar sus sistemas educativos, deben impulsar otras inversiones en capital humano y desarrollo de capacidades.
El sector privado podría desempeñar un papel crucial en este esfuerzo. Dado que el consumo mundial y el talento se desplazan cada vez más hacia el mundo en desarrollo, las economías emergentes tienen la oportunidad de cultivar la próxima generación de empresas superestrella. Como han demostrado los estudios del MGI, las economías en desarrollo que obtienen mejores resultados que sus pares suelen agradecérselo a empresas grandes y competitivas. Pero la creación de estas empresas requiere de un ecosistema de apoyo, que incluya instituciones fuertes, una infraestructura física y digital fiable, protecciones sólidas de la propiedad intelectual y acceso a inversiones y asociaciones.
La segunda lección para las economías emergentes es desarrollar sistemas de apoyo social eficaces y sostenibles. En muchas economías emergentes, los sistemas de apoyo a la vejez siguen siendo, en gran medida, informales y están basados en la familia. A medida que la población de estos países envejezca, el porcentaje creciente de adultos mayores pondrá a prueba estas estructuras tradicionales.
Los países desarrollados, que actualmente se enfrentan a una creciente deuda pública asociada a los costos del cuidado de las personas mayores, deberían servir de ejemplo. Si mejoraran la inclusión financiera y crearan incentivos para el ahorro privado y la acumulación de riqueza, los mercados emergentes podrían construir sistemas que apoyen el envejecimiento de la población sin socavar la resiliencia económica.
Las economías emergentes también pueden evitar algunos de los desafíos fiscales a los que se enfrentan sus pares de los países desarrollados si invierten en la salud y el bienestar de sus poblaciones jóvenes y de mediana edad. Para garantizar que los trabajadores permanezcan activos y productivos hasta bien entrada la vejez, los responsables de las políticas deben tratar de promover el ejercicio rutinario, ampliar el acceso a alimentos saludables y proporcionar atención sanitaria de alta calidad, especialmente preventiva.
Y lo que es más importante, los responsables de las políticas deben tener en cuenta que el cambio demográfico no se produce como un tsunami, sino gradualmente, como una marea. Aunque su previsibilidad es una ventaja, su ritmo lento hace que sea fácil pasarlo por alto hasta que las consecuencias se vuelven inevitables. Las economías emergentes aún tienen tiempo, pero el agua ya les llega a los tobillos.
La autora
Anu Madgavkar es socia del McKinsey Global Institute en Newark.
El autor
Marc Canal Noguer es investigador principal del McKinsey Global Institute en Barcelona.
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