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Arte e Ideas

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Rivera Garza recupera a su hermana a tres décadas de su feminicidio

Su nuevo libro, asegura, es la manera de traer la presencia de Liliana Rivera Garza a la memoria colectiva y asegurarse que no fructifique más la perpetración del feminicida para callarla; solo ahora fue posible gracias a las luchas feministas, reconoce.

“¿Se puede ser feliz mientras se vive en duelo?”, pregunta con toda honestidad la escritora Cristina Rivera Garza en el libro El invencible verano de Liliana (Literatura Random House, 2021), un relato tan ajeno de la ficción como territorio de una belleza narrativa que conmueve e inexorablemente ha de lastimar.

La madrugada del 16 de julio de 1990, a los 20 años, Liliana Rivera Garza, hermana menor de la escritora, fue asesinada por Ángel González Ramos, un novio de preparatoria que por años se resistió a disolver la relación y quien, reaccionario a la determinación de Liliana para dejarlo atrás y trazar nuevos caminos, decidió que ella no tendría una vida sin él.

El testimonio de Rivera Garza arranca en un viaje a la Ciudad de México —la autora vive en Estados Unidos— en octubre de 2019, determinada a recuperar el expediente judicial con la orden de aprehensión, toda vez que había suficiente evidencia para someter al mencionado a un proceso judicial. No obstante, es fecha que el presunto feminicida, entonces no considerado como tal, permanece prófugo.

La autora teje el relato de su búsqueda kafkiana en una y otra agencia ministerial, donde no le dan razón de la ubicación del expediente emitido tres décadas atrás. Está decidida a buscar la justicia para su hermana, que el culpable pague por un crimen que en aquella época, con negligencia, era catalogado como “pasional”, porque no fue sino hasta 2012 cuando finalmente se tipificó al feminicidio como el delito de privar a una mujer de su vida por razones de género.

“A veces toma treinta años decir en voz alta, decirlo en voz alta ante un empleado del sistema de justicia, que uno busca justicia”, advierte la autora en el texto.

El lenguaje es acción, las palabras son actos

“Este libro, que me ha tomado mucho tiempo escribir, es mi manera de exigir el cabal cumplimiento de la justicia. Es mi manera de restituir la presencia de mi hermana en el mundo, de traerla a la memoria colectiva y asegurarme de que el dictamen del feminicida, que es borrar su presencia y callarla, no fructifique más”, declara Rivera Garza en entrevista.

En un momento del texto, la escritora reflexiona que se habla mucho de la culpa, pero no así de la vergüenza de la persona que enquista un duelo como el suyo. La vergüenza es, afirma, una puerta cerrada a piedra y lodo: “pocas actividades requieren más energía, tanta atención al más mínimo detalle, como odiarse a sí mismo”. De ahí que digerir la culpa, hurgar en las cajas con las posesiones de Liliana, entrar al mundo textual de su hermana, a sus apuntes; asimilar la visión de quienes fueron sus amistades, y decidir presentarse ante la sinuosidad del Ministerio Público, haya tomado un tiempo a cuestas.

“A ese sentimiento de culpa le añadí el que todavía está, el de la vergüenza, la tarea tan ingrata de odiarse a sí mismo precisamente por no haber visto. Y lo que llegué a entender a lo largo de los años es que esta ceguera no solo es personal, es una ceguera social a la que nos condena la falta de lenguaje preciso para identificar y reconocer las señales de creciente peligro”.

Perderse en los laberintos kafkianos del sistema de justicia, con el vaho de la culpa y la vergüenza, podría parecer muy personal, pero es algo que Rivera Garza comparte con al menos una decena de nuevas familias rotas todos los días.

“Lo he dicho y no me he cansado de repetirlo: personalmente le debo a las luchas feministas y movilizaciones de mujeres que han insistido en producir un lenguaje que ahora es con el que puedo contar de manera honesta, sin traicionar la historia de mi hermana. Es fundamental la posibilidad de ir produciendo un lenguaje de manera colectiva. El lenguaje es acción, las palabras son actos, y en este caso son actos también en el campo de la ley”.

¿Qué diría Liliana si pudiera leer este libro?, se le pregunta. “De repente escribía yo algo y pensaba: lo peor que me podría pasar es que Liliana estuviera aquí diciendo: ‘no mames, qué cursi te estás viendo’. Pero de ahí en fuera he tratado de respetar su voz. Si yo no hubiera encontrado sus papeles, el archivo que ella hizo de sí misma, si no hubiera abierto esa caja con sus escritos, este libro simplemente no existiría.

Hay tanta sinestesia en este libro que es posible hallar la voz de Rivera Garza en cada línea: se le puede escuchar al ritmo de la lectura, con sus pausas, las lágrimas y las heridas que, a pesar de los años, no cierran como el cuerpo acostumbra. ¿Se puede ser feliz mientras se vive en duelo? Es una pregunta que el lector ha de encarnar, que ha de plantearse según sus propias heridas abiertas.

Por mucho tiempo he estado hablando de la escritura desapropiativa, de libros comunalistas y creo que ahora, viéndolo hacia atrás, razono que había estado pensando en el entramado teórico que me iba a permitir escribir este libro. Es la única manera en que pude haber contado la historia de Liliana, respetando los designios de su voz”.

Cristina Rivera Garza, escritora.

El libro que es una búsqueda de años

Cristina Rivera Garza reconoce que ha intentado escribir la historia de Liliana Rivera Garza en repetidas ocasiones, pero el lenguaje que existía disponible en el pasado, “el lenguaje del patriarcado, me obligaba a revictimizar a mi hermana, a exonerar al depredador”. La autora apunta que en cada intento buscó una manera crítica de trabajar con el lenguaje para poder decir cosas en contra del patriarcado. “Y ahí la búsqueda formal se une íntimamente con la búsqueda política”.

ricardo.quiroga@eleconomista.mx

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