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Arte e Ideas

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Dragones (y dragonas) para todos los gustos

Ciertos dragones recuperan hoy su posición central con el rodaje de La casa del dragón, precuela de la saga Juego de Tronos. Foto: Cortesía Film Affinity.

No es difícil ponerle música a un artículo como éste. Dada la naturaleza híbrida de los dragones, empezaría con el espléndido último disco de Cécile McLorin Salvant, cantado en francés, inglés, occitano y haitiano, y que lleva por título Mélusine.

Es el nombre de un hada famosa transformada por encantamiento en mujer-serpiente. La historia de Melusina de Lusignan puede encontrarse en el relato de Jean d'Arras (s. XV), en la novela El unicornio de Mujica Lainez, o resumida en este espléndido vídeo de Amanda Bonaiuto para la canción “D'un feu secret”:

La figura de Melusina, condenada a transitar las épocas como el Orlando de Virginia Woolf, reúne muchas facetas dragontinas: una naturaleza a medias monstruosa y humana, y un carácter asimismo ambivalente, pues su ferocidad puede aplicarse a la amenaza y la destrucción, pero también a la protección y a la guarda (de un tesoro, de un territorio, de la pureza de una doncella).

Y si afirmamos que la mujer-serpiente de Lusignan es en toda regla una dragona es porque nos atenemos a la etimología: el griego drakon significa antes que nada ‘serpiente’.

Pero es que, además, fundidas en una sola criatura la mujer y la bestia, Melusina representa al dragón en su máxima expresión, pues el monstruo se define tanto por oposición al héroe matador como por su ambigua asociación con la princesa, desde la Andrómeda liberada por Perseo hasta esas nuevas heroínas del celuloide, las Daenerys y Rhaenyra que no precisan de salvadores y que montan ellas mismas los dragones de la casa Targaryen.

Todos los monstruos, el monstruo

El monstruo es un ser triste y poderoso a medio camino entre las bestias, los hombres y los dioses. De todos los monstruos quizá sea el dragón el más redundante: se multiplica en todas las latitudes y cada época tiene los suyos. Es multiforme y habita todos los ecosistemas y elementos –tierra, aire, fuego y agua–.

En su Diccionario de símbolos, el poeta y erudito Juan Eduardo Cirlot distingue en esta figura simbólica universal “una suerte de confabulación de elementos distintos tomados de animales especialmente agresivos y peligrosos”. Pero en cualquier punto del planeta identificaríamos su reconocible figura.

Los antiguos lo describen a menudo como un ser gigantesco que se confunde con ríos y corrientes. Para mayor gloria de la especie, designa a toda una constelación: “como la corriente de un río, se revuelve el Dragón, monstruo prodigioso, varias veces retorcido, inconmensurable. (…) En la cabeza del Dragón brilla, en más de un punto, más de una estrella: dos en las sienes, dos en los ojos”, escribe el poeta Arato en sus Fenómenos.

Vienen luego esas criaturas fantásticas con nombre propio y rasgos singulares: Ladón que vigila el jardín de las Hespérides; la oriental Tiamat; Pitón, vencida por Apolo; la Hidra de Lerna, derrotada por Heracles, y el nórdico Fafnir, destruido a manos del héroe Sigurd…

Como su morfología y su hábitat se multiplican por todo el orbe desde tiempo inmemorial, es difícil dibujar unos rasgos precisos y únicos, trazar su genealogía y la evolución de su figura. A menudo el griego drakon aparecía como sinónimo de ophis (que dará “ofidio”), como ocurre en latín con draco y serpens. Pero sobre esas palabras antiguas, de las que nacerá nuestro “dragón”, acaban por imponerse matices sobrenaturales, el significado de serpiente enorme, peligrosa, exótica.

En el maravilloso mosaico de Neptuno en Itálica encontramos, por ejemplo, entre otras monstruosas criaturas marinas y sobre la figura del dios, un dragón sin alas y crestado, con garras, cola de pez y fauces lobunas.

Los bestiarios medievales, aun abundando en esta confusión de serpientes con o sin alas, criaturas con y sin cresta, que viven entre llamas o en el fondo del océano, consagrarán la figura del reptil alado que recuerda a una criatura antediluviana y se asocia ante todo con el fuego: ese monstruo que viajará desde los lienzos de Rafael o Carpaccio hasta los escenarios en los que la Bestia persigue a Tamino en el arranque de La flauta mágica y hasta los cuentos que contamos a nuestros hijos.

Según el helenista Carlos García Gual, “los dragones nórdicos parecen los más tenebrosos y los de mejor calidad”. En ellos se inspiran los Rhaegal, Drogon y Viserion inventados por George R. R. Martin para su Canción de Fuego y Hielo, que acabaron desempeñando un papel crucial al final de Juego de Tronos. ¡Si hasta vimos un dragón zombie!

Hic sunt dracones

Pero ¿cómo situar en el mapa a una criatura fantástica? El globo terráqueo Hunt-Lenox, que data de 1510 y es uno de los más antiguos que se conocen, contiene en el hemisferio sur esa inscripción: HC SVNT DRACONES. Algo así como “¡Ojo, aquí hay dragones!”, equivalente de esos monstruos dibujados en alta mar y en los márgenes del mundo conocido.

¿Es posible estudiarlos? En pleno siglo XVI un naturalista tan importante como Conrad Gessner le dedica al dragón unas páginas de su Historia de los animales.

Entre los pioneros de la paleontología, el eminente geólogo Charles Gould (1834-93) era de los que confiaban en dar con la criatura real tras el monstruo. Establecido en Tasmania, ciertas descripciones del dragón de la leyenda le recuerdan al singularísimo clamidosaurio.

Y hoy día la historiadora Adrienne Mayor investiga la actividad de los “primeros cazadores de fósiles” y de los antiguos que a menudo confundían los restos de dinosaurios y criaturas extinguidas con los de gigantes, grifos y dragones.

Artistas como el fotógrafo Joan Fontcuberta o el ilustrador Camille Renversade siguen explorando ese terreno mítico, haciendo de la criptozoología (el estudio de los animales apócrifos y fantásticos) materia artística.

Actualidad del dragón

“El tiempo ha desgastado notablemente el prestigio de los dragones. En el mejor de los casos el Dragón Occidental es aterrador, y en el peor, ridículo”. Son palabras de Jorge Luis Borges y Margarita Guerrero en El libro de los seres imaginarios. ¿Está el dragón de capa caída?

El ilustrador George W. Adamson publicó en la revista satírica Punch a comienzos de los años sesenta una divertida versión de un lienzo de Uccello: en St George and the Dragon… five minutes later vemos al héroe aniquilador y a la princesa del cuadro original cinco minutos después de la acción, ¡ocultando el cadáver de la criatura bajo la alfombra!

Y con todo, gracias al mundo creado por Martin (tan deudor de aquel Tolkien que confesara: “He anhelado a los dragones con profundo deseo”), ciertos dragones recuperan hoy su posición central. Con el rodaje de La casa del dragón, precuela de la saga Juego de Tronos, asistimos a un nuevo apogeo de la fabulosa especie. La web de HBO incluye un índice de dragones.

¿Será capaz aún de espantarnos este monstruo que figuró el Mal mismo, la Tentación y el Terror?

Alberto Marina Castillo, Profesor de Filología Latina, Universidad de Sevilla

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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