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Narcomenudistas, blanco de los cárteles: DEA
Tan sólo en Tijuana, 98% de los muertos relacionados con el crimen organizado son vendedores callejeros.
Tijuana.- Héctor Rodríguez Estrada tenía la sensación de que él sería el próximo en caer triturado y asesinado.
Su jefe fue asesinado a golpes y su cuerpo fue tirado en un lote vacío: le arrancaron los dientes y las uñas. Luego apareció en un terreno de fútbol el cadáver decapitado de otro vendedor: la cabeza estaba junto al cuerpo.
Rodríguez, de 30 años, se cuidaba. Sabía que sus enemigos sólo lo atraparían si lo sorprendían dormido o drogado. El temor, sin embargo, hizo que este adicto a la anfetamina, que vendía drogas en un barrio del sector oriental de Tijuana, se sintiese más nervioso todavía.
``Sentía que algo le iba a pasar'', relata su madre, María de la Luz Estrada.
Razones no le faltaban.
Se habla mucho de la guerra entre los carteles de las drogas por las mejores rutas para hacer llegar la mercancía a Estados Unidos, pero un elemento que adquiere cada vez mayor importancia es la batalla que se libra diariamente en las calles por el creciente mercado de consumidores mexicanos.
En esa batalla, los vendedores como Rodríguez, que el gobierno describe como ``narcomenudistas'', corren gran peligro de ser asesinados.
Los vendedores son un blanco fácil para las bandas que quieren ampliar su área de operaciones, pues se los encuentra en las esquinas sin guardaespaldas ni vehículos blindados.
Los ``narcomenudistas'' figuran prominentemente entre las 10,800 personas que murieron en incidentes relacionados con el narcotráfico desde que el presidente Felipe Calderón declaró una guerra abierta contra los carteles en 2006, especialmente en las ciudades fronterizas con Estados Unidos, donde se registran las batallas más sangrientas.
En Tijuana, el 90% de los muertos son vendedores callejeros, según las autoridades.
Es un fenómeno parecido al de la guerra entre pandillas en Estados Unidos, indicó Rafael Reyes, director de las operaciones del Departamento Estadounidense Antidrogas (DEA, por sus siglas en inglés) en México y Centroamérica.
``Tienes a los 'Bloods' y los 'Crips' que se pelean por áreas de influencia'', manifestó.
Rodríguez era el tercero de cuatro hijos de una familia pobre de Tijuana. Su madre vende ropa en la calle. Su padre padece trastornos mentales. Trabajó en Estados Unidos, pero envió muy poco dinero a su casa.
Rodríguez se crió en la calle, donde le decían ``el Ruso'', por su cabello colorado, o ``Pecoso''. Se puso en contacto con las drogas muy temprana: A los 12 años fumaba marihuana y a los 15 comenzó a usar heroína. Estuvo preso varias veces por delitos menores.
Era el hijo favorito de su madre. La ayudaba a pagar la cuenta de la luz y le llevaba flores el Día de la Madre. Hablaba de hacer una vida distinta.
``Me voy a poner a trabajar bien para que no andes batallando y tengas todo en tu casa'', le dijo a la madre. ``Es el único que me ayudaba'', expresó la señora.
Para gente como Rodríguez, no obstante, la única forma de sobrevivir a menudo es vendiendo drogas, que abundan en este barrio de casas viejas, cubiertas de grafitis, oficinas y maquiladoras.
``Cuando vives a un lado del mar, buscas pescado'', expresó Samuel Rodríguez, el hermano mayor. ``Ese es el trabajo''.
Nadie sabe qué porcentaje de las ganancias que genera el narcotráfico deriva de la venta de drogas dentro de México, pero los expertos en el tema coinciden en que el mercado mexicano es cada vez más importante.
La destrucción de numerosos laboratorios de metanfetaminas en Estados Unidos durante la década de 1990 hizo que surgiesen varios laboratorios en México, donde los narcotraficantes encontraron un mercado natural para ese producto, según los entendidos.
El refuerzo de las medidas de seguridad en la frontera tras los ataques del 11 de septiembre del 2001 sirvió de estímulo para que los traficantes prestasen más atención el mercado local.
Un estudio preliminar del gobierno indicó que el año pasado había 460.000 adictos en México, un 50% más que en 2002. La cifra podría aumentar cuando se complete el estudio.
Rodríguez puso en marcha su operación en una casa prefabricada de dos dormitorios en la que vivió su familia durante 24 años. Su hermano mayor Samuel dijo que Rodríguez aspiraba a emular a los hermanos Arellano Félix, fundadores en Tijuana de uno de los carteles de la droga más importantes de México.
En sus pasos por la cárcel se puso en contacto con traficantes y se inició vendiendo en la calle, hasta que fue trepando y llegó a controlar a varios vendedores.
Los vendedores callejeros cobran unos 20 dólares diarios si venden 100 dosis de metanfetaminas, indicó Julián Leyzaola, secretario de seguridad pública de Tijuana. Muchos prefieren que les paguen con drogas para satisfacer su adicción.
Sus ingresos son atractivos si se tiene en cuenta que en esos barrios un albañil gana cinco dólares al día y un obrero de fábrica unos 60 dólares a la semana, expresó el sacerdote Raymundo Reyna, conductor de un popular programa radial y quien tiene una parroquia en un barrio donde ha habido muchos asesinatos.
Los pandilleros se pasean en automóviles con la música a todo volumen y gastan en ropa nueva y botas de vaquero.
``Es un símbolo de status, de que tienen dinero'', dijo el religioso.
Rodríguez vivía modestamente y no iba a discotecas ni restaurantes caros. De vez en cuando le pasaba dinero a su familia. Manejó una camioneta vieja y luego un Ford Taurus de la década de 1990.
``Nunca tenía dinero en el bolsillo'', aseguró su padre, José Francisco Rodríguez Ruiz.
Al salir por última vez de la cárcel, a principios de 2008, Rodríguez se encontró con un mundo muy distinto. La muerte o el arresto de los hermanos Arellano Félix había producido una división en esa organización: unos seguían a un miembro de la familia, Fernando Sánchez Arellano, y otros a Teodoro García Simental, ``el Teo''.
``El Teo'' consideraba que los vendedores callejeros eran la clave para controlar el sector oriental de Tijuana y no tenía reparos en eliminar a los vendedores rivales, según el general Alfonso Duarte Mugica, jefe militar de la región de Tijuana.
Esa rivalidad causó la muerte de 443 personas en el último trimestre de 2008. En los cadáveres se encontraban leyendas que decían ``Aquí está tu gente. Recógela''.
``Son su base económica'', afirmó Leyzaola, aludiendo a los vendedores. ``Si quieres tumbar una torre, no necesitas pegarle al edificio mas alto. Con que le pegues al cimiento, la torre se cae sola''.
En septiembre aparecieron 12 cadáveres en el barrio de Rodríguez, incluidos siete a los que les habían cortado la lengua. En noviembre fueron hallados otros nueve.
La familia dice que no sabía para quién trabajaba Rodríguez, sólo que su jefe inmediato era un tal ``Gabi'', quien apareció muerto el año pasado, sin las uñas ni los dientes. Es común que un vendedor callejero no sepa para quién trabaja.
Rodríguez se volvió paranoico, según su familia, y temía constantemente que lo estuviesen siguiendo.
Con todo, conoció a Arecely Lizarraga Lopez, de 28 años, quien quedó embarazada. Rodríguez estaba entusiasmado y le presentó la novia a la madre, pero la felicidad no duró mucho.
En la madrugada del 10 de enero él y su novia fueron acribillados a balazos en su casa, mientras dormían.
La madre piensa que lo hizo algún conocido, ya que en la casa no había indicios de que hubiesen forzado la puerta.
Un hermano de Rodríguez, Miguel, y su novia se instalaron en su casa. Samuel, casado y con cinco hijos, dice que se hizo cargo de su negocio.
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