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Opinión

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El 2023, ¿un año para el nacionalismo económico?

Según la OMS, este año podría ser el fin de la pandemia de Covid-19 y con ello el esclarecimiento de la situación general que vivirá el mundo en muchos aspectos. Uno de ellos será el económico. ¿Qué sucederá con las cadenas de valor? ¿Los países seguirán impulsando el libre comercio? ¿Cómo hacerle frente a la inflación y a otras situaciones generadas por conflictos internacionales, como lo que acontece en Ucrania? ¿Más globalización o más regionalismo será la respuesta?

Las y los líderes del mundo tendrán que tomar medidas claras para enfrentar las consecuencias que las externalidades puedan generar en sus economías. Algunos de los resultados negativos que la globalización y el libre comercio generan cada vez son más evidentes y no se pueden dejar pasar. Hoy vemos a las principales economías, independientemente de los partidos o ideologías que las gobiernan, poner en marcha estrategias y programas económicos considerados como “nacionalistas”, para tratar de aminorar las desconformidades generadas por el desempleo, la desigualdad y el bajo crecimiento del poder adquisitivo.

Es importante resaltar los elementos de autonomía, sentido de la unidad e identidad nacionales que el nacionalismo económico presenta en todo ello, más allá de si es una simple contrapropuesta al libre comercio. Dichos elementos suelen ser convenientes para distintas administraciones alrededor de todo el mundo. Algunas y algunos líderes podrán pensar que esos componentes pueden ayudar a atacar el descontento social, propiciando un mayor empleo y mejores salarios, en determinados casos.

Ciertamente, seguirán existiendo las estrategias de países como Singapur o Reino Unido, que buscarán incrementar su acceso a nuevos mercados, a través de más libre comercio, pero también estamos presenciando cómo otros profundizan sus regionalismos, quizás sin aranceles, pero con reglas de origen más claras o peticiones externas o específicas a sus productos que, a diferencia del libre comercio, permiten a los Estados proteger ciertos elementos nacionales e industrias locales.

El plan Build Back Better de la administración Biden puede ser un claro ejemplo de nacionalismo económico, cuya fuente de producción o motor está basada en “el pueblo de Estados Unidos”. La Unión Europea es otra ejemplificación regional que ejecuta en múltiples ocasiones el nacionalismo económico y va desde lo simple, como el “consume local” de Emmanuel Macron en Francia, hasta debates por las finanzas públicas debido al rescate con dinero de contribuyentes en tiempos de crisis; por ejemplo, en aerolíneas bandera de los países, como el caso de Lufthansa en Alemania. Entes públicos y privados practican cada vez más el nacionalismo económico y en 2023 eso no serán la excepción. Para las compañías de aviación europeas que son insignia de sus países, por ejemplo, adquirir aviones europeos Airbus es prácticamente una prioridad. Sin importar que ciertos modelos del competidor directo estadounidense, Boeing, puedan llegar a ser más rentables o útiles. Veremos que la francesa Air France y la alemana Lufthansa seguirán prefiriendo ordenar los aviones fabricados en Toulouse que los hechos en Everett, Washington.

Hoy, el consumo de un producto puede ejemplificar la identidad de un país, generar orgullo, representar su autonomía y unir a su pueblo entorno a él, sin importar que aún existan cosas consumidas que cuenten con elementos hechos en otros lados.

*El autor es asociado COMEXI, internacionalista por el ITAM y maestro en Relaciones Internacionales por la Central European University.

Twitter: @JuanErnestoTG

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