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Política

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Otra vez 19 de septiembre

Estábamos en medio del horror y la indignación por el asesinato de Mara Castilla en Puebla -después del sismo de 8.1 grados - cuando la pesadilla volvió 32 años después.

Estábamos en medio del horror y la indignación por el asesinato de Mara Fernanda Castilla en Puebla -después del sismo de 8.1 grados del 7 de septiembre - cuando volvió a temblar el 19 de septiembre, poco después de la 1 de la tarde. Treinta y dos años después de la pesadilla.

Justo a las 7:19 de este 19 de septiembre, miré el reloj del teléfono mientras estaba en un trámite burocrático en el Centro Médico ­IMSS Siglo XXI y pensé: “Espero que no tiemble ahorita aquí. Por piedad”, pensamiento que deseché por absurdo. Dos noches antes había leído un artículo de mi querida amiga Tere Vale, relatando lo que ella hizo durante el terremoto del 85, cuando desde su cabina en Ondas del Lago, estuvo transmitiendo más de 40 horas seguidas y organizó junto con su marido, Miguel González Avelar, entonces secretario de Educación Pública, un servicio de radiotelefonía para ayudar a las personas a encontrar a sus familiares, independientemente de lo que institucionalmente estaba haciendo la SEP para apoyar a la población. Me conmovió recordar la movilización social de 1985. Ahora, Tere Vale fue el alma de la organización de los compañeros del programa de Eduardo Ruiz Healy para ayudar a las víctimas y a los servicios de apoyo.

La posibilidad de que temblara el 19 de septiembre a la misma hora mientras estaba en un lugar que se había caído en aquella ocasión era una en millones, según yo, recordando que, 32 años atrás, decidí no levantarme de la cama hasta que pasara el temblor para arreglarme e irme a la universidad. Ese día no llegué a la Ibero, entonces en la Campestre Churubusco­. No se podía cruzar Calzada de Tlalpan: me quedé hipnotizada viendo la transmisión de Jacobo Zabludovsky, con la sensación de que estábamos viviendo una guerra sin enemigo visible que nos destruía, que nos cobraba la factura de vivir en un lago desecado y no en tierra firme. Pensé todo eso seis horas antes del 19-S-bis.

Regresaba caminando por Xola, casi esquina con Adolfo Prieto, cuando vi a una persona salir corriendo de una estética. Escuché la alerta sísmica; tuve tiempo de cruzar a una zona arbolada, sin cables, mientras oía el estrépito de un transformador al estallar. La gente, asustadísima, salía de edificios, del Metrobús, a la calle. Era imposible caminar medianamente derecho mientras la tierra se movía. Crucé hacia mi cuadra, seguí caminando por Xola. Gente en shock, llorando, olía a gas; apuré el paso.

Di la vuelta en Amores, vi las puertas de mi edificio de par en par. Al acercarme pude ver pedazos de celosía tirados y a la mitad de los vecinos en la puerta. Subí a mi casa. Encontré a mi perra y a mi gato, bien. Sólo cuadros y adornos caídos, algunos rotos, y frascos rodando por la cocina. Empecé a acomodar y a barrer para evitar accidentes. Intenté enviar mensajes por Whatsapp. No tenía señal. Ni luz, ni cable, ni teléfono. Volví a sentir la misma sensación de impotencia y de aislamiento que en 1985. Tenía que regresar al Centro Médico. Me puse en camino. Al llegar a Obrero Mundial me encontré con un querido compañero de la universidad, dirigiendo el tráfico para evitar el paso justo donde se acababa de desplomar el edificio de Torreón y Viaducto.

Muchas personas estaban comprando víveres en tiendas de conveniencia mientras que muchos jóvenes veían cómo ayudaban, al menos para impedir el paso a las zonas que podían explotar por las fugas de gas. No se veían policías ni bomberos, pero se escuchaban las sirenas. “Ni pases”, me dijo Antonio Villalba, “no te van a atender porque la prioridad son los pacientes que ya están en el hospital. Además, ya explotó el Dalinde y no sabemos el riesgo”. Obedecí. Camino a casa, logré comunicarme con parientes y amigos, mensajes apenas, porque no se escuchaba nada con los helicópteros sobrevolando. Mi hermana caminó cinco kilómetros para alcanzarme, mientras muchos vecinos comenzaban a evacuar el edificio, apanicados por las noticias. Hasta las 4 de la tarde me enteré de que el temblor había sido de 7.1 grados Richter y que había afectado la ciudad entera, no sólo mi barrio, la Del Valle. La información empezó a fluir mientras me quedaba sin pila. Nuevamente, 1985. La movilización de la sociedad frente a un gobierno que no se daba abasto.

Las diferencias entre 1985 y el 2017

En esta ocasión, sí se ha visto más la acción gubernamental inmediata, tanto del gobierno capitalino como del federal. No hubo pasmo, y se ha visto porque la diferencia fundamental entre 1985 y el 2017 es la presencia de la comunicación instantánea, del internet y las redes sociales que nos dan más información y nos permiten organizarnos mejor desde la base, pero también tienen un problema: la información falsa o equívoca también se difunde y genera confusiones.

Otra diferencia fundamental fue la hora. A las 7:19 no había tanta gente en la calle ni trabajando. Ahora, todo mundo estaba en sus actividades cotidianas después de un simulacro. Pudo haber habido más muertes en los edificios colapsados, pero, pese a todo, las medidas de seguridad y de prevención funcionaron, salvo en aquellos casos donde los edificios eran nuevos y se incumplió con las medidas de seguridad reglamentarias o edificios que ya estaban dañados.

Hay muchos menos muertos que lamentar y menos pérdidas personales. Sin embargo, este sismo atacó a la ciudad de entera. En 1985, los siniestros se registraron en el casco antiguo de la ciudad, el Centro Histórico y las zonas urbanizadas hasta 1940. Ahora, zonas como Coapa, Xochimilco y Lindavista se vieron afectadas.

Las autoridades, especialmente los mandos militares y navales, se coordinaron de manera extraordinaria en acciones de socorro a la población civil, como por ejemplo en la escuela Enrique Rébsamen de Acoxpa. Pero sin duda, los primeros héroes fueron las personas de a pie, que se volcaron ayudando. Franeleros y albañiles fueron los primeros en acudir al rescate del colapso del edificio de Gabriel Mancera porque estaban enfrente. Y lo hicieron bien con gran profesionalismo.

Sí hay avances con respecto a 1985. No hay duda. Pero nos hemos quedado cortos, tanto gobierno como sociedad, y no se trata de cuestiones técnicas, sino de responsabilidad. Independientemente de que la ayuda y la cooperación han fluido a raudales desde y para la sociedad civil, tenemos que ser autocríticos con la onmipresente corrupción. ¿Cuántos constructores y administradores de los inmuebles caídos dieron mordida a las autoridades correspondientes para que sus obras “pasaran” los requisitos de construcción y las revisiones de protección civil, así como por la concesión de permisos de construcción en zonas y espacios inadecuados? En la Ciudad de México, la Secretaría de Desarrollo Urbano y Vivienda, la Secretaría de Protección Civil y la PAOT, la Procuraduría Ambiental de Ordenamiento Territorial, tienen muchas cuentas que rendir, pero también las inmobiliarias y las desarrolladoras y todos cuantos estén involucrados en la construcción y mantenimiento de casas habitación y de toda clase de inmuebles destinados al servicio público, oficinas, escuelas y hospitales.

El problema es del gobierno, federal y locales, en las zonas afectadas, sí, pero también de nosotros, la sociedad civil, que debemos evitar toda clase de corrupción.

amp

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