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Opinión

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Por el amor a la camiseta

El pasado mundial del fútbol nos dejó seguramente demasiadas emociones, frustraciones, satisfacciones, pasiones desbordadas y en particular un exceso disparatado de estadísticas. Me detengo en esto último porque, como aficionado a este deporte, me preocupa que mis hijos y una generación entera de pequeños aficionados se inicien en él a partir de la primacía del individualismo mediáticamente promovida en un deporte que se supone es colectivo. Una tendencia que lleva a los pequeños a otorgar un significado distinto tanto a la pelota como a la camiseta. Comienzan adoptando la imagen de un idolo como ávatar para que los represente en sus redes sociales y terminan invisibilizando el contexto restante. Víctimas de un zapping emocional en el que mudan de equipo según va firmando su jugador favorito con otro club. Hoy muchos desean ser del Al-Nassr, esperan con zozobra la camiseta con el número 7, de un equipo al que antes del mundial ni siquiera conocían.  

Esta lamentable asimetría emocional estimulada por la industria del fútbol y los medios de comunicación, en particular las redes sociales, trata de demostrar que todo va bien a través del consumo y no es así. Está fomentando una lejanía afectiva, tanto de los equipos como del amor a la camiseta, que fractura, descompone, difumina, entierra y mata la verdadera afición y la conexión emocional a un equipo, a un club, a una historia, a una camiseta.

Mis hijos recién iniciaron su afición al fútbol en el marco del bicampeonato del Atlas. Antes de este glorioso marco, veían a su padre semana tras semana paceder ante un equipo que, si bien era convocante, no era competitivo. Al menor lo llevé al Estadio Azul; ahí obtuvo su primera camiseta y vio ganara La Academia, sin embargo, sus viajes a Guadalajara con la familia ampliada (mayoritariamente chiva), le han generado un conflicto afectivo que no termina de resolver. Dice el cineasta Carlos Cuaron: “El amor a la madre y el amor a la camiseta son la misma cosa. Y es que la vieja es nuestra primera identidad, por su amor se lucha como por la vida”. Poco significa esto en las nuevas generaciones de aficionados que, por obra y gracia de la conectividad tecnológica suelen parecerse más a su generación que a sus familias. Se aficiónan a un jugador y van cambiando de camiseta conforme éste aumenta sus logros, su edad y los ceros en un contrato. En ese orden.

Debemos rescatar el amor por la camiseta y evitar, en la medida de lo posible, ese individualismo industrial generado por el mercado de fichajes, ese patrioterismo enfermo y esos nacionalismos absurdos que sacan al fútbol del terreno de juego para instalarlo en los campos de batalla, en la geopolítica y en el revanchismo histórico. Comencemos por condenar las estadísticas de contraste que emplean los generadores de contenido en redes sociales que, en su afán comercial por mantener encendido el pebetero de la atención, exaltan datos como el del jugador que más ha conquistado copas mundiales, el que ha obtenido más balones de oro; que sí Pelé o Maradona, que si Messi o Ronaldo, que si Mbappé…Que si Cristiano gana 214 mil millones de dólares, Mbappé 63 y Messi 41. Que si la presentación de Ronaldo en el Al Nassr superó la transmisión de la final del mundial de Qatar, que si triplicó la atención en las redes sociales, de la presentación de Messi en el PSG; que si determinado club tiene al mejor del mundo, al mayor anotador, al que cuenta con mayor número de asistencias, partidos completos, partidos bajo la lluvia, partidos con estadios llenos, con mayor porcentaje de niños, mujeres, ancianos, transexuales... El fútbol no es un deporte diádico o binario. Es un juego en equipo con momentos, encuentros, jugadas, experiencias y valores mucho más altos que esa destemplada pasión de los medios por demostrar que un determinado club tiene al primer X en hacer Y.

No basta decir a los pequeños que el regetón es malo, sino por qué consideramos que no es bueno (sin limitar jamás su libertad de elegir y el derecho a tener una baja audioestima).

Sería bueno comentar con ellos el motivo por el cual acaba de ser cesado del Cruz Azul Julio “El Cata” Domínguez; por qué Pep Guardiola considera que un contrato es “sólo un pedazo de papel”. O bien, por qué el futbolista iraní, Amir Nasr Azadani, fue condenado a muerte y finalmente a 26 años de cárcel durante el Mundial de Catar. Lo que quiero decir es que se requiere presencia y acompañamiento en los pequeños aficionados, si queremos que el fútbol siga siendo una grata experiencia, esa recreación dominical de la infancia de la que hablaba Javier Marías.

Para quien esto escribe es una moneda social. Una moneda que heredaremos a nuestros hijos, que les servirá para conectar con los demás y poder desplegar la función social de este deporte que es la de pasarlo bien. La de celebrar un triunfo en comunidad, el pase a una final entre desconocidos, o bien, la coronación de nuestro equipo, o el equipo de un amigo, el de la nación vecina o el de quien sea. Se trata de enseñar la tradición de aplaudir individualidades sin dejar de reconocer el esfuerzo del equipo. De rescatar ese profundo amor a la camiseta, no por lo que vale, sino por lo que puede llegar a representar.

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