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“El Eco”, de Tatiana Huezo, una historia tan íntima que resulta universal
La cineasta centra su cámara en las infancias. Consolidada como una de las más potentes de su generación, la realizadora retoma el documental y consigue un buen recibimiento en su premier mundial en la Berlinale.
“Hay algo muy inspirador, pero no romántico, porque está rudísima la vida en el campo. Uno de sus valores más grandes es la enorme intimidad a la que te invita la película a entrar”,
Tatiana Huezo, directora
Fueron ocho las funciones programadas por la Berlinale para la proyección de “El Eco”, el tercer largometraje documental de la multipremiada realizadora salvadoreña-mexicana Tatiana Huezo, quien volvió a ser arropada por la crítica, la prensa y el público en su segunda premier mundial dentro del encuentro fílmico de la capital alemana, después de “Tempestad” en febrero de 2016.
“Este año el festival está apasionadamente desbordado porque es la primera edición después de la pandemia donde la gente puede regresar de lleno. Las salas están abarrotadas. Nuestra función se agotó en la primera hora en que salieron los boletos”, comparte la más reciente ganadora del Ariel a Mejor Película, por “Noche de fuego”.
Conversa vía remota con la prensa mexicana, presente en la Sala THX de los Estudios Churubusco. Huezo se enlaza vía Zoom para explicar que esta película es para verse en el cine, “como debe de ser”, con un sistema digno del trabajo técnico porque, asegura, en el sonido yace la mitad de su valor artístico.
El eco de la infancia
El Eco es el nombre de una pequeña población ubicada en el norte de Puebla, a unos 3,000 metros de altura y tan grande como la extensión de unas cuarenta casas; sujeto a un clima caprichoso, donde el sol cala y el frío es recalcitrante, a veces el mismo día, y las estaciones no hacen transición, sino que impactan. Es ahí donde Tatiana Huezo encontró su historia después de una extenuante búsqueda, la historia que buscaba incluso antes de que se le presentara el guion de su primer largometraje de ficción.
“Estoy inmersa en el mundo de la infancia desde hace algún tiempo. Estoy fascinada, enamorada y muy metida en las reflexiones sobre esta etapa donde surgen muchos de los eventos que nos marcan para el resto de la vida. Y esto tiene que ver con que soy madre, que todos los días veo crecer a mi hija”, anticipa la directora al otro lado del enlace.
“Esta película nace de una enorme necesidad de seguir hablando de México, de qué somos, pero desde un lugar diferente. Quería voltear la mirada hacia el cuidado de la tierra, la crianza de los niños y descubrir el mundo de los pequeños que crecen en el campo y se hacen adultos demasiado pronto, porque desde muy jóvenes asumen grandes responsabilidades, cobran conciencia de lo importante que es el cuidado de la tierra y de los animales para su sobrevivencia”.
A la también ganadora del Premio Un Certain Regard de Cannes 2021 se le nota satisfecha con el resultado, con la reacción del público y la crítica internacional. Las primeras impresiones, comparte, le reconocen por haber mostrado otra dimensión de México, una hermosa intimidad que se convierte en complicidad y, por ende, se hace universal. Es la belleza de la vida cotidiana, los lazos familiares, la maternidad, la niñez, la madurez, el trabajo, mientras que decidió dejar en el fondo ese fantasma que deambula, el fantasma del peligro, de la violencia, del cambio climático, del extractivismo, el desplazamiento, la lucha por sobrevivir. Pero está detrás, porque los pequeños momentos se siguen imponiendo a ese espectro deambulante. Algo de esto ya lo mostró en “Noche de fuego”, y de esa ficción pudo enriquecer su estilo.
“Quería una puesta en cámara mucho más atrevida. No es para nada un documental clásico, de repente parece ficción. Quise ponerme este reto narrativo, cercana al lenguaje cinematográfico para ser más efectiva. Es la enorme fuerza que hay en la realidad (…) quería estar dentro de las casas, intentando atrapar la grandeza y la magia que hay en los momentos cotidianos”.
Todo esto, añade, contextualizado por un paisaje alucinante que se transforma radicalmente a lo largo de un año. “Es un pueblo donde el clima es muy extremo. La película empieza en las tormentas, llega el otoño, donde es extraordinaria la abundancia, llega el invierno, que es helado; llegan las sequías y mueren los animales. Digamos que hay una pincelada, un apunte en la película que tiene que ver con el cambio climático, pero sin decirlo”.
Para mostrar otro México
El nombre de El Eco la sedujo, se prestaba como un elemento simbólico para hablar de lo que va quedando guardado en las almas de los niños. “Para mí, El Eco significa lo que existe en este pueblo, una forma de vida asombrosa y llena de dificultades, pero que está acechada por el ahogo económico, por la migración, los depredadores, los proyectos extractivos que ponen en peligro el territorio de tantos pueblos y comunidades en México desde hace muchos años”.
En la primera proyección en la Berlinale, concluye, el público se quedó por 50 minutos para conversar, “con mucha sorpresa y con mucho gozo de recibir noticias de un México distinto, que no se conoce afuera, de una luz inmensa y una fuerza poderosa que muchas veces no está en nuestro cine”.
Algunos premios cosechados por Tatiana Huezo
- Beca Gucci-Ambulante 2010
- Ariel al Mejor Largometraje Documental 2011 – “El lugar más pequeño”
- Premio FIPRESCI, Mención Especial en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata 2011 – “El lugar más pequeño”
- Ariel a Mejor Dirección 2017 – “Tempestad”
- Premio Un Certain Regard, Cannes 2021 – “Noche de fuego”
- Ariel a Mejor Película 2022 – “Noche de fuego”
- Ariel a Mejor Guion Adaptado – “Noche de fuego”