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Opinión

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Xenofobia mexicana

El lunes pasado fui a la asamblea cívica en la escuela de mi hijo, no recordaba el juramento que, semana a semana, hacen los niños mexicanos a la bandera: «¡Bandera de México! Legado de nuestros héroes, Símbolo de la unidad de nuestros padres y de nuestros hermanos, te prometemos ser siempre fieles a los principios de libertad y justicia que hacen de nuestra Patria, la nación independiente, humana y generosa, a la que entregamos nuestra existencia». Si bien los símbolos nacionales de cualquier nación no son de mi completo agrado, por el nacionalismo que suelen exaltar, el juramento me pareció loable: prometer ser fiel a los principios de libertad y justicia. No puedo poner un pero. Nos pensamos como una nación generosa y humana. Fantástico. Y deberíamos honrar este juramento. 

Digo todo lo anterior como preámbulo de las cada vez más grotescas muestras de xenofobia de mexicanos contra extranjeros. Entiendo que debemos sentirnos profundamente ofendidos por las políticas xenófobas y racistas que impulsa el presidente Trump, y que aplauden sus votantes, poco más de la mitad del electorado. Lo que no entiendo es que decidan contestar xenofobia con xenofobia. Leí hace poco una publicación en Facebook de una estadounidense que lleva años en México, muy integrada en la comunidad editorial del país. A su hijo, que tiene padre mexicano y pasó sus primeros años en Nueva York, le gritan en las calles de la condesa que se regrese a su tierra. Es mexicano, pero si fuera gringo, tendría que dar lo mismo. Una nación humana y generosa acoge (lo hicimos con los republicanos españoles y con los exiliados sudamericanos) a los demás, sus ciudadanos no agreden cobardemente a los de otro lado. El post hablaba sobre todo del dolor que le causaba descubrir que personas cercanas a ella ponían comentarios profundamente peyorativos sobre los gringos. Ya no sabe si son indirectas o a ella no la consideran “gringa”. A la xenofobia se debe contestar con generosidad. No es poner la otra mejilla, es mostrar que hay otra forma de tratar a las personas y expresar, con acciones, que nos acogemos a los valores de libertad y justicia, no al racismo y al desprecio.

La situación es aún más grave con los migrantes que vienen de Centroamérica y el Caribe (separamos familias migrantes como hace Trump, por decir algo). Con ellos somos una sociedad profundamente racista y clasista, y ni siquiera podemos explicar nuestra xenofobia diciendo que es una respuesta a su maltrato, como hacemos con los estadounidenses.

Todos los lunes los niños juran ser fieles a la libertad y a la justicia. Pero jurar no basta, hay que enseñarles a ser distintos con el ejemplo. Odiar al gringo, al argentino, al español, al hondureño, al haitiano es un ejemplo terrible: somos como lo que despreciamos, viles trumpitos.

X: @munozoliveira

L.M. Oliveira es escritor. Autor de "El mismo polvo" y "El oficio de la venganza". Es Titular A en el Centro de Investigaciones sobre América Latina y El Caribe.

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