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Por el rescate de la soberanía, hay que replantearla
Cualquiera que haya seguido la historia petrolera mexicana habría esperado que el presidente López Obrador, un nacionalista y estatista, hubiera hecho todo porque Pemex produjera más petróleo. Por si hubiera duda, su presidencia arrancó prometiendo luchar “por el rescate de la soberanía” vía Pemex. Y producir 2.654 millones de barriles de crudo para 2024.
No lo logró. Quizás porque México ya no tiene la riqueza geológica de las épocas de Cantarell. Quizás porque el gobierno de López Obrador en realidad invirtió mucho menos en exploración y producción que los previos. Quizás porque se distrajo con Dos Bocas y la refinación. Quizás porque le faltó tiempo o talento. O quizás porque Pemex, después de décadas de ser exprimida y saqueada, de plano no podía repuntar.
De cualquier forma, el gobierno pasado apenas pudo desacelerar la declinación de la producción. Flaco favor. Dejó al actual con el peor perfil financiero de corto plazo de la historia de Pemex, con muchos campos acercándose a la fase más pronunciada de su declinación y sin ningún activo petrolero importante enfilado para desarrollo. Discursivamente, también lo dejó embarcado: Pemex y la soberanía ya fueron rescatados.
Pero eso no significa que no haya dejado nada sobre qué construir. Que le haya reducido a Pemex la carga fiscal significativamente, fijando un nuevo precedente en términos políticos no es irrelevante. Al menos en ese sentido, ahora tiene más rango de maniobra financiero.
Otra bisagra importante fue el replanteamiento de las metas de producción. Si la promesa de arranque para Pemex de López Obrador fue producir más, la de cierre fue no producir de más. Él lo explicó, inexplicablemente, como si se tratara de guardar petróleo para las futuras generaciones. Pero de todos modos abrió la puerta a que este gobierno haya podido prometer sólo 1.8 millones de barriles al día. Con un solo cambio en el acento discursivo, el camino para que Pemex redefina su tamaño todavía más, en torno al óptimo, está despejado. No producir de más implica no producir que sí, desperdiciando recursos. Esta forma de soberanía, en la que los Estados tratan de evitar misiones en las que están destinados a fracasar, es universalmente razonable. En México, hasta hace poco, era políticamente inviable.
La compra de Deer Park es otro punto de pivote. Además de que ha creado valor económico para Pemex, abrió la puerta para un reposicionamiento político. En lugar de seguir obsesionado con producir más en México, Pemex se podría enfocar en adquirir recursos estratégicos en el extranjero y garantizar el suministro. Si este gobierno lo amplía (hacia exploración y producción de gas, por ejemplo), empezaría a apuntar más en la dirección del soberanismo chino o japonés.
Hacia adelante, hay más potencial. Queda por verse si la idea de las inversiones mixtas en asignaciones petroleras con Pemex realmente logra reanimar las prioridades de transferencia tecnológica y formación de recursos humanos especializados – algo clave en prácticamente todos los modelos que tienen una petrolera estatal fuerte, competente. En México, esto requeriría que Pemex pueda atraer muchos socios de calidad. Para eso, se necesitan desarrollar figuras contractuales que reconozcan sobriamente los riesgos políticos, operativos y financieros de operar en México en sociedad con Pemex – y faciliten marcos sólidos para transferirlos y/o mitigarlos. No está nada fácil.
Claro que seguimos lejos de la visión de soberanía energética de países como Estados Unidos, fincados más en la inversión y la innovación que en la idea de la prevalencia de una petrolera estatal (que no tienen). Pero empieza a ser claro que la soberanía petrolera mexicana no es lo que era. Bajo gobiernos nacionalistas y estatistas, nos estamos alejando de las visiones más políticamente restrictivas – basadas en el mero extractivismo estatal en territorio nacional. Para rescatar la soberanía, parece, hay que replantearla.