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Arte e Ideas

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Bellas Artes abraza las cenizas del irreverente José Agustín

Durante el homenaje póstumo a uno de los autores que revolucionaron la literatura mexicana en el siglo XX, la familia, colegas y amigos del autor, como Elsa Cross, Alberto Blanco y Elena Poniatowska, reconocieron su legado en las letras del país. “Nos regaló irreverencia en una época de solemnidad opresora”, se dijo de él.

Las cenizas del escritor, poeta, ensayista, cronista, dramaturgo, director y divulgador de música José Agustín, pilar del movimiento de la Onda. Entraron por la parte alta del recibidor del Palacio de Bellas Artes. La urna entró entre aplausos y música en manos de Margarita Bermúdez, esposa del referido.

Le flanqueaban sus tres hijos. Andrés, el mayor, quien es director editorial de la División Literaria y de Bolsillo de Penguin Random House y quien tomaba del brazo a su madre para ayudarle a bajar por el flanco derecho de las emblemáticas escaleras dobles del máximo recinto para las artes en México. Detrás descendían Jesús, connotado neurólogo, ensayista y divulgador, y José, el hijo menor, pintor y escritor, quien se mantuvo cercano a su padre durante los últimos días de su vida.

Les acompañaban la autora Elena Poniatowska; la secretaria de Cultura federal, Alejandra Frausto Guerrero; la subsecretaria de Desarrollo Cultural, Marina Núñez Bespalova, y la directora general del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL), Lucina Jiménez, así como el poeta Alberto Blanco, amigo del autor.

En el descanso, aguardaba una foto del homenajeado y de Margarita durante su juventud. La imagen fue capturada por Rogelio Cuéllar durante una sesión a la que llamó “Intimidad sesentera” y para la que acompañó al autor por esos momentos poco visibles de la vida. En la imagen se observa a José Agustín con su característico pelo entre crecido que le forma un fleco que frecuentemente le cubría parte del rostro. Está sonriendo tan discretamente como honesto mientras sostiene un libro abierto hacia la cámara. Detrás, Margarita, siempre presente, arropando al amor de su vida.

De fondo, los aplausos no cesaron mientras las cenizas del autor de “De perfil”, “La tumba” y “La panza del Tepozteco” se aproximaban al atril donde Margarita finalmente las depositaría.

“Por los caminos del sur / vámonos para Guerrero / porque en él falta un lucero / y ese lucero eres tú”. Es parte de la letra de la celebérrima canción “Por los caminos del sur”, que también acompañó la entrada de la comitiva. El tema fue compuesto en 1935 por José Agustín Ramírez Altamirano, quien fuera tío del autor y en honor a quien recibió su nombre. José Agustín, el sobrino, el autor, el homenajeado, por cierto, nació en Guadalajara, pero se le registró en Acapulco, como guerrerense, unas semanas más tarde.

“Ni maíz, paloma”

“En el Palacio de Bellas Artes, este recinto que suele ser tan solemne, rendimos homenaje a un hombre sensible, talentoso, una de las voces más originales de México, un joven eterno, acapulqueño de corazón que también amó a Morelos y sus cielos calmos. Antepuso su naturalidad a lo acartonado, la rebeldía a lo inflexible. Fue lo intrépido, lo nuevo, rostro y bandera no sólo de la Literatura de la Onda –un término que no le gustaba: ‘ni maíz, paloma’, decía–, sino también de toda una generación. Fue la juventud con voz propia, nos regaló irreverencia en una época de solemnidad opresora. Su pluma fue ágil, ligera, siempre libre, incluso cuando estuvo tras las rejas, cuando quisieron, sin lograrlo, quebrantar su entereza en Lecumberri. Fue un claro ejemplo de cómo el arte y la cultura cambian vidas”, declaró Alejandra Frausto, quien fue la primera en turno en el uso de la voz.

“Estilísticamente, nos dejó un legado impresionante, disfrutable, fresco y original. Ojalá que lo sigamos acompañando en la lectura de sus maravillosos textos de por vida. Lo quise mucho. Lo amé intensamente. Y creo que él a mí también”, declaró, por su parte, Margarita Bermúdez, su viuda, antes de agradecer la presencia del público y el pretexto de sendos homenajes.

Su hijo Jesús Ramírez también hizo uso de la palabra. “Si algo tuvo nuestro padre fue esa desconcertante espontaneidad. Siempre hubo una desproporción enorme entre lo que él recibía del mundo y lo que devolvía. Ése, diría, es el síntoma del genio creativo (…) todos los días creaba cuentos interminables que nunca dejaron de presentarse, porque hasta el último de sus días nos sorprendía todavía con fabulaciones, con metáforas y juegos de palabras extraordinarios”.

Andrés Ramírez Bermúdez, por su parte, se expresó así de su padre: “Tuve la fortuna, con mis hermanos, de crecer cerca de José Agustín, a quien yo siempre le dije ‘papá’. Poco a poco me fui dando cuenta de su carácter extraordinario, de lo distinto que era mi ecosistema al de mis amigos, no sólo por la inmensa pasión que le imprimía a todo lo que realizaba, sino por tanta cosa loca que salía de su boca, que rompía con lo establecido (…) él vivió de un modo único y nos sedujo con su credo: romper la norma, tirar el sistema, subirle al volumen, buscar la poesía, ser audaz, tirar el I Ching”.

“Pensaría que se han vuelto locas las autoridades”

La poeta Elsa Cross, amiga cercana de la familia y comadre del encumbrado, fue invitada a obsequiar algunas palabras en su memoria. “Hace unos días lo soñé y me decía algo acerca de este mismo evento donde estamos ahora. No recuerdo qué era, pero lo veía muy joven, muy contento, casi como cuando los conocí, a él y a Margarita, siendo todos adolescentes, en el taller de Juan José Arreola”.

Sobre aquella época, la poeta agregó: “podíamos ser muy sensibles y receptivos a los sueños estando conscientes de lo que justamente el inconsciente podía significar, pues era parte fundamental de esa búsqueda que, en plenos años hippies, o jipitecas, entre nosotros se llamó expansión de conciencia. La indagación y la experimentación constantes eran parte de las expresiones de esa búsqueda que se hace presente de muchas maneras en la literatura de José Agustín. Sus novelas, sus cuentos, abrieron un cauce poderosísimo a la narrativa mexicana que estaba anquilosándose en sus temáticas y tratamientos”.

Finalmente, Elena Poniatowska se acercó al micrófono. “Así como todos nosotros, creo que José Agustín estaría emocionado y desconcertado, pensaría que se han vuelto locas las autoridades porque él siempre fue un contestatario. Para él sería una sorpresa enorme que, aquí, en este bellísimo espacio, se le rindiera este homenaje”.

Asimismo, la Premio Cervantes reconoció que “José Agustín abrió las puertas a la cultura de la chaviza, a los jóvenes que hicieron de la irreverencia una forma de acercarse a la literatura (…) José Agustín reía y hacía reír en todas sus presentaciones. Hacer reír es hacerle un bien a los demás (…) Cuautla ya no será del todo Cuautla sin José Agustín. La llenó por completo al lado de Margarita y de sus hijos”.

Durante la ceremonia solemne, se escuchó un pasaje de la obra “Los motivos del lobo”, escrita por Rubén Darío a cargo de la Compañía Nacional de Teatro. Asimismo, durante las guardias de honor, la banda de rock La Barranca ofreció una pequeña presentación para honrar al autor.

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(DATOS DE VAP)

“Fue la juventud con voz propia, nos regaló irreverencia en una época de solemnidad opresora. Su pluma fue ágil, ligera, siempre libre, incluso cuando estuvo tras las rejas, cuando quisieron, sin lograrlo, quebrantar su entereza en Lecumberri”.

Alejandra Frausto, secretaria de Cultura

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“(José Agustín) desde una profunda insatisfacción, vio la realidad desde una perspectiva distinta a la de los cánones imperantes de México y supo darle forma con un lenguaje libre, confesional y personal, coloquial y culto a la vez”.

Alberto Blanco, poeta

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ricardo.quiroga@eleconomista.mx

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