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La violencia digital tiene muchas formas: identificándola y desmenuzándola
Lo que pasa en el mundo digital es real y la violencia en estos canales es un tema de seguridad y salud pública. Las agresiones virtuales dejan secuelas importantes en las vidas de las víctimas, desde que se alejen temporal o definitivamente del mundo digital hasta los intentos de suicidio.
Hace un par de fin de semanas salí a tomar un café con mis amigas para ponernos al corriente sobre nuestras vidas, a algunas de ellas no les había visto desde que la Covid-19 llegó. Platicando sobre un seminario sobre la violencia doméstica, una de ellas, Carolina –quien me pidió ocultar su apellido por privacidad de datos– nos platicó cómo terminó por bloquear de todas sus redes sociales al que había sido su mejor amigo por años.
Nos contó que él le confesó estar “súper enamorado de ella desde que la conoció”, pero como esa no era el tipo de vínculo que ella buscaba con él, toda la relación se volvió en cierto modo tóxica y violenta. Pero la historia no paraba ahí. Carolina también nos platicó que se había percatado de que con algunas cuentas de Instagram y Twitter él la “stalkeaba”, le escribía mensajes, insultos y amenazas. Ella sólo supo que era él por deducción, pero cada vez que bloqueaba una cuenta, aparecía una nueva y como dijo ella “ni modo que bloquee una por una, hasta pensé mejor cancelar mis cuentas por un rato”. Y hasta ahí el último reporte de cuando nos fuimos a tomar ese café entre amigas.
Caí en cuenta de que la mayoría de las veces que pensé en violencia digital la asociaba con amigas, compañeras y otras mujeres que fueron víctimas de que alguna persona compartiera sus fotos o videos sexuales sin su consentimiento, que los viralizaran o que los subieran a páginas web no reguladas.
Pero no. La violencia digital tiene muchas formas. Como la del hostigamiento y violación a la privacidad por la que está pasando Carolina. Como que te manden fotos o videos sexuales que no pediste. Como que te acosen o persigan a través de plataformas digitales. Como que tomen tus fotos para crear cuentas falsas. O cualquier otro acto que vulnere la privacidad, la intimidad o la dignidad de una persona. Y gran parte de estas agresiones están contempladas en la serie de reformas a la legislación que integra la llamada “Ley Olimpia”.
La Ley Olimpia, como lo dice la activista Olimpia Coral Melo, es una ley mexicana y es pionera a escala internacional. Y surge de la resiliencia de su impulsora y todas las adolescentes y mujeres que han sido víctimas de alguna agresión a través de medios sociodigitales.
Ha sido aprobada por 30 entidades federativas en el país, que en sus Códigos Penales locales ya integran el espectro de la violencia digital, lo que permite identificarla, nombrarla, prevenirla e impartir justicia para quienes son víctimas de este tipo de violencia.
Y aunque la forma más conocida de la violencia digital se enfoca en los daños a la intimidad sexual, la realidad es que la Ley Olimpia define a este fenómeno en un concepto mucho más amplio: “todas las violencias que dañen la intimidad, la privacidad, la seguridad y la dignidad humana a través de internet”, dijo Olimpia Coral en entrevista con medios de comunicación con motivo del foro Cómo construir un mundo digital seguro, organizado por AT&T, la UAM y la organización Yo también.
En un país donde cerca de 9 millones de mujeres y adolescentes han sido víctimas de ciberacoso, y donde el grupo de mujeres de entre 12 y 29 años es el más violentado, lo más urgente era delimitar una conducta típica y definir la violencia digital. Pero lo importante, una vez aprobada la Ley Olimpia, para ella y todo el movimiento, es enfocarse en ampliar los horizontes en materia de las “formas” que puede tener la violencia digital, los castigos, que no necesariamente sean penales, y la prevención, que es el objetivo.
En este sentido, otra de las rutas a seguir es la de pensar en que estas agresiones conlleven una consecuencia secundaria, pero siempre desde una perspectiva de derechos humanos, de reinserción y de deserción patriarcal, que no caiga en la revictimización o en el punitivismo.
Aunque todavía hay mucho por hacer, el hecho de haber sentado las bases y tener una referencia y un precedente legislativo, de política pública y de incidencia social abre muchas puertas para lo que sigue, aseguró la activista.
“No es que nosotras queramos más hombres presos o pagando multas por este tipo de agresiones, lo que queremos es erradicar este tipo de violencias”, dijo Olimpia a El Economista.
Que haya Ley Olimpia no implica que el mundo digital ya es seguro
La activista resaltó en entrevista que una de las cosas importantes para avanzar es saber que aun cuando la Ley Olimpia ha sido aprobada en la mayor parte del territorio nacional, esto no implica que automáticamente los espacios digitales se hicieron seguros.
En México apenas uno de cada tres casos de violencia digital son vinculados a proceso, y esto sin contar todas las agresiones virtuales que no se denuncian o que no pasan a ninguna otra autoridad.
Gisella Pérez, también entrevistada para El Economista, empezó diciendo que ella estaba siendo violentada en internet y ni siquiera lo sabía. Una de sus parejas creó un grupo de chat en WhatsApp con otras dos personas en donde se compartían conversaciones que en su momento habían tenido con ella, con el único fin de burlarse, ofenderla o exponerla.
Este grupo estuvo activo cerca de un mes antes de que ella supiera que existía, lo supo porque una de las personas que estaban dentro del grupo le escribió para hablar con ella sobre alguna imagen que se compartió en el chat.
Yo pensaba que no podía denunciar ni hacer nada porque no eran nudes ni videos sexuales, sólo conversaciones mías con ellos, pero las usaban para reírse de mí y hablar pestes, hasta la fecha no sé por qué lo hacían, o lo hacen, ni siquiera puedo saber si todavía existe ese grupo”, dijo a esta casa editorial.
Gisella decidió cerrar cualquier puerta de contacto con estas personas, tanto en la vida física como en los espacios digitales, pero dice que todavía “le da miedo”; no piensa denunciar porque considera que sólo van a revictimizarla o que incluso las autoridades van a desestimar su denuncia y prefiere asistir con su terapeuta y apoyarse con su familia y amigos.
Así como Gisella, miles de personas en el país dicen que su principal razón para no denunciar es la desconfianza y la poca sensibilidad de las autoridades de prevención, atención e impartición de justicia.
Olimpia Coral Melo lo destacó: el sistema de justicia es patriarcal por eso el camino todavía es largo.
Todavía hace mucha falta la coordinación e institucionalización de diversos agentes involucrados en el mundo digital, desde las plataformas digitales, las empresas proveedoras de conectividad, los tres poderes del Estado, la sociedad civil y, por supuesto, los medios de comunicación.
Lo que pasa en el mundo digital es real y la violencia en estos canales es un tema de seguridad y salud pública. Las agresiones virtuales dejan secuelas importantes en las vidas de las víctimas, desde que se alejen temporal o definitivamente del mundo digital hasta los intentos de suicidio.
Prevenir la violencia digital es todavía más importante que castigarla.