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¿Veremos más o menos orugas procesionarias debido al cambio climático?
La escena de una fila de orugas descendiendo por un tronco es un claro ejemplo de situación en la que aplicar la famosa frase “se mira, pero no se toca”. Pero si dejamos de lado la incomodidad que causan los pelos urticantes de las orugas de procesionaria, podemos explorar un ciclo de vida fascinante. ¡Estos animales son capaces incluso de renacer!
Un factor determinante para la supervivencia de esta especie es la temperatura, por eso el cambio climático está produciendo variaciones en su presencia durante diferentes épocas del año.
Una vida de continuos cambios
El ciclo de vida de la procesionaria comienza durante el verano, cuando la polilla adulta hembra deposita hasta 300 huevos en acículas de pinos o cedros. Se trata de un proceso que dura hasta 48 horas. Los huevos pasarán allí poco más de un mes (de 30 a 40 días) hasta que aparezcan las primeras orugas.
Estas orugas vivirán en grupo desde el otoño hasta el final del invierno o comienzos de la primavera. Durante ese tiempo, atravesarán cinco fases de desarrollo. Para muchos pasarán desapercibidas hasta que en los meses más fríos comiencen a formar unos bolsones blancos en las copas de los árboles.
Se trata de nidos para resguardarse de depredadores. También para protegerse de las bajas temperaturas, porque su desarrollo y supervivencia están muy limitados por las condiciones climáticas. La procesionaria desarrolla gran parte de su ciclo vital en el período más frío del año y se alimenta por la noche.
En las últimas fases de su ciclo vital las orugas desarrollan diminutos pelos urticantes, que miden menos de 1 milímetro. Son su mecanismo de defensa. Al final del invierno o inicio de la primavera bajan de los árboles para enterrarse en el suelo. Entonces forman esas llamativas hileras o procesiones, de ahí su nombre común.
En el suelo, las pupas transforman su estructura y fisiología mediante el proceso biológico de la metamorfosis. Este proceso dará lugar a nuevas polillas adultas que comenzarán de nuevo el ciclo el siguiente verano.
Pero esto no siempre sucede. Al llegar el verano, algunos individuos no despiertan y siguen enterrados, un proceso que puede durar varios años. Este mecanismo, común en otras especies, permite a la procesionaria reducir el riesgo que supondría que toda la población sucumbiese a un año muy malo.
Los efectos del cambio climático
No es fácil comprender cómo las especies con ciclos de vida complejos responderán al cambio climático. Los inviernos templados están permitiendo a la procesionaria desplazarse hacia el norte o ascender en altitud en algunos macizos montañosos. Sin embargo, aún quedan aspectos por conocer en relación a cómo afectará el cambio climático al resto de su ciclo de vida.
El cambio climático conlleva un aumento de las temperaturas medias. También va asociado a un incremento de su variabilidad y de los fenómenos extremos como sequías y olas de calor. En un trabajo reciente hemos comprobado que las olas de calor en verano afectan negativamente a las poblaciones de procesionaria.
El proceso biológico se conocía experimentalmente. Las temperaturas elevadas reducen las tasas de eclosión de los huevos y las primeras fases de desarrollo larvario. Nosotros lo hemos analizado con cientos de datos de abundancia de procesionaria en una área extensa de la península ibérica.
El impacto negativo de las olas de calor es de magnitud similar al efecto positivo del aumento de las temperaturas invernales. Este trabajo se ha podido desarrollar gracias a los datos aportados por redes de seguimiento de Andalucía, Castilla-La Mancha y Navarra.
Parece una paradoja. Temperaturas más elevadas permiten la expansión de la procesionaria en invierno, pero si son extremas, le afectarán negativamente en verano. Esto reduce el número de individuos en el siguiente otoño.
Necesitamos saber más
Parece que estamos viviendo un cambio en la distribución de la procesionaria. No obstante, hay que contextualizar el momento actual con el pasado. Se requiere una información amplia y de calidad. La inversión de los servicios forestales en seguimiento de enfermedades y plagas de insectos proporciona bases de datos sólidas en España.
La ciencia es colaborativa y se vale del esfuerzo de décadas de seguimiento por parte de los agentes forestales. Sin embargo, debemos ir más atrás en el tiempo. En el proyecto PROWARM queremos ampliar el marco temporal y espacial para saber qué ha pasado y qué está pasando.
Rastrear las defoliaciones de procesionaria es posible mediante datos adquiridos por sensores montados en satélites, aviones o drones. Nos ayudan a detectar dónde y cuándo se ha producido una defoliación.
Además, existen sensores que proporcionan información en tres dimensiones y nos permiten determinar cambios en las copas de los árboles. Se trata de crear réplicas digitales de los bosques para favorecer un seguimiento en tiempo cuasi real.
Los anillos de crecimiento de los árboles también proporcionan información sobre cuándo y con qué intensidad han sido afectados por la procesionaria. Cuando la procesionaria se alimenta de las acículas de los pinos o cedros, estos generan anillos de crecimiento muy estrechos.
La necesidad de regenerar su copa tras la defoliación hace que el árbol dedique sus nutrientes a producir nuevas acículas. Por contra, su crecimiento en grosor se reduce. Identificar esas señales en el crecimiento de los árboles, que sabemos que pueden vivir cientos de años, nos aportará una visión muy completa de la evolución de este animal a lo largo del tiempo.
La fascinación que generan las hileras de procesionaria nos han llevado a algunos expertos a investigar sobre su vida y su comportamiento. Comprender su biología y ecología es fundamental para aprender a convivir con ella. Al fin y al cabo, la procesionaria es una especie endémica de los bosques mediterráneos.
Dario Domingo, Investigador Posdoctoral, Universidad de Valladolid; Cristina Gómez Almaraz, Profesora del Departamento de Ciencias Agroforestales, Universidad de Valladolid; Gabriel Sangüesa Barreda, Investigador en ecología forestal, Universidad de Valladolid, and José Miguel Olano, Catedrático de Ciencias Agroforestales, Universidad de Valladolid
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.