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Política

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La guerra en Ucrania demuestra que la globalización feliz no existe: Laila Porras Musalem

Con lo que está sucediendo desde la crisis financiera de 2008 y, después, con la pandemia de la Covid-19, los países están apostando más a una regionalización económica, señala Laila Porras Musalem. Además, expone algunas ideas del profundo análisis del conflicto armado entre Rusia y Ucrania contenido en el libro, “La odisea rusa”, donde detalla cómo se transformó Rusia desde su época soviética, hasta su integración al capitalismo y explica el peregrinaje histórico, económico y político de Ucrania.

La guerra entre Rusia y Ucrania, iniciada en 2022, demuestra que la famosa globalización feliz no existe, señala Laila Porras Musalem.

La autora del libro “La odisea rusa. Una historia económica de Rusia de la Revolución a la guerra en Ucrania”, editado por Aguilar, plantea que ese conflicto armado excede ampliamente las fronteras europeas y cambia el rumbo de la geopolítica mundial, pues delinea dos bloques: el occidental, liderado por Estados Unidos e integra a Europa, Canadá, Australia, Japón y Corea y, otro, menos estructurado alrededor de China y Rusia, apoyado por naciones de África, Asia y de Latinoamérica.

En entrevista con El Economista, expone algunas ideas del profundo análisis de ese conflicto, contenido en el libro, donde además detalla cómo se transformó Rusia, desde su época soviética hasta su integración al capitalismo, y explica el peregrinaje histórico, económico y político de Ucrania.

—¿Ante qué estamos: Es la guerra Ruso-Ucraniana, es la guerra entre Rusia y lo que se ha dado en llamar el Occidente colectivo o qué es?

—Hay varios niveles. Hay un nivel local indiscutible, que es un conflicto entre Rusia y Ucrania, pero Estados Unidos estaba apoyando a Ucrania desde antes. Desde el primer conflicto grave que estalló en 2013 con el retiro del entonces presidente de Ucrania, Víktor Yanukóvich, de la ruta hacia la firma del tratado de libre comercio con la Unión Europea. 

Hay otro nivel. No hay que olvidar que Ucrania, aunque actualmente tiene una cohesión nacional indiscutible, es un país que ha tenido muchas diferencias y ha habido muchas divisiones de todo tipo: lingüística, étnica, de preferencias políticas, etcétera.

Esas divisiones se pueden ver en tres regiones: una occidental, muy cerca de Polonia, que ha estado cerca históricamente de Europa y de Polonia; una, de en medio, que es una mezcla más heterogénea y la del Este, que claramente siempre estuvo mucho más cercana a la Unión Soviética. Incluso las relaciones industriales, económicas y comerciales de lo que es la región de Dombás, siempre estuvieron bastante entrelazadas con la economía rusa y la Unión Soviética, en su época.

—¿Cuáles fueron las consecuencias inmediatas de esta guerra?

—En Ucrania se han visto las peores consecuencias, por la infinita tragedia que significan todas las muertes, vidas truncadas más de siete millones de refugiados en Europa, más de siete millones de refugiados al interior de Ucrania. Ha sido un desastre total. Un país totalmente destrozado en su infraestructura. Muerte y destrucción son las primeras consecuencias. 

Después, para Rusia ha significado un decrecimiento, aunque más pequeño de lo que se imaginó lo que se denomina el Occidente colectivo, al hacer las sanciones. 

Como sabemos, las sanciones se desatan inmediatamente al iniciar la guerra, por parte de la Unión Europea, Estados Unidos y los aliados más importantes como Japón y Australia, Canadá.

El Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial o la OCD preveían que habría una caída del PIB de entre 8 y 10% y eso no sucedió. Ocurrió una caída de 2 por ciento. Entonces, sí hubo una caída, pero lo que se está viendo ahora es una gran resiliencia de la economía rusa, que supo inmediatamente acomodarse más hacia el continente asiático, aunque ya lo venía haciendo. 

Ya había volteado a ver a Asia hace muchos años y simplemente se intensificaron las relaciones económicas y comerciales, sobre todo con China.

—¿Esta guerra tendrá un impacto en la geopolítica mundial?

—Sí. Pareciera que se están delineando dos bloques importantes. Por un lado, lo que Putin

llama el Occidente colectivo, con la Unión Europea y Estados Unidos y algunos países anglosajones a la cabeza más Japón y Corea del Sur.

En el otro bloque, que es un poco más heterogéneo, están, obviamente China, India, Rusia y otros países. Los BRICS también están recobrando bastante importancia. Están apostando a que se cree una nueva moneda por ejemplo para los intercambios comerciales internos.

Muchos países de Asia, África y de América Latina no ven eso con malos ojos y han tratado de no pronunciarse, por ejemplo, en las votaciones de Naciones Unidas ante la guerra, como lo han hecho de manera muy explícita la Unión Europea y Estados Unidos. Ellos, en cambio, han tratado de abstenerse o de no votar, o de no ir el día del voto.  

Pareciera que muchos países no quieren tomar partido. Ven con simpatía a Ucrania; condenan la guerra, pero no apoyan las sanciones.  

Muchos países están fuera de los dos bloques hegemónicos, pues sienten que no tienen por qué tomar partido y penalizar sus economías por esta guerra, como lo está haciendo Europa. 

La verdad, Europa ha sufrido bastante con esta guerra: se ha visto inflación, problemas con los recursos energéticos.

Se están penalizando a las empresas europeas que tuvieron que salir por las sanciones e, incluso, estamos viendo que algunos países ya no quieren seguir con las sanciones. Grecia y Hungría no quieren que sigan las sanciones, porque cuando se penalizan empresas eso se traduce en penalizar empleos.

—¿Dada la respuesta internacional que se ha tenido, es válido plantearse si este momento se parece en algo al periodo de la Guerra fría?

—Sí, yo creo que sí se puede decir que hay una posguerra fría que se está creando claramente. Obviamente los actores son distintos, los grupos también han cambiado. Hay países que son difíciles de clasificar. Por ejemplo, Turquía, que es parte de la OTAN, condena la guerra, pero no aplica las sanciones y es uno de los países que han ganado con la guerra, porque muchos rusos se están instalando en Turquía para poder nacionalizarse y empezar a hacer negocios. Muchos negocios (lícitos y creo que ilícitos) están pasando por Turquía, hay la conformación de bloques que quizá no son tan heterogéneos como lo fue en la primera guerra fría.

—Hay quienes piensan que, tal vez, se está cumpliendo la hipótesis que hiciera Brancko Milanovil, en el sentido de que el verdadero objetivo de Putin era recuperar la autonomía económica y política de Rusia, lo cual implicaba romper decididamente con occidente y convertirse en una potencia euroasiática cuya interacción con Europa se limite al mínimo. ¿Qué opina sobre eso?

—La hipótesis de Milanovil es interesante y, justo la cito en el libro, porque deja como una apertura, pues, al fin, en un libro no se sabe cuál va a ser el fin de esto. Es interesante la hipótesis que él plantea sobre cuáles eran las verdaderas razones por las que se hizo la guerra. 

Pensar en que, de alguna manera, no van a culpar a las élites o a los políticos rusos de haber cortado con occidente, porque podrán decir que fue occidente quien cortó con ellos.

No sé si el pueblo lo vea así a largo plazo, no sé si sea un corte para siempre. Yo creo que no se puede decir eso. No estamos en el momento para decir eso, pero, por lo menos, lo que sí se ve incluso desde antes de la división de Crimea de 2014, el régimen ruso ya había sacado un documento muy importante diciendo que Rusia debía diversificar su comercio y sus intercambios y no solo estar pensando en Europa. Lo pensaban más en términos económicos, que no querían ser tan dependientes de las importaciones europeas de gas, entonces tenían que ver más hacia Asia.

Es como de largo plazo esta evolución de Rusia hacia enfocarse más en el negocio con Asia y Asia central, que son economías muy pujantes.

También lo que se menciona en ese documento de 2010, es que en realidad Europa no tiene tasas de crecimiento demasiado elevadas y que los países que en realidad están emergiendo son realmente los asiáticos. Era una cuestión bastante pragmática y económica.

—¿Desde México, qué es lo que deberíamos estar aprendiendo de este conflicto?

—Una de las cuestiones que está dejando este conflicto, pero que también es parte de un proceso más largo, que no tiene que ver con el conflicto, es que la famosa globalización feliz no existe. 

Que lo que está sucediendo desde la crisis financiera de 2008 y, después con la pandemia de la Covid-19, los países están apostando más a una regionalización económica. Producir hasta el otro lado del mundo por bajos costos y traer por barco o por avión mercancías, tampoco son factores muy buenos para el clima y el desarrollo sustentable.

Me parece que, en el largo plazo, no es mala idea estar pensando en bloques económicos regionales, más en esta globalización, aunque siempre será bueno tener un poco de diversificación económica.

En ese sentido, México está completamente enfocado al mercado norteamericano. Quizá un poco de diversificación económica de otros países no sería mal, pero teniendo en cuenta lo que acabo de mencionar.

Periodista mexicano, originario de Amealco, Hidalgo. Editor del suplemento Los Políticos de El Economista. Estudié Sociología Política en la Universidad Autónoma Metropolitana. En tres ocasiones he ganado el Premio Nacional de Periodismo La Pluma de Plata que entrega el gobierno federal. También fui reconocido con el Premio Canadá a Voces que otorga la Comisión Canadiense de Turismo, así como otros que otorgan los gobiernos de Estados Unidos y Perú.

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