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¿Cómo de importantes son el silencio y el orden en un aula?
El silencio y el orden en las clases permiten el buen fluir de las situaciones de aprendizaje planeadas. Por el contrario, el ruido y la falta de organización fomentan la distracción y hacen más difícil la retención de la información.
Vivir en la sociedad de la inmediatez, envueltos en el ruido de la información superficial, puede llegar a alejarnos de una actitud de crecimiento y bienestar. El silencio en grupo y el silencio mental son imprescindibles para la convivencia tanto en clase como en grupos sociales.
Aunque las aulas no demasiado bien gestionadas pueden tener la utilidad de darnos la oportunidad de trabajar de manera individual la autogestión, es importante transmitir a los estudiantes la idea de que el silencio y el orden físico y grupal empieza por el silencio y el orden mental individual.
El silencio y el orden en las clases permiten el buen fluir de las situaciones de aprendizaje planeadas. Por el contrario, el ruido y la falta de organización fomentan la distracción y hacen más difícil la retención de la información.
Respeto y relajación
Cuando hablamos de ruido nos referimos al no productivo, externo, no a los sonidos de muchas metodologías activas que favorecen el trabajo cooperativo. Pero excepto en esos casos, un ambiente tranquilo y ordenado mejora la dinámica de la clase, implanta la cultura del respeto y de la responsabilidad y facilita el aprendizaje de todos los estudiantes.
Lograr conectar con la calma nos desestresa. La relajación permite la instrospección, y nos ayuda a ser conscientes de lo que ocurre dentro y fuera de nosotros.
Ser conscientes significa darnos cuenta, atender, observar nuestros propios pensamientos, emociones y sensaciones corporales. También implica la consciencia del mundo que nos rodea, cualquier cosa que haya ahí fuera (personas, sonidos, olores…).
Disminuir las interrupciones
Si en el aula tratamos las dinámicas y el ambiente de las clases para lograr ese tipo de atención, las interrupciones serán menos, por la propia voluntad de cada individuo-alumno.
Buscar una consciencia no reactiva y contemplativa implica aprender a relacionarnos con nosotros mismos de un modo mucho más saludable para llegar a una sana interacción con los demás.
Autoconocimiento y quehacer científico
Dependiendo de la edad y madurez de los invididuos se debe educar este quehacer científico interno de autoconocimiento. Trabajar la enseñanza consciente tiene los siguientes efectos:
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Bienestar psicológico: Reduce niveles de estrés, ansiedad, depresión e incrementa los niveles de afectos positivos.
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Regulación emocional: Mayor autocontrol de emociones negativas y desarrollo de las emociones integradoras (amor, bondad, compasión y ecuanimidad) para una mayor capacidad de manejar las emociones adecuadamente.
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Función cognitiva: Aumento en los niveles de atención, creatividad, autorregulación, y de la función ejecutiva.
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Ámbito social y escolar: Incremento de las habilidades sociales y conductas socialmente competentes, mejoras en el clima del aula, en el comportamiento y en el rendimiento académico.
Desautomatizar y no luchar
Nuestra consciencia nos permite dejar de luchar o controlar lo que no se puede controlar y desautomatizar nuestro comportamiento dejando de reaccionar compulsiva y agresivamente ante lo que ocurre dentro y fuera de nosotros.
Ser conscientes también nos brinda la posibilidad de desarrollar cierta sabiduría y sentimientos de amor y respeto hacia nosotros mismos y hacia los demás.
Educar la atención permite que los niños y las niñas sean más conscientes de sí mismos, de su entorno, de las personas con las que interactúan, y que aprendan a relacionarse de un modo más responsable y sereno. Al aprendizaje de los mecanismos de nuestra cognición y emoción lo llamamos educación consciente.
Como dijo Aristóteles:
“Educar la mente sin educar el corazón no es educar en absoluto”.
Escucha activa, reflexión y meditaciones
Dedicar un tiempo a que los estudiantes escuchen su propia respiración y los sonidos naturales del aula o el entorno es una de las maneras de alcanzar esta relajación. Pedirles que reflexionen, en lugar de hablar cuando una idea viene a la mente, puede animarlos a concentrarse y ser capaces de autocontrolarse.
Un método, por ejemplo, que yo he implantado es el saludo S.O.P.A.R. (silencio, dedo meñique; orden, dedo anular; participación, dedo corazón; atención, dedo índice y respeto, dedo pulgar): consiste en enseñar la mano levantándola, con el pulgar cerrado si la clase se dispersa. Si todos se callan y dejan de hacer lo que están haciendo y prestan atención, en silencio y en orden para participar de la explicación o la dinámica, entonces se abrirá el pulgar R de respeto, pues se ha conseguido el respeto grupal.
Pequeñas meditaciones, dependiendo de las edades, en cambios de clase, al subir del patio o al entrar a clase para relajar y focalizar siempre serán de gran ayuda. Aunque simplemente sea ver cuántas respiraciones puedo contar sin que un pensamiento se entrometa en esa tarea consciente. Si se entromete, reinicio el conteo con amabilidad.
Más allá del orden impuesto, el orden interno
Es tarea de la comunidad educativa buscar las mejores estrategias para mantener las clases en orden. No por comodidad del docente, o por “controlar” mejor a los estudiantes, sino para conseguir los mejores resultados con los alumnos en el aula.
El aula es el lugar donde los estudiantes conviven y aprenden y es un lugar importante que deben aprender a respetar.
Antonio Francisco Mañas Pérez, Investigación educativa, Universidad Internacional de Valencia
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.