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Opinión

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¿Puede una Guacamaya corregir Malos Hábitos?

La maestra de mi hijo me repite cada tanto que a los niños debemos hacerles ver las consecuencias de sus actos. Desde las más evidentes: si metes la mano en el fuego te quemas; hasta las que podrían ser de otra manera: si gritas una y otra vez, me molesto. No sé cómo, pero cabe la posibilidad de que no me molestaran los gritos agudos. Que los hijos puedan calcular las consecuencias, me dice la maestra, va formando su conducta. Los hace más comedidos, responsables. ¿Qué pasa cuando los actos incorrectos no tienen consecuencias claras?, se repiten hasta el cansancio, se vuelven mal hábito. Los padres, y el resto de los comprometidos con la educación, nos convertimos en contención de las conductas equivocadas. Donde no hay consecuencias queda la autocracia: el gobierno donde la voluntad del supremo es la única ley. Y tiene sentido, los humanos solemos comportarnos mejor cuando nos vigilan. Hay muchos experimentos que lo muestran. Por ejemplo, si en una oficina con cámaras ocultas dejamos un billete en el piso, el número de personas que se lo guardan es mayor que si lo tiramos en una oficina donde las cámaras son visibles. Un gobernante vigilado por órganos de control, por la prensa, y por una ciudadanía informada, será mucho menos propenso a corromperse, a robar, a abusar de su poder, que aquel al que nadie vigila. Porque además, si se comporta de forma incorrecta, su conducta tendrá consecuencias: ya sea la cárcel, la inhabilitación, la derrota política. Cuando nadie vigila, y las conductas incorrectas no tienen consecuencias, sucede como con los niños: los gobernantes tienden a desarrollar malos hábitos. Por eso es que en una democracia saludable y consolidada se vigila al poder y las conductas incorrectas tienen consecuencias. En cambio, en las democracias débiles, la vigilancia es laxa o nula y las consecuencias nunca llegan.

Debido al hackeo cuantioso de documentos de la SEDENA, llevamos varios días enterándonos de conductas que merecerían consecuencias, todas las posibles: cárcel, inhabilitación, derrotas políticas. ¿Cómo que se vendían armas al CJNG en el campo militar número uno? ¿Cómo que el ejército sabía que el tramo del tren Maya de Playa del Carmen a Tulum correrá por suelos riesgosos? ¿Cómo que el titular de la Secretaría de Gobernación estaba relacionado con el huachicol cuando gobernó Tabasco? ¿Cómo que el secretario de la defensa hace regalos de lujo con dinero público? ¿Cómo que el Ejército se comporta igual que la Iglesia y encubre a abusadores sexuales? ¿Cómo es posible? ¿Y las consecuencias? Pues, contrario a lo que esperaríamos, son buenas: el legislativo le regala a las Fuerzas Armadas un cambio constitucional para que sigan en las calles hasta 2028, les da permiso de operar una aerolínea comercial. Y al secretario de gobernación lo mantenemos, por omisión, de precandidato. La democracia mexicana, que nunca fue plena y vigorosa, está muy enferma, y como sabemos, no hay medicinas.

Twitter: @munozoliveira

L.M. Oliveira es escritor. Autor de "El mismo polvo" y "El oficio de la venganza". Es Titular A en el Centro de Investigaciones sobre América Latina y El Caribe.

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