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Inversión: fondos de gestión activa vs ETF
Los fondos cotizados que replican la evolución de un índice comen terreno a los de gestión activa, por sus menores costes. La fiscalidad, sin embargo, beneficia a los fondos tradicionales.
Bolsa o renta fija, inversión a largo plazo o especulativa, con cobertura de divisa o sin ella, apuestas alcistas o bajistas... Y fondo de inversión o ETF (fondo cotizado, como las acciones, que tiene una gestión pasiva). En los últimos años, los inversionistas tienen una nueva disyuntiva, la que les lleva a elegir entre un fondo convencional, el que lleva a cabo una gestión activa, y un fondo cotizado o ETF, que replica la evolución de un índice.
A nivel mundial, los ETF no paran de ganarle terreno a los fondos. Pero, ¿en qué se diferencian? ¿Qué ventajas e inconvenientes tienen estos productos?
La mayor diferencia es que los ETF invierten sólo en las acciones o en los bonos que forman parte del índice que replican. Es decir, si uno invierte en un ETF que imite la evolución del Ibex, su ganancia será prácticamente idéntica a la revalorización del selectivo. Y si el índice cae, el inversionista del ETF bajará con él.
La cartera de un fondo de inversión de gestión activa, sin embargo, es más flexible y no está ligada a la composición de ningún índice. El gestor o el equipo gestor del fondo selecciona las compañías en las que invierte en función de sus perspectivas sobre la empresa o su visión respecto a su sector o área geográfica.
Es decir, un año puede culminar con números rojos en los parqués y el inversionista de un fondo de gestión activa puede conseguir revalorizaciones. Lo que sucede es que esto no siempre ocurre así. De hecho, el escaso número de fondos de gestión activa que bate de forma consistente a sus índices de referencia explica en parte el auge de los ETF.
Según el informe de Spiva (S&P Indices Versus Active Funds, los índices de S&P frente a los fondos activos, en inglés) sólo un 8.65% de los fondos que invierten en Bolsa de la zona euro superan al mercado a diez años. El índice más difícil de superar con una gestión activa es el S&P 500 estadounidense. Sólo un 1.13% de los fondos ha obtenido más rentabilidad que el índice en la última década.
Costes y fiscalidad
Como los ETF no requieren una labor activa de los gestores, que deben replicar en su cartera la composición del índice que siguen, sus costes son mucho más reducidos que los de los fondos de inversión. Y este bajo precio, que suele rondar el 0.2% de comisión, es uno de los grandes alicientes de la gestión pasiva.
Los fondos tradicionales soportan distintos gastos, generalmente mayores. De media, según el boletín estadístico de la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV), la comisión de estos productos es del 0.9%. Los partícipes de los fondos de inversión tienen que pagar comisiones de gestión, que por ley no pueden superar el 2.25%, y de depositaría, que tiene un máximo del 0.20 por ciento.
Por costes, los fondos de inversión son menos atractivos, pero su principal virtud es su ventajoso tratamiento fiscal. Los ETF tributan igual que el resto de productos cotizados, como las acciones. Sin embargo, los fondos disfrutan de la exención fiscal de los traspasos. Es decir, el inversionista no tiene que tributar por las plusvalías cuando traspasa su dinero de un fondo a otro.
Por eso, los ETF se consideran productos más interesantes para invertir a corto plazo y tomar posiciones tácticas, mientras que los fondos se conciben como productos a largo plazo. Como mínimo, los expertos recomiendan invertir tres meses en un fondo de gestión activa.
Los fondos cotizados también pueden ser interesantes para invertir en índices difíciles de batir o en regiones o sectores por los que se apuesta con convicción.
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