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La propuesta “lógica ilógica” de Trump sobre Israel
Si bien todas las declaraciones e iniciativas de Donald Trump desde el momento de asunción han causado conmoción, creo que ninguna ha sido tan dramática como la de su proyecto (casi inverosímil) de una “limpieza étnica de lujo” en Gaza. La Franja se convertiría en una Riviera, una suerte de Punta del Este para los americanos.
La inmoralidad de la propuesta fue definida como un crimen de guerra en marcha. Pero una interpretación sin histerismos va en línea con sus múltiples iniciativas inverosímiles que no pueden ser interpretadas más que como un puntapié inicial para mover el tablero y movilizar a actores políticos a actuar. En el caso del Medio Oriente sería obligar a países como Egipto, Jordania, Qatar, y Arabia Saudita (todos dependientes de Estados Unidos) a movilizarse para la reconstrucción de Gaza.
Al mejor estilo de la “lógica-ilógica” de Trump, en total contraste con su visión anterior, la administración americana decidió negociar directamente con Hamás. Hasta sorprendió a Israel. Y lo que queda preguntarnos es: ¿en qué consiste ese posible diálogo más próximo a una imposición?
La imposición de Trump está basada en una amenaza que no da lugar a dobles entendidos: “Liberen a los rehenes o este será el fin de Hamás y de la población de Gaza”. Pero Trump agrega un segundo tono: un “gran y feliz futuro les espera a la población de Gaza” si se liberan a los rehenes (y aunque no se dice explícitamente), queda claro que la exigencia a Hamás será el desarme.
El fin del juego de Trump es invitar a los gazaties (más bien del Hamás) a que tengan un futuro feliz fuera de Gaza. Pero una segunda lectura puede llevaron a una visión todavía más humillante y que, a la vez, problematiza a Israel: quedarse en Gaza y administrar su propia derrota.
Significaría transformarse de movimiento de resistencia, en donde el morir como mártir es su ADN, a ser una administración de propiedades e inversiones en la nueva Gaza que se reconstruirá con los dólares de Qatar, Dubai y Arabia Saudita.
La caída de Hizbolá en el Líbano, la derrota de Siria y el debilitamiento patético de Irán dejan a un Hamás sin ninguna cobertura del frente de resistencia.
Todo indica que el instituto básico del primer ministro israelí es continuar la guerra. Lo único que parece contener ese instinto es la propuesta “lógica ilógica” de Trump.
El triunfo táctico de Israel fue incuestionable, pero la pregunta es si el triunfo militar necesariamente se transforma en triunfo estratégico.
Paradójicamente, y dado al hecho que Israel no puede oponerse frontalmente a Trump como lo hizo con Biden, la carta que le queda a Natanyahu es confiar en que triunfe la “racionalidad de lo irracional” de Hamás.
Lo que alienta esa perspectiva es la opinión pública en Gaza. En la investigación realizada por Scott Atran de Artis International y Oxford University y de Ángel Gómez de la Universidad de Madrid (“¿Qué quieren los gazaties?)“ la conclusiones son claras. A pesar de que la popularidad de Hamás ha bajado, la gente de Gaza está aún más radicalizada. Exigen que no haya ningún compromiso con el Estado sionista y piden resistencia hasta el final.
No hay algo que le dé más esperanza a Natanyahu que ese prospecto. Es lo que sucedió en la historia de la “no resolución” del conflicto entre palestinos e israelíes: los Israelíes, aunque de mala gana, aceptaron un país palestino, y los palestinos, de buena gana, lo rechazaron. Pasó en el plan de partición de 1947, en los acuerdos de Camp David y Taba, en las propuestas de Olmert.
La resistencia a la existencia de Israel es su razón de ser.