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Opinión

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Distopía digital

El mundo de la tecnología tiende a encerrarse en una burbuja en la que lo importante es la innovación, ver como las nuevas creaciones desempeñan nuevas funciones o simplemente mejoran las ya existentes. Sin embargo, hay ocasiones en que la vida interrumpe a tanta innovación y le pone un freno a la tan ansiada digitalización. Es el eterno enfrentamiento entre lo que puede lograr la tecnología existente y lo que puede pagar el consumidor. O dicho en otras palabras, lo que puede ser adoptado como servicio viable de forma inmediata.

Sí, no todas las invenciones llegan en el momento justo en que existe una demanda por sus funciones. Los ejemplos abundan, desde las video-llamada por celular que desde 2001 existen en Japón y que en América Latina no se utilizan masivamente sino hasta la llegada de LTE, aunque cuando se lanzó EDGE, más de un operador invirtió en propaganda sobre cómo esta extensión de GPRS/GSM sería suficiente para esa llamada audiovisual full-dúplex.

Algo similar estaremos experimentando cuando todos los aparatos de la casa puedan conectarse a internet y el control simplemente sea el control remoto. ¿Se imaginan cuantos datos estaría generando cada hogar para mantener conectados los celulares, la nevera, la computadora y el televisor junto al servicio de inteligencia artificial local que apoyaría en la administración de todos estos aparatos?

Lo mismo sucede con aquellas aplicaciones que cuestan grandes cantidades de dinero y requieren solo de tecnología de punta para poder operar. Sin dinero poco importan las reglas de competencia, las definiciones de servicio, dónde se manufactura el teléfono o si los servicios de telecomunicaciones tienen buena cobertura. Usualmente los inventos son para hacerle la vida más fácil al rico, no para ayudar a quién no tiene con que pagar.

Muchas veces he dicho que llevar las nuevas tecnologías a las localidades que carecen de servicio no es un tema de brecha digital o simple inclusión digital, sino un tema de desarrollo y pobreza. Ver cómo las trampas de pobreza que parecen perpetuidad las diferencias sociales se han tatuado en el espíritu de una gran parte de la población. Reducir el llevar conectividad a localidades que carecen de este servicio como la solución del problema de no conexión es un mal muy común de gobiernos resultadistas preocupados por el próximo ciclo electoral.

Adoptar una visión más enfocada en desarrollo con tiempos diferentes a los dictados por un tradicional calendario de inversión, con una estructura elaborada de inmersión tecnológica que busca el crear docentes serios interesados en equiparar el nivel de desarrollo de todas las regiones del país. Tal vez, entonces se podría comenzar a hablar de un modelo exportable. Para eso hay que estudiar y crear conciencia de que es lo realmente necesario a corto plazo es entender cuál realmente es el problema.

Desgraciadamente estamos demasiado lejos de esa visión que a estas alturas se presenta como una rebelde distopía donde los rebeldes se enfrentan a muros invisibles creados por algún idiota de turno que se desvive fomentando líneas divisorias entre ellos y nosotros. Son quienes favorecen utilizar los avances tecnológicos para deshumanizar.

Afortunadamente los nuevos congresos de telecomunicaciones comienzan a tener entre sus participantes a robots que se supone estén encargados de hacernos la vida más fácil. Robots que sirven de recordatorio sobre como las innovaciones casi siempre se dirigen a un sector de la población donde los billetes sobran y las monedas se ven escondidas por tarjetas de crédito de menor peso y ruido.

Como dicen las malas lenguas, eso de transformación digital es cuestión de comodidad y no de humanidad.

José Felipe Otero Muñoz es vicepresidente de 5G Americas para América Latina y el Caribe. Su experiencia incluye un trabajo en más de 100 proyectos de investigación y escribir numerosos estudios sobre la industria de telecomunicaciones regional Consultar sobre cuestiones de política pública y tecnologías de telecomunicaciones para el Senado de la República de México, el Banco Mundial, la Inter-American Investment Corporation, la Casa Blanca y otras instituciones gubernamentales

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